Víctor de Currea Lugo | 23 de noviembre de 2011
Luego de diez meses de protesta, más de 200 muertos, cientos de marchas, miles de heridos, tres firmas de un acuerdo de paz frustradas, el impacto de siete cohetes en el palacio presidencial y múltiples quemaduras en la cara y los brazos del gobernante, Ali Abdullan Saleh ha aceptado dejar el poder.
Por mediación de Arabia Saudita, apareció de nuevo en el escenario la posibilidad de una salida negociada al conflicto. El problema es que ya en tres ocasiones previas el presidente Saleh había estado a punto de firmar un acuerdo para una transición pacífica a cambio de inmunidad (léase impunidad), con el apoyo de todos los países del Consejo de Cooperación del Golfo, y en las tres ocasiones se había retractado incluso pocas horas antes.
Un punto de quiebre fue el ataque con cohetes a las instalaciones presidenciales, en junio, que causó graves heridas a Saleh obligándolo a abandonar transitoriamente el poder para ser tratado médicamente en Arabia Saudita. En dicho ataque murieron 8 personas y 150 fueron heridas, incluyendo autoridades políticas y militares.
Se esperaba que ese campanazo de alerta lo empujara a que, al regreso, luego de más de tres meses, abriera espacios para una salida pacífica, pero no fue así. Durante su ausencia siguieron subiendo los precios de los combustibles y de los alimentos, aumentando aún más el descontento entre la población. Pero la terquedad de Saleh de quedarse en el poder a su regreso, sólo sirvió para reavivar la calle yemení. La violencia siguió en muchos frentes: disputas tribales, tensiones norte-sur, acciones de Al-Qaeda, represión a manifestantes, y combates entre desertores y fieles a Saleh.
Ahora, a dos meses del regreso de Saleh, la negociación volvió a ser una posibilidad. Los recientes hechos de Libia, la agudización de la crisis en Siria, más la nueva oleada de manifestaciones en Yemen terminaron por acorralar a Saleh. El plan plantea que el Vicepresidente asuma el poder en máximo 30 días y llame a elecciones tres meses después. El problema no es tanto quién deja el poder sino quién se queda con él. Hay confusión sobre qué grupos de la oposición de la sociedad comparten la propuesta, aunque los partidos políticos le den su aval.
La selección de los sucesores podría ser otra maniobra del saliente gobernante. Dar el poder a los partidos políticos no es darle el poder a la sociedad que presiona su salida y el mayor error de este momento es confundir los partidos políticos con la sociedad que en las calles pide justicia social y libertades. Las masas en la llamada “Plaza del Cambio” ya han empezado a protestar contra el acuerdo porque, sin saber quién lo firma, sí son conscientes de que ellos no lo harán, además crecen las voces que piden juzgar a Saleh por sus crímenes. La experiencia de Egipto muestra que ceder el poder de manera transitoria a una institución, sean los militares o sean los partidos políticos, es un riesgo alto. Y si los partidos que reciban el poder traicionan a las masas, éstas volverán a las calles.
Publicado originamente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/la-salida-de-saleh-columna-313000