Las vacas dan para todo: para estereotipos de burlas injustas (“se echa como una vaca”), para películas divertidas de sobreprotección (No se metan con mi vaca) y hasta libros de responsabilidad (La culpa es de la vaca). También sirven, como metáfora, para hablar de la participación política y de la construcción de paz.
Ahora que se plantea la participación de la sociedad en la mesa Gobierno-ELN, aflora una tendencia que, a mi juicio, es peligrosa, así tenga la mejor intención del mundo: limitar y acotar la participación. El argumento es simple: no se puede dejar que la gente hable de lo divino y lo humano porque eso no es práctico ni conduce a nada.
Supongamos que se instala la mesa y que en el municipio de Morro Pelao se abre un cabildo para hablar de paz y allí llega don Jacinto (o doña Jacinta, para el caso da lo mismo, no me condenen por ello); y quiere participar para decir que su vaca está enferma. Es posible que las vacas no estén previstas en las agendas de los tecnócratas que el gobierno delegue para tales cabildos ni en los listados del movimiento social, pero eso no descalifica la agenda de don Jacinto ni su voluntad de participación: él quiere hablar de su vaca.
Es posible que no pueda citar los precios de los medicamentos ni los elementos de la medicina veterinaria que necesita, pero el deber de los organizadores es poner en contexto su reclamo y avanzar en la construcción de paz. Si los que dirigen los cabildos no son capaces, la culpa no es de la vaca sino de ellos.
De los grandes empresarios a los que una vaca no les dice nada, espero que digan que “no se puede abrir el diálogo a todo divino y lo humano”, pero no espero eso de quienes precisamente invocan a don Jacinto y a doña Jacinta para pedir justicia social.
En otras palabras, la primera fase de la participación no puede estar acotada a una lista de temas, así sea hecha desde lo más preclaro del movimiento social. En un país sin democracia, con grave déficit de participación social, lo úlitmo que se puede hacer son unos foros para decirle a la gente: de qué hablar y hasta qué decir. No. El error, creo, está en pensar que la vaca es el punto de llegada y no el punto de partida. El derecho a la catarsis debe ser visto con el respeto debido y no reducido a una burla de la seudorracionalidad urbana y centralista.
El campesino, don Jacinto, a lo mejor no quiere participar para que eso conduzca necesariamente a algo (he aquí el culto neoliberal a la eficacia y a la eficiencia), sino que quiere ejercitar un derecho. Una libertad que dice de antemano en qué ser libre no es una libertad.
Eso parecerá ingenuo y hasta ridículo a ciertos camaradas y a ciertos empresarios amigos de la paz, pero no se han dado cuenta que fueron don Jacinto y doña Jacinta (a lo mejor) algunos de los que votaron por el No, porque no se sintieron representados (este último argumento lo he escuchado en muchas partes del país).
Es indispensable (y triste tener que) recordar que lo que piensa don Jacinto y sus preocupaciones por la vaca, la mata de yuca y la manguera del agua, también son importantes y son cosas políticas. Las partes negociadoras y la sociedad deben recordar que hasta una vaca puede ayudar a crear paz.
Que tampoco se les olvide que el voto de José Obdulio (aunque a lo mejor a él no le guste) vale tanto como el de don Jacinto y el de doña Jacinta. Así que ya sea por principios democráticos o por oportunismo político, dejemos de buena gana que se hable de la vaca, y escuchemos con respeto a don Jacinto. Digo, si no es mucho pedir. Total, hablar de participación no mata, pero el paramilitarismo sí mata.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas