Víctor de Currea-Lugo | 17 de marzo de 2022
Nos han dicho, por años, que la comunidad internacional está compuesta de Estados soberanos, autónomos, independientes, y cada uno tiene un puesto en la ONU igual de grande. Pero ¿eso es verdad? Pienso que hoy el mundo, como ha pasado por mucho tiempo, está en manos de los Estados imperiales.
Nos han dicho que la ONU es un espacio de igualdad entre soberanos, pero eso solo pasa en la Asamblea General, un espacio donde los Estados pueden decir lo que quieran, es el reino de la lengua. Pero el espacio de poder real no es la Asamblea General sino el Consejo de Seguridad, donde están los grandes, los que otrora fueron imperios. Ese es el reino del puño, no de la lengua.
La ONU, recordemos, es hijastra de la Liga de las Naciones, otra alianza imperial donde los países subalternos no eran tratados como entidades soberanas sino como pueblos atrasados, tal como claramente lo muestra el Tratado de Versalles. Y así podemos ir de para atrás.
Lo mismo pasa con las normas de derecho internacional. No es lo mismo agredir un país siendo Haití o Zimbabue, que siendo un Estado imperial. Estados Unidos construyó la cárcel de Guantánamo, contraria a los principios del DIH, y no pasó nada. No se puede explicar la guerra en Darfur ni la paz en Sudán sin contar con China, la ofensiva en Mali sin incluir a Francia, el genocidio de palestinos por parte de Israel sin el apoyo de Estados Unidos, ni la guerra en Siria sin el factor ruso.
La democracia existe si un Estado imperial la bendice como en el caso colombiano, las violaciones de derechos humanos no son importantes si produces petróleo y te llamas Arabia Saudita, los genocidios no cuentan si es contra minorías en Birmania que le surte jade a China. Y así hay una larga lista de casos.
Ya sé que la Corte Internacional de Justicia discute qué pasa en las fronteras entre Colombia y Nicaragua, o entre Argentina y Chile, pero (dejando los nacionalismos de lado) esos son temas secundarios de lo internacional. Los temas importantes, como la tenencia de armamento nuclear, los préstamos de la banca internacional, el cambio climático, el mercado de hidrocarburos, la creación de bloques económicos, no son un asunto donde los Estados vayan a discutir de igual a igual el siguiente paso.
Los que cortan el bacalao, como dicen en España, son los Estado imperiales. Son los mismos que tienen la sartén de la ONU por el mango y que pueden decidir qué es una amenaza a la paz y cómo actuar, pero a su vez son los mismos que producen más del 90% de armas en el mundo.
El problema es que necesitamos de categorías académicas, edulcoradas y neutrales, que sirvan para explicar el mundo y contribuir a la narrativa de que el derecho internacional, la ONU y los pactos tienen algo que decir. Pero no pida ejemplos porque entonces las teorías se derrumban.
Necesitamos hablar de no alineados, de cooperación sur-sur, del fin de la Guerra Fría, para sentir que tenemos algo que decidir en el llamado concierto internacional. Pero eso no es cierto. De hecho, las guerras importan cuando pasan las fronteras y tocan a los Estados imperiales. Por eso hay víctimas de primera y de tercera. En materia de refugiados, no se recibe a los que dice el derecho, sino de acuerdo a la mano de obra que necesita, por ejemplo, Europa.
Con Irán no negocia la ONU sino los 5 grandes más Alemania ¿por qué Alemania? En Mali es Francia la que decide qué hacer o no a nombre de la ONU. En Palestina, Israel sabe que cuenta con el veto de Estados Unidos para que el sionismo pueda hacer lo que le dé la real gana. Birmania sabe que cuenta con el apoyo de China. En Kazajistán entró Rusia a imponer la paz, sin mandato de la ONU, pero usando las mismas categorías de la ONU porque, al fin y al cabo, esa organización no tiene ni vida ni peso propio.
Mientras hay una extensa lista de armas prohibidas como las bombas racimo o las armas químicas, las armas nucleares no se les considera prohibidas sino “convencionales”, por parte de la misma Corte Internacional de Justicia. Esto a sabiendas de que no hay arma más violatoria del principio de distinción, entre civiles y combatientes, que una bomba nuclear. Los Estados imperiales deciden quién puede tener armas nucleares y quién no.
Así podemos mencionar que los Estados imperiales ofrecen hasta comprar cuotas de contaminación a los vasallos, para continuar aumentando el daño ambiental y el calentamiento global. Ellos deciden empezar y acabar las guerras, y acceder o no a las vacunas que deberían de ser de propiedad mundial. Basta mirar lo que pasa en esta pandemia.
Y los medios de comunicación, que son más bien de propaganda de los Estados imperiales, tal como lo muestra la guerra en Ucrania, insisten en convencernos de un sistema internacional que no es tal. Ellos deciden cuáles son los criminales de guerra y los Estados canallas (los llamados “rogue states”), cuando realmente existen los Estados imperiales, todos por definición, canallas.