Los indígenas y la modernidad

Víctor de Currea-Lugo nero de 2018

Los indígenas están dando una lección: salieron a defender la paz que firmaron el gobierno y las FARC, lo que no hacen el Congreso, las Fuerzas Armadas, ni menos el presidente Santos.

No soy indigenista y no comparto la cosmogonía que habla de la Madre Tierra. Es más, no entiendo eso de los “hermanos mayores” categoría que me convierte inmediatamente en un hermano menor. Pero saludo de pie la lección de “modernidad y civilización” que nos dan hoy los indígenas colombianos.

Aclaro que no soy partidario de las categorías indígenas porque tengo un pensamiento anclado en la modernidad occidental; esto no es bueno ni malo sino es un hecho (esta aclaración es importante para que no me acusen de Pacha-mamerto). Tampoco digo “nuestros indígenas” como si fueran propiedad, pero cada uno puede hablar como mejor le parezca. El punto central es que hoy los indígenas están dando una lección al país: salieron a defender la paz que firmaron el gobierno y las FARC, lo que no hacen ni en nuestro Congreso, ni las Fuerzas Armadas, ni mucho menos el propio presidente Santos. Los indígenas salieron a defender el país.

Cuatro años después de muchas marchas parciales, hoy están movilizados el 100 % de indígenas de Colombia. Muchos años después de pelear por paz en sus territorios, hoy salen a pelear por la paz de un país que, además, los discrimina. Cientos de años después siguen pidiendo justicia y dignidad, dos palabras tan asociadas con la modernidad. Ahora llamaron a la “Minga Nacional por la vida, el territorio, la paz y el cumplimiento de los acuerdos”.

Los indígenas muestran la lista de crímenes en su contra, incluyendo muerte y amenazas, pero advierten que: “estos graves hechos de violencia, no obedecen a situaciones aisladas como lo pretende mostrar el Gobierno y algunos medios de comunicación, sino a una estrategia sistemática de exterminio para respaldar intereses económicos sobre nuestros territorios, a una lucha de poder por el control territorial y la apropiación de los recursos naturales y economías ilícitas como el narcotráfico, la minería legal e ilegal, la deforestación, el ecoturismo, la exploración y explotación de los recursos. Hay una disputa por controlar los territorios dejados por las FARC y los territorios colectivos de los pueblos étnicos a través del despojo”-

No son marchas de unas horas como hacemos en Bogotá, no. Tampoco hacen asambleas supeditadas al horario de la próxima reunión. Los indígenas colombianos me recuerdan a los habitantes del desierto del Sahara que suelen decir “ustedes tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo”. Los indígenas van en serio.

Ellos entienden a las FARC porque saben lo que es un acuerdo incumplido; uno de sus líderes me decía que más del 95 % de los acuerdos firmados con el gobierno se han quedado en promesas. Más de 1300 acuerdos entre estas comunidades y el Estado central convertidos en letra muerta, aunque los muy doctos y muy modernos abogados del Estado se les llene la boca diciendo en latín Pacta sunt servanda (que traduce: los pactos son para cumplirlos). En Colombia no, aquí los pactos son para incumplirlos y limpiarse con ellos, cuando no para luego perseguir a los firmantes.

Hay quienes, contrario a la historia y la realidad, acusan al movimiento indígena de haber estado “al servicio de las FARC” olvidando que los indígenas pusieron muertos defendiendo su autonomía, que rescataron indígenas menores de edad reclutados a la fuerza, qué se opusieron al abuso de sus tierras y que defendieron sus territorios tanto de las FARC como de la represión del Estado. Y vean qué paradoja: los últimos que fueron admitidos en La Habana son los primeros que salen de verdad a defender el Acuerdo. Es más, allí llegaron más por presión que por invitación, como me lo han explicado muchos de sus líderes. Y lo mismo pasa con el ELN: los indígenas no dudan en señalarles a los elenos sus errores, en reclamarles justicia, en recordarles quiénes son la autoridad en los territorios.

Los indígenas defienden la paz aunque el Acuerdo negoció una geografía de la desmovilización que generaba tensiones con sus tierras y un manejo de los cultivos de uso ilícito que no les fue consultado. Dan una lección de que el problema no está en el texto sino en la práctica, y parece que no se enredan en la forma del texto de La Habana para, en cambio, salir a defender el fondo que es el fin de la guerra. Uno de ellos, hace más de un año, parafraseaba el proceso diciendo: “nada está acordado hasta que todo esté implementado”.

Marx decía de la religión algo que citan a medias. Para él, como todos sabemos, “la religión es el opio del pueblo”, pero también es para el mismo Marx es “el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de situaciones carentes de espíritu”. Claro que lo indígena no es una religión, pero para mí, occidental y urbano, en esta época de desasosiegos, veo en ellos “el espíritu de situaciones carentes de espíritu”.

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Foto: Vìctor de Currea Lugo

Los indígenas nos dan una clara advertencia que el país no quiere escuchar: “No podemos permitirnos, que aquellos que se aprovecharon de los recursos de la guerra, hoy se aprovechen de los recursos de la paz”. Hablan de derechos, hablan desde el derecho, desde la noción de libertad e igualdad que prometió la moderna revolución francesa, la de Danton: la de los descamisados; no la de Robespierre​ y su régimen de terror.

Por eso digo con total convicción que puedo aprender más de solidaridad, dignidad y fraternidad, con los indígenas que con John Locke: ese inglés literato de la Ilustración, que tanto citan los modernos, olvidando que era dueño de una empresa de esclavos; un esclavista como Adam Smith, Montesquieu, Bentham, Mill, Jefferson y Washington.

P. D. Si dividen el país -como proponía Paloma Valencia- y dejan a uribistas, paramilitares y demás sujetos afines, yo me quedo del lado de los indígenas para seguir aprendiendo sobre la modernidad.

Publicada originalmente el 1 de noviembre de 2017