Víctor de Currea-Lugo | 22 de julio de 2021
Los caracoles andan con su casa a cuesta, no tienen la posibilidad de dejar nada atrás sin dejar de ser. Algo así le pasa a Medellín, arrastra su pasado y todas sus complejidades aún en medio del paro nacional.
Pero lo que Medellín no tiene de caracol es ese andar tan lento. Al ritmo del país empezaron las protestas en una ciudad y un departamento marcados por el uribismo, el narcotráfico, el paramilitarismo, los poderes empresariales, la disponibilidad de armas, el crimen organizado, la violencia y una gran inequidad.
En otras palabras, no es lo mismo protestar en Magdalena, donde el gobernador ha estado del lado de la gente, que en Medellín, donde pareciera que todos los poderes se unieron para advertir, de una u otra manera, a los manifestantes la frase que se oye en sus barrios populares: “no me caliente el parche”; algo así como no me dañe mi zona de negocios.
En Medellín estuve en la marcha de la gente de bien, en la que gente camandulera, con biblias e imágenes religiosas, caminaba vestida de blanco bendiciendo a la fuerza pública. El uribismo se mantiene en Medellín, sería una tontería negarlo. Ese uribismo se expresa tanto en los poderes locales, en la lógica de la Policía, como en las marchas de la gente de bien.
Y también estuve en un “costurero”, en el que un grupo mayoritariamente mujeres tejía consignas contra el Esmad e intercambiaban sus análisis de contexto político, a la vez que sus manos repetían esas viejas costuras que uno inevitablemente asocia a las manos de la abuela.
Las noticias del paro en Medellín son una mezcla de actividades culturales, de marchas de algunos sectores sociales (como el magisterio) y de denuncias por detenciones, ataques a la misión médica, torturas, violencia contra la prensa, lesiones oculares por acciones del Esmad y un incremento de amenazas para desmovilizar las marchas. Un paisa me dice: “Todos tenemos derecho a salir a pedir lo que queremos”, pero al mismo tiempo llegan las noticias sobre todas las dificultades impuestas para impedir la movilización social.
Los ni-ni
Esta es una expresión despectiva que escuché en España: los que ni trabajan ni estudian. Allá se asocia a la pereza. Aquí son gente sin posibilidades. De hecho, uno de los grandes aprendizajes del paro es que ya no se dice “mi hermano no quiere trabajar”, sino “mi hermano no tiene oportunidades”. Y eso es un avance.
Los muchachos del paro se agrupan en una juventud popular, más allá de la estudiantil. Hablando con quien les ha prestado asesoría jurídica, me cuenta que una vez hubo 120 manifestantes que se presumían detenidos y que solo dos eran de la Universidad de Antioquia. Es decir, no se trata de un movimiento estudiantil, sino de jóvenes excluidos de las posibilidades educativas.
El joven que está en la calle hoy es el que ha creado el neoliberalismo, pero también la Constitución Política de 1991. Es el que recibió la promesa de los derechos humanos, pero se debate frente a un modelo de libertad de mercado que incluye su mano de obra, cada vez más mal pagada.
Históricamente, los muchachos de barrios populares y periféricos, solo por su origen, tienen más problemas para conseguir un trabajo. Incluso, algunos ponen otro sitio de vivienda para tratar de evitar la estigmatización.
Una de las noches nos fuimos a un concierto de punk, allí se expresaba la ira política de los jóvenes y su vacío existencial; sus quejas frente a un Estado indolente: las agendas políticas y vitales se confluían en una sola. Hay que diferenciar entre tener varias luchas y tener luchas fragmentadas: una lucha puede tener varias agendas, pero estas no son necesariamente incompatibles.
Las barras de fútbol
Recuerdo que una forma de medir el avance de la conciencia política en Túnez era, según lo decía la propia gente, que habían dejado de hablar todo el tiempo de fútbol para saltar a hablar de política. Y eso mismo se ha dado en muchas zonas del país, incluyendo Medellín.
Las barras de fútbol son una forma de organización juvenil de la que participan, precisamente, algunos de estos ni-ni. Están acostumbradas a confrontaciones en espacios públicos y a negociaciones con autoridades de sus agendas ciudadanas. Por tanto, es de esperar que se sumen al paro.
Alejandra Montoya, activista social y de las barras del Nacional, me dice: “Un hincha es alguien que está en las buenas y en las malas, eso quiere decir que si ustedes están en el paro harán que eso crezca, disminuya o se mueva”.
Los hinchas no vienen a ver ganar a su equipo, vienen a acompañar. Con este objetivo, los que pueden se acercan con las otras barras, marchan juntos, incluso se auxilian cuando hay que correr ante la arremetida de la fuerza pública.
En la canalización del Río Medellín, debajo del puente de la 4 Sur, me reuní con una barra del Nacional: Pueblo Verdolaga, ahí unas 20 personas hicieron una olla comunitaria y pintaron un mural a favor del paro, con los colores de su equipo de fútbol.
La Primera Línea de Medellín
Medellín es un territorio con una gran tradición de organización juvenil, ya sea a través de grupos culturales, combos, milicias, bandas al servicio del paramilitarismo, equipos deportivos o delincuencia común. Por tanto, no es una novedad que confluya de manera organizada frente al paro.
Las primeras líneas son un reflejo del país que tenemos y eso incluye, como lo vimos en la visita, madres solteras, desempleados, profesionales a la deriva, muchachos de barriada y más. Y, sí, hay gente que consume marihuana, hay delincuentes y hasta policías infiltrados. ¿Esperan acaso a la guardia de Buckingham?
También hay un rechazo crónico de la juventud contra la Policía por su arbitrariedad. La violencia ha hecho a los jóvenes sospechosos y a los policías bandidos. La estigmatización se expresa en persecuciones, escapadas y enfrentamientos.
La respuesta brutal de la policía, los infiltrados, la presencia de carros sospechosos en los sitios de concentración, la indignación y la rabia que quita el miedo a seguir callados, escondidos o invisibles, explican aún más el nacimiento de la Primera Línea en Medellín.
Uno de sus líderes, Anthony, me aclara que son “un grupo de contención que protege al marchante de peligros como el vandalismo, los robos o cuando hay choques con la fuerza pública. Esto se refiere a la ubicación dentro de las marchas, no se refería a un grupo determinado, y ahora se asocia a lo que nosotros hacemos. Cogió fuerza desde hace dos años, pero conocemos casos de primera línea en los años noventa.”
Misión médica y derechos humanos
Cuando el alcalde Daniel Quintero limitó el acceso al Puesto de Mando Unificado (PMU), apareció una estructura que se llama PMUP (Puesto de Monitoreo Unificado Popular). La “M” deja de referirse al mando porque no son una organización que da órdenes, sino que acompaña, y la palabra “Popular” aparece para deslindarse de la estructura burocrática de la Alcaldía. En esa defensa de los derechos, se suman otros actores, como el Proceso Social de Garantías (PSG), que nació hace más de cinco años, y que es el impulsor de este puesto de monitoreo.
También están la Defensoría Pública Popular, que es una instancia donde la sociedad se articula y de alguna manera confronta una Defensoría coaptada por el Estado, y el Bloque Popular de Salud, donde confluyen profesores universitarios, personal de salud y voluntarios para acompañar y garantizar una atención médica de calidad a los heridos en medio de las protestas.
Leyder Perdomo, integrante de la Corporación Jurídica de Libertad y del PSG, me cuenta: “Quisimos convocar a otros abogados y abogadas para ejercer la defensa técnica de personas judicializadas en el marco del paro nacional (…) Aportan a su manera; de pronto no marchan, pero se suman a la defensa jurídica como una forma de aportar al paro”.
Y para Elena Vega, estudiante de Medicina, “tenemos un deber ético y es el de velar por la vida y la salud. Y más allá de esto, también debemos asumir una postura política. El hecho de estar apoyando las movilizaciones en la atención en salud es también generar una permanencia sobre la protección de la movilización, de la protesta, de la vida”.
Parque de la Resistencia
Como en otras partes del país que han ido renombrando algunos lugares en medio de la protesta, existe el parque, ya no de los Deseos, sino de la Resistencia (bueno, resistir también es un deseo). Las marchas suelen salir o terminar en esta plaza pública, lo que fortalece su valor como símbolo.
Allí hay un centro de recolección de ayudas, donde han traído desde leche hasta escudos y cascos. Detrás de ese espacio y de la gente que intenta estar allí día y noche, lo que observé es una gran sensibilidad social y una organización casi asamblearia, sin ningún tipo de estructura piramidal.
En los diálogos del parque de la Resistencia se mencionan temas nacionales, como las empresas de salud; regionales, como Hidroituango o los muertos que bajan por el río Cauca, también aparecen historias locales de la Operación Orión y de las recientes detenciones arbitrarias.
La historia de violencia y de control territorial por bandas, bandolas y grupos armados en Medellín lleva a que el establecimiento permanente de sitios de bloqueos sea muy difícil, por eso, el arte y las expresiones artísticas hacen parte de la naturaleza paisa y se convierten en una alternativa frente a la imposibilidad real de desarrollar bloqueos permanentes.
El parque de La Resistencia se aviva con ello, con arte popular, callejero y hasta clásico, que resiste y aporta a la transformación cultural. Aquí se dice Resistencia, pero también se dice Re-Existencia.
Parte de las tensiones que se viven en Medellín cuando se expresa la protesta social contra lo establecido, radica en un ideal de la resistencia como demostración de fuerza confrontado con la resistencia como forma cultural de aguante frente a unos poderes fácticos, reales, en lo profundo de cada barrio, que se rebelan y dicen no, ya no más.