Víctor de Currea-Lugo | 22 de abril de 2024
Compañero presidente Gustavo Petro: lamento escribir este texto porque mataron a mi amigo Narciso Beleño. Lo asesinaron los paramilitares en el Sur de Bolívar. Permítame, señor presidente, que le cuente cómo conocí a Narciso y quién era.
Hace muchos años, organicé un seminario en una universidad para hablar de la paz con el ELN.
Invité a gente de varias regiones a que nos contaran cómo veían la paz. Robert Daza, hoy senador, vino por Nariño; la líder social Marylén Serna Salinas nos contó qué pasaba en el Cauca; y, desde su querido Sur de Bolívar, nos visitó Narciso Beleño Belaides. Hasta sacamos un libro con esas conferencias.
Reuerdo, presidente, que al comienzo de su intervención pidió perdón por no ser estudiado y ahora hablar en una universidad. Aclaró: “El trasegar del camino y de buscar paz en una región es lo que me ha traído a estos escenarios, pero no por mi educación, ya que mi grado de escolaridad fue muy pobre”. Fue un excluido, un históricamente excluido.
También dijo: “Nosotros consideramos que la guerra en Colombia tiene como razones fundamentales el despojo, la exclusión política, el desconocimiento de derechos; y como todo esto se conjuga cotidianamente, esto para nosotros es la guerra” y, por tanto, la paz debería ser la solución de esos problemas.
Dijo cosas que se pueden repetir hoy en día; cosas que una década después siguen estando vigentes: “Solamente por vivir en el Sur de Bolívar somos tildados de vándalos y guerrilleros”.
“Así, la situación militar en el Sur de Bolívar es bastante compleja. Por ejemplo, yo me demoré tres días para llegar aquí”. Usted sabe de eso, presidente; eso no tengo que explicárselo, ni mucho menos recordarle que en muchas cosas el país sigue siendo el mismo.
Narciso sabía lo que era la persecusión, la detención arbitraria, las amenazas, los paros. De hecho, nos volvimos a ver en un paro nacional, el de 2016. Allí estaba con mucha otra gente campesina, bloqueando las vías para que el Gobierno los oyera. Fue muy bello abrazarlo y saber de él y de sus luchas.
No hablábamos seguido, pero había una sensación entrañable cuando sabía de él. Siempre le enviaba saludos; y él solía hacerme saber de sus cuitas. Después nos vimos en Micoahumado, cuando los paramilitares ya se asomaban, en eventos políticos en Bogotá y un par de veces en Bucaramanga.
Narciso Beleño se creía el cuento de la paz
Trabajó por la paz, de verdad; no en conferencias de salones elegantes, sino con sus compañeros de organización: Fedeagromisbol, la Federación Agrominera del Sur de Bolívar. Creía en la paz, pero no era ingenuo.
Decía: “¿Pero es que cómo vamos a hablar de paz cuando no hay ni educación, ni atención médica básica? ¿Cómo vamos a hablar de paz cuando ni siquiera sabemos quién es el dueño de la serranía del Sur de Bolívar?”.
Lo vi de nuevo en los espacios de construcción de paz del Gobienor de Santos con el ELN, en unas reuniones en que estaban el Gobierno, el ELN y la sociedad civil, en Tocancipá, en las afueras de Bogotá. Él, como muchos otros, ayudó a construir una propuesta de paz que, me cuentan, no fue tenida en cuenta por la delegación del Gobierno que ahora habla con el ELN.
Yo no sé si votó por usted, creo que sí. No porque lo quiera suponer, sino porque él siempre estuvo del lado de los pobres. Pero eso hoy no importa; importa que dio la vida por la paz como cientos de líderes sociales asesinados en Colombia; sé que él esperaba que con un Gobierno diferente los muertos fueran menos.
No le escribo para pasarle cuentas de cobro, señor presidente; sé que el paramilitarismo va más allá de su gestión, que los poderes fácticos en las regiones son difíciles de tocar, que Roma no se hizo en un día. Pero aprovecho para decirle que siempre podemos hacer algo más, siempre.
No sé si usted lo sabe, pero no es con vacíos Puestos de Mando Unificado por la Vida, que solo existen en los papeles, que vamos a evitar las muertes; no es, sin duda, con la permanencia de militares cómplices en las filas; no es, sin duda, con empleados de derecha que siguen en el Estado entorpeciendo todo avance.
Pero tampoco es, señor presidente, con gente venida de la izquierda y hasta de las organizaciones sociales que esto va a cambiar, sobre todo si ellos reproducen los mismos rituales burocráticos e inútiles de la derecha. No es con ONG enredadas en debates semánticos y de espaldas al país que vamos a salir de esto.
Ya sé que hay una larga lista de muertos antes de Narciso y, como van las cosas, habrá más después de él; pero uno habla desde sus dolores íntimos. El muerto de hoy, mi muerto de hoy, nuestro muerto de hoy se llama Narciso Beleño.
Narciso se fue y no tuve el derecho a una última conversación, a que pudiera aceptar otra de sus invitaciones a Micoahumado, sin poder darle un abrazo y eso jode en el fondo del alma, entrando a mano izquierda, sí, izquierda como lo era él y como son sus amigos.
Él acabó su intervención en esa universidad diciendo: “Cuando no haya exclusión política, cuando haya vida digna, cuando haya derecho y oportunidades para todos nosotros, entonces, ahí habrá paz. El Sur de Bolívar estará ahí para todo el que busque paz para todos nosotros”.
Señor presidente, pienso que le fallamos a Narciso; a cientos, a muchos otros, a los asesinados antes de él. Al liderazgo social lo siguien matando y le repito que siempre podemos hacer algo más, siempre.