Víctor de Currea Lugo | 3 de enero de 2016
Combatirlo bombardeando civiles, persiguiendo refugiados y cerrando fronteras es el camino más fácil para fortalecer a los radicales.
No hay fórmulas mágicas y menos frente a amenazas tan novedosas como Daesh: el Estado Islámico. Suena arriesgado decir cómo enfrentar una de las mayores amenazas actuales, pero sí es posible mencionar algunas claves.
Uno: cortar por completo y de inmediato el apoyo de Arabia Saudita y, en general, de diferentes monarquías árabes a los islamistas radicales. El islam pensado en wahabismo y las armas provenientes del golfo Pérsico han sido fundamentales en la formación del Estado Islámico. Esto afectaría a radicales, no sólo en Oriente Medio sino también en Pakistán, Nigeria y otras partes del mundo.
Dos: obligar a que Turquía, miembro de la OTAN y eterno aspirante a ser parte de la Unión Europea, deje de comprar petróleo al Estado Islámico. Parte de la supervivencia de este grupo radical depende de sus recursos económicos, dentro de los cuales están los impuestos que cobran a los millones de personas bajo su control y la venta de petróleo en el mercado internacional.
Tres: garantizar una atención digna a los miles de refugiados en los países fronterizos de Siria, como Líbano, Turquía y Jordania; la discriminación y explotación de ellos contribuyen a su radicalización. Vale agregar que las monarquías del golfo tienen sus puertas completamente cerradas a los refugiados.
Cuatro: integrar las comunidades suníes en Irak. Desde 2004, por imposición de Estados Unidos, en Irak gobierna un régimen revanchista kurdo-chií, que se ha dedicado a excluir y perseguir suníes; al tiempo, se han producido ataques con explosivos contra mezquitas suníes y el asesinato de sus líderes. Estas políticas han empujado a que un sector de la población prefiera al Estado Islámico, que dice protegerlos, que a las autoridades iraquíes.
Cinco: resolver el conflicto sirio que nació por tensiones sociopolíticas, pésimamente manejadas por el presidente Bashar al-Asad, y giró a un conflicto armado. Los vacíos de poder dejados por los rebeldes prodemocráticos y por el régimen fueron llenados por islamistas pro Al Qaeda llegados principalmente de Irak. Garantizar la autodeterminación de los sirios, respetando sus agendas internas, es fundamental para combatir al Estado Islámico.
Seis: resolver el problema kurdo. A este pueblo históricamente se le ha negado una solución justa y definitiva a sus anhelos de independencia y/o autonomía política. Han sido atacados por el Estado Islámico tanto en Irak como en Siria. Y son precisamente ellos el principal freno al avance del Estado Islámico, quien no ha podido derrotarlos en el nororiente de Irak ni en el norte de Siria. Sin los kurdos no es posible derrotar al Estado Islámico, pero su sacrificio no puede exigirse a cambio de nada.
Siete: combatir la islamofobia. La exacerbación del nacionalismo, la marginación de comunidades musulmanas en Europa y la satanización del islam sólo contribuyen a una falsa “guerra de civilizaciones”, que niega los elementos socioeconómicos de algunas comunidades, muy bien aprovechados por el Estado Islámico para su campaña de crecimiento. Conviene, además, impulsar un diálogo intrarreligioso, sobre las tensiones entre suníes y chiíes, que el Estado Islámico instrumentaliza.
Ocho: reformular el compromiso de Europa con los derechos humanos. El trato brindado a los (porcentualmente pocos) refugiados de Oriente Medio que llegan a Europa muestra claramente su doble moral, su esquizofrenia entre lo que pregona y lo que hace, y su traición al derecho internacional. Esta “cacería de refugiados” no frena el terrorismo en Europa sino que lo alimenta. Hay que perseguir las mafias que trafican con personas y no a los inmigrantes.
Nueve: apoyar sectores democráticos en Oriente Medio. Hay que renunciar a la lógica de buenos y malos, de Oriente y Occidente, como un simplismo para explicar la complejidad de la región. Más allá de agendas internacionales y de títeres de las potencias, hay agendas y organizaciones locales realmente comprometidas con procesos democráticos y que deberían contar con la solidaridad mundial.
Diez: terminar la ocupación de Palestina por parte de Israel. Se suele decir que no habrá paz en el mundo mientras no la haya en Oriente Medio, pero esta no será posible mientras no haya paz en Palestina. No basta con derrotar al Estado Islámico si no se resuelve uno de los principales problemas de la región: la falta de autodeterminación del pueblo palestino.
Once: que las potencias pidan perdón. Estados Unidos, Francia e Inglaterra son responsables parciales de la aparición del Estado Islámico por su injerencia y por la lógica colonial con que actúan en la región (por ejemplo, la invasión a Irak en 2003). Por esto, deben reconocer sus errores. Pero, además, deben suspender los bombardeos, entre otras cosas, por su alto grado de afectación a la población civil, lo que paradójicamente fortalece al Estado Islámico, y deben dejar de ver la región simplemente como un gran pozo de petróleo.