Víctor de Currea-Lugo | 18 de noviembre de 2025
La ONU es de las pocas instituciones que de verdad han hecho algo por Palestina, pero lo han hecho mal. En 1947 partió su territorio y en 1982 abandonó a los civiles en Beirut para que fueran masacrados.
En 2002, el informe Bertini autorizaba que los soldados israelíes pudieran detener a las ambulancias hasta “por treinta minutos”, lo que es una eternidad médica si pensamos en un parto o en un infarto. Y ahora, en 2025, vuelve a repetir sus malas decisiones.
El Consejo de Seguridad acabó de aprobar la Resolución 2803 (del 17 de noviembre de 2025) que, en resumen, respaldó la decisión de Trump y de Netanyahu sobre Gaza y “acogió con beneplácito el Plan Integral para Poner Fin al Conflicto de Gaza”. Eso no acaba el conflicto, ni la ocupación.
“La situación en la Franja de Gaza representa una amenaza para la paz regional y la seguridad”, pero parece que no es una amenaza el genocidio contra los palestinos, los ataques contra buena parte de los vecinos de Israel, ni la sistemática violación de la normatividad internacional.
La ONU “hace suyo el Plan Integral” de Trump para Gaza (recomiendo leer mi análisis «Plan de paz para Gaza: entre el garrote y la zanahoria envenenada»). En esa propuesta no aparece la autodeterminación de los palestinos, quienes parecen reducidos a meros espectadores de un plan propuesto por los aliados de sus genocidas.
Habla de los “principios del derecho internacional pertinentes”, pero no son pertinentes la ocupación, los asentamientos, el estatuto de Jerusalén, ni el retorno de los refugiados. Por supuesto, sobra decir que el derecho a la resistencia frente a una ocupación armada fue borrado de un plumazo.
La propuesta acepta la propuesta de dos Estados de Arabia Saudita y Francia, una propuesta que, en el mejor de los casos, crea un espacio para los palestinos, sin que ellos tengan la característica esencial que define un Estado: el monopolio del uso de la fuerza.
Hasta la ayuda humanitaria, de entrada, lleva una condición “que esa ayuda se destine exclusivamente a usos pacíficos y no sea desviada por grupos armados”. No hay la más mínima mención a la hambruna, ni a los controles israelíes que han hecho posible la crisis actual.
La propuesta crea un “comité palestino tecnocrático”, algo así como un grupo de palestinos a los que no se les reconoce un papel claro ni una estancia alguna de poder. O sea, meros espectadores. No está en la agenda los crímenes de guerra cometidos por Israel
Una “Fuerza Internacional de Estabilización” (muy diferente a la fuerza propuesta por de “Unidos por la Paz”), que actuará en “estrecha consulta y cooperación con la República Árabe de Egipto y el Estado de Israel”.
Y se formará una policía palestina cuya primera tarea será “garantizar la seguridad de las zonas fronterizas” y luego asegurar “el proceso de desmilitarización de la Franja de Gaza”, lo que implicará una guerra entre palestinos.
Mientras el ejército de Israel se retiraría “salvo una presencia perimetral de seguridad que permanecerá hasta que Gaza esté debidamente protegida frente a cualquier resurgimiento de la amenaza terrorista”.
¿En qué queda el plan de Gustavo Petro?
El primer golpe a la propuesta colombiana fue el plan de Trump, porque allí impuso una lectura del conflicto basada en la lucha contra el terror y no en una ocupación ni en un genocidio.
Aunque tanto Trump como el presidente Petro proponen el despliegue de tropas, su naturaleza y sus respectivas tareas no coinciden (recomiendo mi columna «Tropas para Gaza… ¿al servicio de quién?«). Mientras Gustavo Petro plantea liberar a Gaza para que los palestinos ejerzan su derecho a la autodeterminación, Trump propone una fuerza internacional que dependa de lo que dicte el Estado ocupante: Israel.
Ahora, la propuesta de Petro era jurídicamente viable porque (requisito indispensable) el Consejo de Seguridad estaba bloqueado en sus debates sobre Gaza debido al veto sostenido de los Estados Unidos.
Pero ahora el tema vuelve a estar de la agenda del Consejo de Seguridad y, por tanto, la Asamblea General poco puede decir y mucho menos activar la propuesta colombiana de “Unidos por la Paz”.
Incluso sería utópico pensar en la convivencia de ambas propuestas, porque a nadie le cabe imaginar el despliegue de tropas bajo banderas de la ONU en un mismo escenario y con mandatos diferentes.
¿Cómo fue eso posible? La abstención de Rusia y de China (que, en la práctica, equivale a una aprobación) le dio al aire necesario a Estados Unidos para apropiarse de Gaza. La abstención de las dos potencias es, en última instancia, la firma de una carta blanca para que Trump y su aliado, Benjamín Netanyahu, hagan lo que quieran en Gaza. Algún día (y en otra columna) hablaremos de la responsabilidad por omisión, que no es poca de cara a un genocidio.
¿Qué nos queda?
¿Qué nos queda? Esperar, qué palabra tan pesimista en este contexto. Esperar a que el plan de Trump caiga por su propio peso y que el mundo entienda que no se trata de un plan para poner fin al conflicto, sino para perpetuar la ocupación.
Las tropas que lleguen no serán, en su esencia, diferentes de las que acompañaron a Estados Unidos en sus invasiones a Afganistán e Irak. La reconstrucción será otro negocio y el derecho internacional verá otro fracaso.
Al final, lo que aprobó hoy la ONU no es un camino hacia la paz, sino una administración más elegante de la ocupación. A Gaza no le ofrecen autodeterminación, sino un manual de cómo seguir sobreviviendo bajo control ajeno. Y lo llaman “plan integral”.
Rusia y China se abstuvieron, Estados Unidos redactó el guion e Israel lo ejecuta. Los palestinos vuelven a quedar donde siempre: fuera de la mesa y dentro del campo de fuego. La comunidad internacional celebra “estabilizar” un crimen que no se atreve a nombrar: la ocupación.
PD: Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente la posición de la institución para la cual trabaja. El autor es el asesor presidencial para Oriente Medio, del gobierno colombiano.












