Víctor de Currea-Lugo | 17 de noviembre de 2023
Me aparto de los que dicen que la ONU en el caso de Palestina ha sido inútil. No lo ha sido, más bien ha sido dañina. Por eso, su última resolución sobre Gaza es más de lo mismo: muy poco y muy tarde o, como suelen decir en la comunidad internacional: “too litte, too late”.
En 1937, antes de la Segunda Guerra Mundial, ya Reino Unido había propuesto a la comunidad internacional dividir el territorio de la histórica Palestina dándole más de la mitad a la recién llegada (desde finales del siglo XIX) migración judía y el resto a los palestinos.
Un década después, la ONU adoptó esa propuesta llamada “Plan de Partición”, así que la ONU es la responsable de la partición del territorio, propuesta que dio origen a la declaración unilateral del Estado de Israel y a la guerra de 1948.
La ONU declaró que todos los palestinos expulsados en 1948 tenían derecho a regresar a sus casas. Es más, en 1949 la ONU aceptó a Israel como miembro pleno con dos condiciones: respetar el plan de partición de 1947 (y no las fronteras de la guerra de 1948) y permitir el regreso de los refugiados palestinos. Dos cosas que nunca ha hecho.
En 1967, después de la Guerra de los Seis Días, la ONU declaró, en una de sus resoluciones, que las tropas israelíes debían regresar a las fronteras de la guerra de 1948, con lo cual el Plan de Partición pasó a la basura y, de esta manera, la ONU legalizó las ocupación de 1948.
En 1982, la ONU le dijo a Yasir Arafat que él y sus milicias de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) debería retirarse de los campamentos de refugiados palestinos en Beirut, Líbano. Todo esto en el marco de la guerra civil libanesa. Arafat hizo caso y se fue para Túnez.
Tres semanas después, las milicias maronitas con el apoyo del Ejército de Israel entraron y masacraron a miles de palestinos en los campamentos de Sabra y Chatila. Y la ONU no hizo nada efectivo para evitar ese exterminio.
En los años noventa, la ONU respaldó los Acuerdos de Oslo, firmados entre Israel y Palestina, como una hoja de ruta para la solución del conflicto. Esos acuerdos quedaron en el congelador de las páginas muertas y la ONU, de nuevo, miró para otro lado.
En 2004, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), el máximo tribunal de la ONU calificó de ilegal el muro del Apartheid que construye Israel encerrando a los palestinos en guetos. A pesar de la sólida argumentación jurídica, la ONU no ha hecho nada contra ese otro hecho cumplido que, además, crea nuevas fronteras de facto.
Palabras, tan solo palabras
Las cientos de resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad de la ONU no han servido para mayor cosa. La ONU, que no es una ONG (aunque se porte como tal), y cuya principal tarea es velar por la paz y la seguridad internacional, no ha estado a la altura ni de su mandato ni de las víctimas.
Por eso, ante el genocidio en curso, no impone la paz (eso sería cumplir con su mandato), ni siquiera exige el acceso a las víctimas (como haría una ONG decente). La ONU se limita a pedir una pausa, como si un genocidio con pausas fuera menos genocidio.
Propuestas de resolución para ir más allá de lo mínimo han sido rechazadas (el 16 de octubre) o bloqueadas por Estados Unidos (18 de octubre) o inviables por puntos irreconciliables (25 de octubre).
El 15 de noviembre pasado, la propuesta rusa de una tregua humanitaria y un cese al fuego sostenido, fue vetada por Estados Unidos. Finalmente aprobaron una tibia resolución, en la que se abstuvieron de votar Rusia (por considerarla muy poco) y Estados Unidos e Inglaterra porque no se enfocaba en los actos cometidos por Hamas. El día siguiente a la resolución, el 16 de noviembre, Israel rechazó la resolución. Así de simple.
Lo aprobado son “pausas humanitarias” y poco más. El Consejo de Seguridad retomó lo que ya había dicho la Asamblea General el 26 de octubre. Como dijo el representante de Mozambique, esa resolución no apunta a la solución del conflicto. Volver simplemente al escenario de antes del 7 de octubre es perpetuar el statu quo de la ocupación y desperdiciar el nuevo contexto para dar una solución duradera.
La ONU no es una institución, sino un ring de boxeo donde los poderosos miden fuerzas. La Asamblea General es un espacio para la palabra, pero con muy poco poder. El Consejo de Seguridad es el verticalismo en el que los miembros permanentes se imponen.
Esperar que la ONU no se porte como la ONU es como esperar que los sionistas acepten el derecho internacional, que los tibios se comprometan o que Israel sea una democracia. Quimeras de eso que llamamos la “comunidad internacional”.