Víctor de Currea-Lugo | 29 de marzo de 2020
No sabemos cuántos casos hay. Y en eso se mezclan varios elementos: la indisciplina social, la falta de laboratorios, el subregistro de toda epidemia, la ausencia de solidaridad y la falta de liderazgo del Gobierno central. Otros debates giran sobre si se debe o no discutir aspectos estructurales, porque lo urgente debe llevarnos a suspender la discusión sobre lo importante, y también sobre qué sucederá después de que todo esto pase, es decir en la fase de la pospandemia. A partir de eso, me gustaría contribuir a la confusión general con algunas reflexiones.
La primera es que en Colombia hay subregistro, por varias cosas. Una de ellas, porque todavía no tenemos la capacidad instalada que nos permita hacer todos los exámenes de laboratorio necesarios. Por tanto, es probable, solo probable, que hayan fallecido personas por el coronavirus, pero su diagnóstico de muerte no corresponda a la realidad, simple y llanamente por una razón: no se les practicó el test por tanto es ingenuo pensar que las cifras confirmadas corresponden a las cifras reales.
¿Qué tan grande es el desfase entre lo registrado y lo real? Es parte del debate. Lo que tiene que llamarnos la atención es que las cifras confirmadas son un referente, entendiendo siempre que el número real es superior. Incluso, tengo dudas sobre las proyecciones que hace el Instituto Nacional de Salud, que me parecen optimistas, pero ya el tiempo nos dirá la verdad. El INS calcula una mortalidad menor que la de Italia y Francia, e incluso más benévola que la alemana (ojalá tengan razón).
Como en toda epidemia, los datos disponibles son una foto de antier. Es decir, los datos reflejan lo que ha ido pasando o lo que se ha documentado días anteriores. Algunas pruebas han durado sólo tres días en los países desarrollados, en los nuestros, la demora entre la toma de una muestra y el resultado de la prueba está demorando cosa de días. Por tanto, el resultado se obtiene mucho más tarde y por tanto hay que entender que el dato nuestro está aún más atrasado.
El caso de Corea del Sur, trataban de acercar ese pasado al presente haciendo pruebas de manera masiva, incluso aleatoria en las calles. Eso permitió tener un diagnostico más acertado del número de muertos y del número de infectados. Supongamos un país donde no se hace ningún tipo de pruebas, pues oficialmente en ese país no hay nadie infectado con el virus simplemente porque no hay pruebas.
Igualmente, el pico no va a ser tan pronto como predicen las redes sociales. Si se observa el caso de Italia o el caso de España, lo que vemos es que el pico no es leve ni será pronto. Esto no trata de crear pánico ni desinformación, trata de invitar a que seamos aún más racionales con los pocos recursos que tengamos y a que mantengamos las medidas de seguridad. Cualquier noticia que nos invite al optimismo ingenuo debe ser cuestionada, como también cualquier información que nos llama al apocalipsis, la información científica es la más cercana a la realidad, pero teniendo en cuenta que nos llega con días de retraso.
¿Qué variables determinan la respuesta ante la pandemia? por un lado, la organización social. No es lo mismo la respuesta ordenada que impuso el Gobierno chino o las autoridades de Corea del Sur, al desorden italiano: No es lo mismo lo que pueda responder un Estado Social de Derecho como el alemán a lo que pudiera pasar en Haití, no es lo mismo una población que tenga un nivel nutricional previo y un Estado Social volcado en inversión a la salud como en Noruega, a lo que pueda suceder en países donde han privatizado la salud y donde desmantelado lo público. El debate debe ir más allá del número que tengamos hoy las estadísticas.
A partir de ahí es que nos atrevemos a decir que, en Latinoamérica, la pandemia puede ser muy grave teniendo en cuenta la alta vulnerabilidad social, el desmonte del Estado Social y la falta de disciplina social, a lo que hay que agregar un cuarto elemento: la política de las autoridades, torpe y lenta. Miren los casos de México y Brasil.
Todos los hallazgos apuntan a dos palabras: inmediatez y radicalidad, En el caso colombiano, siguen reportándose la entrada y salida de vuelos internacionales. La Ministra del Interior insistió en que los municipios sin el virus no debían aislarse, y otro tipo de cosas que contradicen por completo las enseñanzas internacionales.
El Gobierno colombiano como el estadounidense, responden tarde, responden muy poco y en pésima dirección. El manejo de los recursos financieros para atender la crisis, la conducción de las prioridades en las que los bancos son más importantes que los hospitales, nos llevan sin duda a una dirección equivocada por parte del Estado, ante una crisis en la que ya podemos observar mandatarios regionales y locales con más capacidad de liderazgo que el Gobierno nacional.
Es curioso como las políticas del presidente Duque y sus prioridades se parecen a las del presidente Trump. Primero, negar la cantidad real de la amenaza y actuar con desdén. Segundo, no reconocer las variables sociales que determinan que muchas personas no puedan cumplir la cuarentena o desarrollar una política social precaria para una situación tan grave o lo peor aún, en que los dos coinciden en creer que la problemática de ahora es Venezuela y tratar de priorizar al señor Guaidó sobre el señor Maduro.
¿Qué podemos hacer frente a eso? Pues, aunque suene a oportunismo político, lo cierto es que tenemos dos escenarios, o la solidaridad o la barbarie. La solidaridad implica aprovechar esa discusión que teníamos sobre la necesidad de un pacto social, puede o no ser una constituyente, pero si urge una propuesta política que ponga la vida por encima del capital. Urge colocar los derechos sociales a la salud, a la alimentación, a la pensión, al salario, a las condiciones laborales justas como eje central de un nuevo contrato social de convivencia.
En el otro extremo o la otra propuesta que tenemos, es continuar con una lógica de mercado laboral a destajo, contrataciones miserables, flexibilización laboral, recorte de horas extras, EPS, sistemas de pensiones privados y desmonte de lo público. Esa es la dicotomía que tenemos, lo que nos muestra el mundo es que, entre esos dos caminos, un camino conduce no sólo a poder enfrentar de mejor manera esta pandemia, sino a poder reconstruir ese proyecto de país que llamamos Colombia y que hoy tambalea.
Por el otro lado, tenemos la demagogia vulgar de decir que no es el momento para discutir cosas de fondo, que tenemos es que unirnos simplemente izando el pabellón nacional y a partir de ahí perpetuar unas condiciones de explotación laboral miserables para el personal de salud, unas condiciones sociales de exclusión donde son los más pobres, los migrantes, los vendedores informales y los habitantes de calle los que más enfermos y muertos van a poner en esta crisis. El mayor factor epidemiológico para sufrir en una pandemia se llama pobreza y eso no ha cambiado.
Y ya vueltos oportunistas, según algunos, vale la pena preguntar si ya sabían que Álvaro Uribe Vélez fue el creador de la ley 100, causante de la exclusión de muchas personas y del paseo de la muerte, ¿qué tipo de salud esperaban votando por Duque? Hay empresas que se han hecho aportes, pero esto no se salva con medidas puntuales por más loables que sean. Necesitamos acordar desde un mínimo vital, hasta la refundación de un sistema de salud que mire a la sociedad y no al mercado.
Me acojo ahora a la propuesta de mi amigo Álvaro Leyva Durán, en insistir en un nuevo contrato social, ese que afortunadamente se plasmó en la Constitución de 1991 pero que desafortunadamente ha tenido graves obstáculos. No se trata de esperar a las elecciones presidenciales de 2022, ni a que sucedan pequeños “9 de abril” para entrar en razón. Invito a un “Pacto nacional por la vida y la salud”. Nos toca decidir ya si nos ponemos la camiseta de la solidaridad o la camiseta de la barbarie competitiva neoliberal. La diferencia se mide en vidas humanas.