Víctor de Currea-Lugo | 1 de septiembre de 2025
En Gaza el genocidio no se mide solo en bombardeos o cifras militares, sino en estómagos vacíos y madres que hierven plantas para engañar el hambre.
El genocidio hoy tiene un rostro más silencioso, pero no menos brutal: el de la negación del pan. Por eso, hoy en la flotilla ‘Sumud’, la dignidad navega contra el hambre.
Un grupo de activistas, de 44 países del mundo, se juntó para irse navegando por el Mediterráneo hasta las costas de Gaza, con el fin de llevar ayuda humanitaria. Siguen el ejemplo de flotillas previas que han terminado en las prisiones israelíes.
Israel no solo ha cerrado los corredores humanitarios, sino que ha expulsado a las ONG que trataban de paliar la crisis. Cocinas comunitarias bombardeadas, convoyes atacados, organizaciones hostigadas hasta el silencio: impedir que alguien alimente al pueblo es tan criminal como dinamitar un hospital.
El resultado es la primera hambruna declarada oficialmente en Gaza. Más de medio millón de personas en fase catastrófica de hambre, con la cifra subiendo de manera escalofriante. Gaza agoniza sin arroz, sin leche, sin esperanza.
Quienes hacen fila por harina son recibidos con disparos, quienes recogen alimentos arrojados desde el cielo son atacados. Allí no solo se mata de hambre, sino que también se asesina al que busca el pan. Cada cuerpo caído es la prueba del doble crimen: negar el alimento y asesinar a quien lo busca.
Flotillas que desafían el cerco
Cuando los caminos de tierra están clausurados, se buscan rutas por mar. No es la primera vez que flotillas solidarias zarpan hacia Gaza, pero hoy esa resistencia cobra nueva fuerza. Desde 2010, varios barcos han partido por el Mediterráneo cargados de alimentos, medicinas y coraje.
En ese 2010, nueve activistas turcos fueron asesinados. Este 2025, los intentos han terminado con la captura de las tripulaciones (todos ellos civiles) en aguas internacionales. Más claro no puede ser, pero hay quienes todavía apoyan a Israel.
Cada trayecto es un desafío al bloqueo. Son embarcaciones modestas, pero su carga es más poderosa: la convicción de que el hambre impuesta no será aceptado. No son viajes neutrales: son actos de resistencia.
La edición de este mes lleva un nombre simbólico y poderoso: Sumud Global Flotilla. “Sumud” significa firmeza, resistencia inquebrantable, levantarse aun cuando todo invita a caer. Esa palabra es el resumen perfecto de la resistencia palestina.
La flotilla sumud incluye una delegación colombiana conformado mayoritariamente por mujeres, muchas de ellas activistas que intentaron llegar a Gaza caminando desde El Cairo, en la Marcha Global que fue reprimida en junio pasado.
Ellas subieron al mar después de que la tierra les fue negada como camino, llevando sus testimonios, su protesta y su decisión de no retroceder. A varias las conocí personalmente en Bogotá y en Amán.
A esa presencia valiente se suma la carta pública del presidente Gustavo Petro, cuyo mensaje fue claro. “Lo he dicho antes y lo repito hoy: cuando muera Gaza, morirá toda la humanidad. Por eso, cada gesto que se opone al exterminio, cada voz que desafía la indiferencia es un acto de vida”, escribió Petro.
Y agregó, reconociendo el riesgo: “Sé que la decisión de subir a esa flotilla no se toma por romanticismo ni por aventura, sino por convicción profunda… entendemos que el silencio ante el genocidio es otra forma de complicidad”. Con ello, Colombia se suma como voz solidaria, como país que entiende que callar ante la hambruna es cómplice.
Uribe y la flotilla
La historia de las flotillas también recuerda el papel de Colombia en 2010. Ese año, se creó la llamada Comisión Palmer, tras el asalto israelí a la Flotilla de la Libertad. Fue un panel de investigación promovido por el entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, pero conformado bajo fuerte presión de Israel y Turquía.
De los cuatro miembros que la integraron, uno fue designado directamente por Israel: Álvaro Uribe Vélez, expresidente de Colombia, quien llevó como asesor a Iván Duque Márquez.
La elección no fue neutra: se buscaba un perfil político afín que respaldara la narrativa israelí en un foro que, más que juzgar, pretendía legitimar.
El veredicto de la comisión fue un ejemplo de esa ambigüedad: por un lado, reconoció que Israel había hecho un “uso excesivo e injustificado de la fuerza” en el operativo que dejó nueve turcos asesinados.
Pero, al mismo tiempo, avaló la “legalidad” del bloqueo naval a Gaza, pese a que el derecho humanitario prohíbe expresamente el castigo colectivo y el ataque a bienes civiles, como lo es un barco humanitario.
En la práctica, la voz colombiana, encarnada en Uribe y Duque, sirvió para reforzar el argumento central de Israel: que el cerco que condena al hambre a dos millones de palestinos podía revestirse de legalidad, de que Israel “solamente se defendía”, del “ataque” de civiles desarmados.
¿Entendemos mejor ahora la reciente foto del expresidente Duque con Benjamin Netanyahu? ¿Queda claro por qué la derecha usa en sus marchas banderas israelíes y condena la solidaridad con Palestina?
La esperanza navega con riesgo
La flotilla de hoy, nuevamente, encarna la esperanza. Su fuerza radica en lo que simboliza: que Gaza no está sola, que hay quienes se niegan a mirar para otro lado. Pero esa esperanza navega en aguas traicioneras: Israel ya interceptó flotillas anteriores, con activistas internacionales a bordo.
El Mediterráneo puede convertirse, otra vez, en un escenario de violaciones al derecho internacional. Subirse a estos barcos es aceptar ese riesgo, navegar sabiendo que Israel los puede atacar, como lo ha hecho, con balas o drones.
Y, sin embargo, zarpan. Ante el hambre, la dignidad no se rinde. Gaza es la línea roja de nuestra humanidad: allí se define si se acepta el genocidio por hambre o si aún hay razones para sostener que el pan es un derecho.
Y no dejemos, nunca, bajo ningún motivo, de hablar de Palestina.
PD: Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente la posición de la institución para la cual trabaja.