Víctor de Currea-Lugo | 2 de junio de 2021
En mi época de juventud, cuando uno hacía fila en el teléfono público con moneditas en el bolsillo para comunicarse y no había la inmediatez de hoy, una de las formas que tenía la gente para llamar la atención en la protesta social era tomarse pacíficamente alguna emisora, una iglesia de pueblo o, en el más arriesgado de los casos, una embajada. Algo así pasa en el paro nacional de hoy.
Recuerdo que, en esa época, jóvenes de varias universidades y gente de Ciudad Bolívar se tomaron la embajada de México para protestar por una masacre del Ejército contra la marcha campesina de miles que movía al nororiente colombiano.
Recuerdo también la toma de la iglesia de Las Nieves para protestar por una de las tantas injusticias del país. Así mismo, la ocupación temporal pacífica, ingenua y, algunos dirán, hasta ridícula de la emisora Todelar para difundir un mensaje.
Todo eso tenía un halo de entrega y heroísmo muy parecido a los que veo ahora en la primera línea de Bogotá, Cali y Medellín. Pero esas tomas tenían un problema de base: una vez los muchachos quedaban atrapados dentro de unas instalaciones, el Gobierno, hábilmente, dejaba de poner el énfasis en lo que ellos reclamaban, como libertad para unos detenidos o justicia para unos campesinos, y enfocaba todo en la negociación de la toma. En otras palabras, entraban por justicia y quedaban atrapados en una negociación sobre las condiciones de salir; se olvidan las causas que los llevaron hasta allí.
Llamemos a eso la “estrategia de Todelar”, (por darle algún nombre) que representa esa histórica capacidad del Gobierno para presentar las causas como consecuencias, y las consecuencias como causas. De esta manera, los problemas que genera una protesta terminan siendo el objeto de la negociación.
Eso es exactamente lo que han hecho las élites por décadas cuando negocian con un grupo armado: discutir qué hacemos con las armas o las consecuencias de la guerra, evitando al máximo hablar de las causas.
Ahora se vuelve a repetir, las viejas élites de siempre se reúnen con el Comité Nacional de Paro, haciendo énfasis en que el problema son los bloqueos, y el debate sobre la justicia social, la reforma tributaria, la reforma pensional o cualquier política que se quiera mencionar queda diluido y aplazado hasta su mínima expresión.
Entonces, el gran problema del país deja de ser que hay 21 millones de pobres, miles de desaparecidos o millones de desplazados, sino que hay un bloqueo en la calle. Esta situación es favorecida por la inmediatez, por no hacer una mirada estructural del problema.
Así, muchas personas timoratas terminan haciendo exactamente énfasis en que el problema son los bloqueos y que los muchachos se metieron de manera “vandálica” a Todelar, y no en las causas de ese acto.
Entiendo perfectamente que en esas acciones puede haber elementos de ilegalidad y que caben todas las invocaciones al Código Penal que quieran, pero eso no niega de ninguna manera la legitimidad de tales hechos, pese a las dudas de algunos.
La toma de Todelar no dejaba en todo caso de ser una acción marginal, aislada, porque simplemente se retiraba la transmisión, porque la policía rodeaba la emisora y porque la posibilidad de enfrentarse a una presa totalizante era mucho más compleja.
Lo triste es que hoy estamos en la misma situación y, a pesar de contar con Internet, siento que al Comité Nacional de Paro le falta esa agilidad para posicionar que lo importante no es la consecuencia sino la causa, más allá de dejarse enredar en el debate de los bloqueos del paro como único punto de la agenda.
Pienso que los timoratos, enredados en las leyes y en lo que ahora surge como “políticamente correcto”, salen a condenar lo que pasa sin mirar el paisaje completo. Es cierto que hemos ganado en redes sociales, pero hemos perdido en posturas “políticamente incorrectas”.
No sé si la noción de «generación de cristal» se trasladó, después del 28 de abril, de unos jóvenes con los que tocaba hablar con pinzas cualquier tema, porque todo era censurable y ofensivo, a los viejos a quienes ahora no se les puede criticar nada porque todo es censurable y ofensivo.
También están los que, cuando la toma de Todelar, se iban al bar de la esquina por unas cervezas, porque no tenían WhatsApp, a decir lo que los muchachos tenían o no que hacer, sin que esto representara algún cambio en el curso de la historia, sobre todo porque esas palabras ni siquiera quedaban escritas y se las llevaba el viento. Eran opinadores no tenían ni ton ni son, pero creían que con la cerveza en una mano y el esfero en la otra estaban decidiendo el rumbo de la toma.
También recuerdo que en esos días del pasado, había un grupo de ciudadanos que intentaba erigirse como «mediadores» entre los ocupantes y las autoridades, de esos hoy hay muchos, como si estuvieran por fuera del conflicto social y hasta de la sociedad misma, y no fueran parte del problema. Es más, no se dan cuenta que, simplemente, el Gobierno no quiere negociar.
Volviendo al cuento, el problema es cómo romper la estrategia de Todelar, y para eso necesariamente la sociedad tiene que tomar partido: está con la policía que rodea a la emisora y con los dueños de Todelar (esto es una metáfora) o está con los muchachos que están adentro atrapados y buscando justicia.
No es el momento de hacer consideraciones sobre la capacidad dialéctica de los jóvenes, de la semántica de sus discursos, de su presentación personal ni de la forma adecuada en la que se debe manejar un micrófono. Eso es exactamente lo que busca la narrativa para poner a la sociedad a favor de la policía que rodea a la emisora.
También hay una caterva de puros que están esperando la evaluación moral de cada uno de los muchachos que se encuentra dentro de la emisora para darle o no la aprobación. Entre estos últimos hay ciertos sectores sociales de izquierda y aparentemente «progres» que posan de tener una superioridad moral para autonombrarse jueces de los que protestan.
Entretanto, el tiempo pasa, el desgaste se acumula dentro de la emisora, las provisiones se agotan, las tensiones internas se producen y la policía pacientemente espera para capturar a los jóvenes. Muy lejos de ahí, el dueño de la emisora se ríe mientras se toma un wiski y llena un crucigrama.