Víctor de Currea-Lugo | 18 de abril de 2013
Decía el académico estadounidense Howard Zinn que el pensamiento político moderno nació con El príncipe de Maquiavelo, no sólo bajo la idea conocida de supeditar los medios a los fines sino, subrayo yo, desde la famosa idea de que entre dos males, debemos escoger el menor.
La victoria basada en la fuerza, la realpolitik, el realismo en las relaciones internacionales, son parte del legado de Maquiavelo que hoy tiene un puesto en la política de EE.UU.
Lo que sucedió en Boston inundó las páginas de los diarios, resucitando cosas ya vistas —aunque en menor escala— en el 11-S. La descripción de este tipo de actos no es ajena a una intención política. El problema es la mitología peligrosa que se va tejiendo sobre el incuestionable dolor de las víctimas: guerra preventiva, islamofobia, disminución de los derechos humanos, racismo, freno a la reforma migratoria, mantenimiento del presupuesto de defensa, bloqueo del control de armas, etc. Si el Estado, como deidad, es el todo a defender, se puede sacrificar al ciudadano.
El problema es que el modelo de política exterior de EE.UU. ha determinado, y lo sigue haciendo, poderosamente la de otros países desde la Guerra Fría hasta la Guerra contra el Terror. Si a esto sumamos un modelo económico neoliberal en que la eficacia y la eficiencia son los paradigmas (y los medios para ello no son sujetos de ninguna discusión ética), tenemos el coctel perfecto.
La participación de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, su liderazgo luego del colapso de la Unión Soviética y su repunte luego del 11-S, son indiscutibles. Pero su ceguera de cíclope herido podría llevarlo a inventarse enemigos como ya lo hizo en Afganistán y en Irak. En el pasado también se inventó aliados que terminaron precisamente en contra suya: apoyó a los jihadistas contra la Unión Soviética en Afganistán, dio armas de destrucción masiva a Sadam Hussein para su guerra contra Irán, utilizó a Noriega para el control de Panamá, etc.
El rechazo al derecho internacional tampoco ayuda a EE.UU.: rechaza en la práctica la aplicación del DIH y no aceptó participar de la Corte Penal Internacional. En el plano interno, sus criminales de guerra que participaron desde Vietnam hasta Afganistán e Irak, gozan de un alto grado de impunidad. Ese doble rasero causa malestar a la hora de leer como víctima a un estado que, la mayoría de las veces, ha sido victimario.
Como contrapartida a toda esa política exterior, entonces los derechos humanos, las utopías, la idea de ciudadanía mundial, la tolerancia, la libertad de expresión, quedan por fuera de lo “políticamente correcto” de las relaciones internacionales, lo que da paso a Guantánamo, los vuelos secretos de la CIA, el terrorismo de Estado, la tortura, los drones y la larga lista de eslabones de la cadena del “mal menor” que impregna la política de EE.UU.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/politica-exterior-de-eeuu-despues-de-boston