Víctor de Currea-Lugo | 4 de marzo de 2018
La persistencia del Presidente Santos para buscar la paz con las insurgencias nos deja un pacto firmado con las FARC y una mesa con el ELN. Ambos espacios tambalean. Pero más allá de decretos y de formalidades, la única herramienta que hoy tiene el gobierno para salvar la paz, es decir para salvar su legado, es la audacia política y las acciones concretas.
En el caso particular de la mesa de Quito la salida más fácil para el presidente, sería levantarla y dar por terminadas las negociaciones con los elenos. Pero las consecuencias son dolorosas: fracasar en la idea de la paz completa, poner más muertos, volver a la dinámica de la guerra en una parte importante del territorio colombiano y terminar la gestión de Santos con un fracaso. A esto se le puede agregar darle votos a la extrema derecha y afectar la implementación de lo acordado con las FARC. El presidente ya no tiene popularidad que perder y ese no puede ser su baremo, pero sí le queda oxígeno para la audacia, tanta como la imaginación lo permita.
Otras guerras y otros procesos de paz han enseñado que la salida está en ir a contracorriente. Eso implica dejar de ver los actos hacia los elenos como una debilidad, leer al ELN real que existe y NO el que dicen los “opinadores”, entender que la negociación es de naturaleza política y no militar, echar mano de los amigos de la paz y mirar menos a los enemigos, consultar a las bases sociales de las zonas en guerra y sobre todo darle mucho espacio la imaginación.
No es del todo cierto que el estancamiento de la mesa de Quito dependa solo del ELN, su dinámica se la puede apropiar aquel que juegue la carta de la audacia. Si los elenos no entienden el reto de la audacia, mal por ellos; pero Santos no puede dejar de entenderlo por varias razones: porque es su legado político, porque tiene el poder y la voluntad para hacerlo y porque no tiene nada que perder.
El debate no puede ser si la reinstalación de la Mesa de Quito la llamamos “discusión del cese” o “quinta ronda”; es cómo aprovechamos el cese unilateral declarado por el ELN para estas elecciones próximas. Ese gesto, más allá de si es grande o pequeño, demanda una reciprocidad, grande o pequeña, del gobierno. Y esta debe ser inmediata. Son pocos días de cese y quedan pocos días para ese cese. El tiempo es inexorable.
Santos no está solo en esto de la paz. ¿Qué puede hacer Santos para propiciar la participación de la sociedad? Convocarla y oírla. Y dicha sociedad debe ser tan variada como el país, tan regional como Colombia, y nadie la tiene escriturada. La salvación y a la vez la gran trampa de la Mesa de Quito es la participación, porque para esto se necesita sociedad fuerte y comprometida con la paz (cosa que a veces dudo que exista), y para que la sociedad participe es un requisito avanzar en un nuevo cese bilateral urgente, prioritario y más sólido. Si la sociedad civil no existiera, habría que inventárnosla, por lo menos para salvar la paz en curso.
Hay, además de la sociedad, que echar mano de la iglesia, de la comunidad internacional, de las comunidades en la zona de influencia del ELN y, sobre todo, de algo que creo: las dos partes sí quieren avanzar, pero se enredan en sus propios amarres. Si el gobierno fracasa, también es una responsabilidad del ELN; si el ELN no avanza, también es una responsabilidad del gobierno. Y eso es una constante en todo proceso de paz.
«La imaginación al poder», decían en mayo del 68 en París, lo que podemos parafrasear diciendo: «la imaginación a la paz» y esto sólo se logra rompiendo los esquemas y los corsé para salvar la mesa. El país lo merece.