Víctor de Currea-Lugo | 17 de abril de 2024
Un prisionero es una persona que ha perdido su libertad. Cada 17 de abril se conmemora el día de los prisioneros palestinos. Para explicar ese dolor, usamos los números, que nos dicen cuántas personas están en prisión hoy: alrededor de 9.500, sin contar los recién detenidos en Gaza.
Desde octubre de 2023, por lo menos, 8.270 han sido detenidos solo en Cisjordania, entre ellos 520 niños. Varios, además de perder la libertad, han sido víctimas de la demolición de sus casas, confiscación de sus carros y el robo de sus recursos económicos.
En Gaza, se calculan 3.000 detenidos, 849 de ellos detenidos bajo la figura de “combatientes ilegales” algo que no existe en el derecho internacional humanitario, pero con la que Estados Unidos justificó las detenciones de Guantánamo.
Los números no nos hablan de las formas de detención. Existe, por ejemplo, la “detención administrativa”, un régimen bajo el cual hay 3.660 palestinos en prisión sin cargos, sin juicio, de manera indefinida, bajo un sumario secreto; para ellos, no hay ninguna garantía judicial y, a veces, ni siquiera juicio. Así están detenidos 17 miembros del Consejo Legislativo Palestino y 40 niños.
Muchos han sido juzgados en tribunales militares, incluso siendo menores de edad. Muchos han sufrido tratos crueles, humillantes y degradantes, incluyendo torturas. Muchos tienen restricciones a las visitas y a la asesoría jurídica. No creo que haya una forma de maltrato en las prisiones del mundo que no haya sido aplicada en palestinos.
Por eso, en su legítimo derecho a protestar, algunos han optado por hacer una huelga de hambre, que puede llevarlos hasta la muerte; han preferido una muerte digna resistiendo, que aguantar pasivos en una prisión sionista.
Prisioneros más allá de las prisiones
Hablemos de la libertad como un concepto más amplio; no solo como el hecho de no estar en una cárcel. Los palestinos no pueden ir sin restricciones a labrar su tierra, no pueden ir y venir ni siquiera de las escuelas primarias, no pueden libremente traer el agua o recoger la cosecha de olivos.
Cada día, cada hora, están atrapados bajo la ocupación. En Birzeit, Cisjordania, un niño de 14 años me decía que su sueño era conocer el mar: él estaba a un par de horas del mar Rojo, a treinta minutos del mar Muerto y a menos de una hora del mar Mediterráneo, pero nunca había visto el mar.
No es una exageración decir que Gaza es la cárcel más grande del mundo a cielo abierto. Cualquiera que haya pisado Cisjordania y Gaza sabrá del impacto de los controles, los checkpoints, las cámaras de seguridad.
Y si eso no fuera poco, Israel sigue con su muro de apartheid, creando unos bantustanes para encerrar a los palestinos; poco importa lo que haya dicho sobre ese muro infame la Corte Internacional de Justicia.
Los palestinos van al mercado vigilados; dependiendo de la voluntad de sus guardianes, regresan del trabajo según las vías que estén abiertas; esperan en los puestos de control el tiempo que quiera el soldado ocupante.
¿Qué diferencia hay entre esa cotidianidad y la cotidianidad de una cárcel? De pronto la diferencia es que tiene más libertad un preso en una cárcel de Europa que un palestino en su tierra.
La prisión es para castigar a los que ayudan, por eso detienen al personal de salud; para callar a los que denuncian, por eso han capturado a 56 periodistas; para inmovilizar a los que protestan, por eso tirar un piedra a un tanque de guerra es un delito grave.
La cárcel es un castigo colectivo, por eso cambiaron a peor las condiciones de detención después de la Operación Diluvio de Al-Aqsa. Varios han muerto en prisión debido a las condiciones de detención.
Y la solución no está en mejorar las condiciones de detención de los palestinos, ni simplemente en eliminar la detención administravia. No, porque el sionismo implica, en su naturaleza, la apropiación de una tierra ajena y, a los que vivan allí, hay de desterrarlos, asesinarlos o detenerlos. Por eso no basta con medidas cosméticas, porque mientras haya sionismo habrá prisioneros palestinos.