Víctor de Currea Lugo | 23 de diciembre de 2015
La primera región de Irak capturada por el Estado Islámico, en diciembre de 2013, fue Ánbar, al occidente del país.
Pocos prestaron atención a ese desembarco de los islamistas y muchos desconocieron la capacidad de los radicales de conectar con las tribus suníes abandonadas del gobierno central. Precisamente, una parte importante del famoso “triángulo suní” pertenece a la región de Ánbar.
Y menos atención prestaron en Bagdad al significado de lo que acontecía: Ánbar era la prueba de fuego para el asentamiento del Estado Islámico en Irak. Desde ese entonces la capital de la región, Ramadi, a sólo 120 kilómetros de Bagdad, ha estado en disputa, así como la ciudad de Faluya.
Seis meses después, en junio de 2014, cayó la ciudad de Mosul, al norte de Irak, ocupada por milicias islamistas que se desplazaron precisamente desde Ánbar. En ese momento el mundo prendió las alarmas tarde y todavía sin entender lo que significaba la amenaza del también llamado Daesh. La arrogancia centralista del gobierno iraquí le hizo subestimar la violencia en Ánbar.
Desde ese entonces el Estado Islámico ha tenido pocas derrotas: la que le causaron los valientes kurdos en Kobane (Siria), la pérdida de Diyala (Irak) a manos de las milicias chiíes y la resistencia en la zona de Tikrit, que les ha impedido a los islamistas seguir conquistando territorio.
No cuentan como derrotas los bombardeos, pues la afectación de civiles por parte de las potencias extranjeras (que ha sido informada por Amnistía Internacional) sólo ha servido para aumentar el sentimiento antiestadounidense y antirruso en las comunidades suníes bajo el control del Estado Islámico.
Ahora, llega una nueva campaña militar, pero su actor no es sólo el diezmado ejército iraquí, seriamente cuestionado en los últimos años por corrupto y cobarde, sino también las milicias chiíes. A pesar de que en Ramadi, la ciudad que ahora busca arrebatársele al Estado Islámico, la población es suní, su control es fundamental para garantizar la protección del sur iraquí que sí es chií, región además estratégica para Irán, país seriamente involucrado en la lucha contra el Estado Islámico y fuente de apoyo de las milicias chiíes.
Los suníes de Ramadi están divididos entre quienes apoyan a los islamistas y quienes quieren liberarse de la opresión, así sea gracias a una acción de los chiíes, que sería preferible al terror del llamado Daesh.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/opinion/proxima-estacion-ramadi-columna-607568