Víctor de Currea-Lugo | 26 de octubre de 2024
Sin duda, los judíos han sido perseguidos: desde su secuestro y encierro en Babilonia, hasta el Holocausto, pasando por las Cruzadas, la Inquisición y la persecución de los zares. No vamos a aplicar las tácticas sionistas de reescribir la historia o de negar la realidad, pero vamos a mostrar el proceso que va desde el sionismo hasta el genocidio.
En el siglo XIX, en el marco del nacionalismo europeo, se echó a rodar la idea de que la estructura política ideal era la construcción de Estados-nación; partiendo de que la nación era el resultado de compartir ciertos valores, mitificando lo propio y rechazando lo ajeno.
Esa identidad artificial y modificable, como cualquier otra, se convirtió en un dogma que, por definición, alimentó la exclusión de aquellas minorías que no compartían dichos valores. Varios intelectuales de origen judío se aferraron a esta idea, al ver en el mito de un Estado-nación judío la solución a sus problemas.
Está claro que Estados no nacionales, como Suiza o Bélgica, no han terminado en el fracaso; mientras que nacionalismos exacerbados, como Turquía, Yugoslavia, Marruecos, Alemania e Israel, han dado origen a grandes matanzas.
Así, un sector de la intelectualidad judía empezó a soñar con un país solo para judíos; que es exactamente el resumen de lo que hoy llamamos sionismo. Dicha propuesta política se enfrenta a dos dilemas.
Primero, ubicar una geografía; y segundo, resolver el destino de las personas que allí habitasen. Pensaron en Uganda y, como lo reconoce Theodor Herlz (padre del sionismo) en Argentina. Finalmente, en 1897, se llegó al consenso de que fuera en Palestina.
Los ingleses decidieron comprometerse con el lobby sionista para ayudar a que este se apropie de Palestina. Así lo demuestra la declaración de Balfour. El proyecto sionista inicial no echaba mano de la mitología religiosa; aunque es cierto que años después, los sionistas reciclaron la noción de la tierra prometida tratando de aumentar su legitimidad.
El segundo reto de qué hacer con la población autóctona se resolvió con la opción más evidente: la limpieza étnica. Recordemos que los colonos franceses en Argelia y los holandeses en Sudáfrica llegaron a ocupar territorios y a desplazar a los nativos.
Y ese desplazamiento forzado solo podía ser “exitoso” recurriendo a una violenta limpieza étnica. Es decir, al nacionalismo judío hay que agregarle una práctica colonial de apropiación del territorio y de limpieza étnica.
¿Cómo fue posible desarrollar un proceso migratorio hacia la Palestina histórica? Mediante una migración organizada y sistemática de judíos hacia Palestina; mucho antes de la Primera Guerra Mundial.
La ONU, en 1947, partió el territorio de la histórica Palestina, y entregó la mayoría a los migrantes judíos recién llegados. Es decir, formalizó el sionismo. Esta no fue una decisión justa, sino que repetía la misma lógica de fraccionamiento del territorio que se hizo antes en África y Oriente Medio. Estas no son decisiones al azar, sino que obedecen a una lógica de las grandes potencias.
En Oriente Medio, prácticamente, todos los territorios de la región se convirtieron en Estados, menos la histórica Palestina, que quedó bajo protectorado británico hasta que se construyó un proto-Estado israelí: nacido de la migración, de la tierra que se fue apropiando y de las estructuras políticas y militares que fue construyendo. Resumiendo, Israel es fruto del nacionalismo excluyente, de un proyecto colonial y del respaldo imperial.
En mayo de 1948, al tiempo que se declaró la creación del Estado de Israel, los palestinos sufrieron la Nakba, que traduce “catástrofe”, en el que a través del terror y la violencia fueron desplazadas más de 700.000 personas y sus casas fueron destruidas.
Así, la expulsión de cientos de miles de palestinos ha sido parte del proyecto sionista, que después fue “legitimado” con la famosa noción de que Palestina era la tierra sin pueblo para los judíos, el pueblo sin tierra.
Aunque la ONU ha reconocido que es ilegal la adquisición de tierras por medio de la fuerza, que Jerusalén adquirió un estatuto internacional y que los refugiados de 1948 tienen derecho al retorno y hasta que la ocupación es ilegal, no ha hecho esfuerzos serios para cumplir con sus propias resoluciones. En 1949, Israel fue aceptado miembro de la ONU con la condición de que respetara las resoluciones de la organización; pero, 76 años después, sigue incumpliéndolas.
Es más, el derecho internacional reconoce el derecho a la resistencia, incluyendo la lucha armada, frente a una ocupación. Pero, más allá de que los diga el derecho, sería injusto criticar la resistencia violenta de los judíos del Gueto de Varsovia.
Israel es la más grande demostración de dobles estándares jurídicos, ya que desde su propio origen hasta nuestros días su irrespeto por el derecho internacional ha sido constante y cuesta trabajo pensar que las grandes naciones solo hasta ahora reconocen dicho comportamiento.
El sionismo en práctica
A partir de 1967, fruto de otra guerra Israel se apropió de más territorio, los palestinos quedaron reducidos a lo que conocemos como los Territorios Ocupados de Palestina. En ellos se fue configurando un régimen de segregación, formación de guetos, discriminación racial, dominación de un grupo sobre otro, atentados a la integridad física, detenciones arbitrarias, restricciones al desarrollo del pueblo palestino, recortes de sus derechos, afectación a su libertad de circulación y residencia, obstáculos legales que, además, contribuyen a crear guetos, prohibición de matrimonios mixtos y persecución a sus organizaciones. Todos los actos que acabo de mencionar encajan perfectamente con la definición jurídica de apartheid.
Con el muro que construye Israel, se ha buscado la redefinición de las fronteras nacionales y la reconfiguración del territorio; y eso es exactamente lo que busca el muro robando nuevos territorios a favor de Israel y buscando legalizar los ilegales asentamientos israelíes que invaden Cisjordania.
El muro, la limpieza étnica, la apropiación del territorio, el apartheid, la violencia y, sobre todo, la ocupación no son estrategias de defensa de Israel ante un eventual segundo Holocausto.
Tampoco son el resultado no deseado de la construcción de una patria judía, sino que son consecuencias directas y deliberadas del sionismo y de su sueño por un Estado teocrático y excluyente.
Desde 2023, el mundo ha empezado a usar la palabra genocidio. Lo cierto es que, salvo la intensidad, no hay ningún crimen cometido por Israel después del 7 de octubre de 2023 que no haya cometido de manera sistemática antes de la Operación Diluvio de Al-Aqsa.
No es una novedad el uso de fósforo blanco, los ataques a los hospitales y a las ambulancias, el asesinato masivo de civiles, el bombardeo de zonas densamente pobladas, la restricción a la ayuda humanitaria, el corte al suministro de agua y electricidad, la tortura y la desaparición.
Así como el régimen de apartheid inevitablemente implicaba un doble estándar jurídico, así como el esclavismo necesitaba de la deshumanización de los esclavos, así como la Inquisición requirió la satanización del otro, así como el nazismo se edifica sobre una supuesta superioridad moral, así como en capitalismo necesita que el obrero sea solo una extensión de la máquina de producción; así como todo lo anterior, el sionismo necesita un territorio limpio, una población homogénea, un dogma de fe, que en este caso se alimenta del nacionalismo, de los mitos del judaísmo y de una supuesta condición de eternas víctimas del Holocausto.
Haber permitido la continuación del apartheid en Sudáfrica, así fuera en una pequeña parte del territorio, garantizaría el retorno generalizado de dicha práctica. Por eso, el problema es el Israel construido al tamaño de la ambición sionista.
No hay que confundir de ninguna manera el deseo de terminar el apartheid de Sudáfrica con una supuesta invocación al asesinato de los blancos que allí vivían o la pretensión de acabar con el país llamado Sudáfrica.
Lo que la comunidad internacional impuso fue la reformulación de Sudáfrica, pasando de un Estado de apartheid a un intento real de democracia. Dicho de otra manera, Israel está llamado a desaparecer, no como un proyecto de nación con una mayoría judía, sino como sueño sionista.
La consigna “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” no busca un segundo Holocausto, sino el establecimiento de un Estado democrático, donde tanto judíos como palestinos tengan igualdad de derechos.
Podríamos agregar el mayor fracaso del sionismo: no ser capaz de cumplir con su promesa de garantizar un hogar nacional seguro para las comunidades judías. Hoy el sitio más peligroso para ellos es, precisamente, el Estado de Israel.
Publicado originalmente en: Periódico UNAL