Víctor de Currea-Lugo | 19 de septiembre de 2013
Líbano y Siria comparten frontera, comunidades interfronterizas, comercio y una historia común. Por eso la frontera tiene poco de real o, mejor, es tan porosa que, a pesar de la guerra, todo fluye por esa línea imaginaria. Hay treinta pueblos en territorio sirio poblados por libaneses.
Para los que tienen nostalgia colonial, las fronteras impuestas después de la Primera Guerra Mundial, cuando Inglaterra y Francia se repartieron el mundo árabe, deberían servir para dejar la crisis siria encerrada en un estanco llamado “Estado-nación”. Para los que todavía sueñan con la “Nación Árabe” (que son pocos) o la Gran Siria, esa frontera es sólo un invento de Occidente.
El gobierno de Líbano trata de no ver hacia Siria: con el argumento de la soberanía y la no intervención en asuntos internos, quiere que el conflicto no lo toque y cree que lo resuelve mágicamente diciendo que se trata de un problema interno sirio, argumento que nadie se cree.
Para algunos de Occidente, el problema de Siria golpea a Líbano fundamentalmente por su impacto humanitario: más de 600.000 refugiados han llegado desde hace dos años, sumándose a la ya gran existente población de sirios en Líbano. Los cohetes que cruzan la frontera ayudan a dicha internacionalización del conflicto.
Otros consideran que Líbano es una de las puertas de entrada de la llamada “Guerra Fría de Oriente Medio”, que enfrenta a Arabia Saudita (suní) con Irán (chiita) y que se expresa en Baréin, Irak y por supuesto en Siria. Una guerra intrarreligiosa que lleva el tiempo que tiene el islam en el mundo.
Para algunos suníes y chiitas la guerra siria ya se ha extendido a Trípoli (ciudad libanesa del norte), en donde los enfrentamientos entre grupos a favor y en contra del régimen sirio se han vuelto tristemente un lugar común teniendo como frontera una calle, llamada paradójicamente la calle Siria. Para Hizbolá es una mezcla entre su solidaridad con su aliado sirio y su preocupación porque ven amenazadas directamente sus bases sociales ubicadas en la zona fronteriza.
Más lejano, pero no menos importante, es el avance de los grupos pro Al Qaeda en Siria: Al Nusra (“la Victoria”) y la organización del Estado Islámico de Irak y Sham (ISIS, por sus siglas en inglés). Así, cualquier relato sobre la guerra contra el terror cobra vigencia. De hecho, los atentados con carros bomba contra el sector chiita de Beirut explica el sensible aumento de controles militares en la ciudad (en comparación con mi visita de hace dos años) y las restricciones para entrar en la zona chiita.
Líbano es un país de voluntariedades múltiples y cruzadas, donde desde la electricidad hasta internet funcionan como quieren, donde las congregaciones religiosas salvan al país como Estado pero lo condenan como nación. Este Líbano mira a Siria con tantos ojos como agendas. Pero el problema de Oriente Medio es que se ve mal de lejos y peor de cerca.