Tácticas y estrategia del Estado Islámico

Estado Islámico
Destrucción e Kobane, Siria, después de ataques del Estado Islámico. / AFP

Víctor de Currea Lugo | 1 de abril de 2015

En menos de diez meses, las milicias del Estado Islámico pasaron de ser uno de los tantos grupos armados de Oriente Medio a convertirse en una de las más grandes amenazas regionales. La toma de Mosul, una ciudad de más de dos millones de habitantes, en junio de 2014, inaugura una nueva fase de su campaña. Este proceso es el fruto de la conjugación de varias tácticas políticas, militares y sociales; al margen del debate sobre la creación misma del Estado Islámico y de su estrategia final.

Antes de 2013, el Estado Islámico se alimentó del sentimiento contra los Estados Unidos después de la ocupación de Irak en 2003, de los vacíos de la cruenta guerra de Siria, de las lecturas salafistas y wabahistas del Islam (patrocinadas por Arabia Saudita y otros países del Golfo Pérsico), de las tensiones religiosas y culturales dentro de Irak, y del camino recorrido por Al-Qaeda en la región.
Pero, es seis meses antes de la conquista Mosul cuando el Estado Islámico (en ese entonces llamado El Estado Islámico de Irak y Sham) hace su ensayo general: la toma de la provincia de Ánbar en diciembre de 2013, región poco poblada, de mayoría suní y abandonada por el gobierno central de Irak. Estando por esos días de visita en Bagdad me llamó la atención la poca importancia dada desde la capital a la caída de Ánbar. Entre Ánbar y Mosul pasaron seis meses sin que Irak entendiera la nueva amenaza. Si bien es cierto que algunas tribus suníes rechazaron a los radicales armados, algunos suníes los apoyaron, pues eran una alternativa ante un gobierno excluyente.
Ánbar fue el punto de partida para la toma de parte del norte de Irak, la consolidación de las milicias (que en febrero de 2014 fueron expulsadas de Al-Qaeda), la exploración de alianzas con comunidades suníes y una forma de medir la capacidad de reacción del ejército iraquí: el gran ensayo general.
Esta táctica, de control territorial, le permite ganar el control de ciudades como Raqa en Siria y Mosul en Irak, amenazando incluso con llegar a Bagdad. Son primeramente los kurdos y en segundo lugar las milicias chiíes los que detienen el avance del Estado Islámico, ante las continuas retiradas del ejército iraquí. Al día de hoy, hay tres derrotas importantes que ha sufrido el Estado Islámico: la de Kobane, donde los kurdos resistieron; la de Diyala, y la del área de Tikrik. En estas dos últimas jugaron un papel importante las milicias chiíes y el apoyo de Irán. Como pude observar en Erbil y Kirkuk, en el kurdistán iraquí, en julio de 2014, la reserva política y militar de los kurdos es una de las claves para luchar contra el Estado Islámico.
Una vez consolidado un control territorial (hoy cercano a 80.000 kilómetros cuadrados) el Estado Islámico declara la creación de un Califato: una institución religiosa de poder político en el marco de la tradición islámica, nombrando a su líder, Abu Bakar Al-Bagdadi, el nuevo califa. Esta decisión no entra en contradicción con autodenominarse Estado (Dawla, en árabe), pues más allá del nombre las dos nociones buscan un reconocimiento político internacional. La noción de Califato envía además un mensaje a todos los musulmanes del mundo, especialmente a los grupos pro Al-Qaeda que no ven en los seguidores de Osama Bin Laden propuestas sólidas de liderazgo internacional.
Con el establecimiento del Califato aparece una nueva táctica: la definición del “buen musulmán” y la persecución a muerte a los infieles, sean estos chiíes, cristianos, yazidíes o incluso suníes que no se sometan al Estado Islámico. Y aquí se articula la táctica política y la mediática: no solo asesinar infieles sino mostrárselo al mundo, lo que genera rechazo de un sector de la comunidad internacional pero simpatías entre radicales islamistas.
Antes de que la decapitación se vuelva un lugar común y, por tanto, su impacto mediático desaparezca, el Estado Islámico decide la destrucción de museos. Alegando un aparente combate a la idolatría, destruyen grandes estatuas mientras comercian pequeñas piezas en el mercado negro. No es la lucha contra otros dioses lo que determina su acción (pues lo habrían hecho meses antes) sino una nueva maniobra publicitaria altamente eficaz, en un mundo que olvida fácilmente.
También antes de que la destrucción de la historia se vuelva un lugar común, se disparan acciones militares de grupos afines o que han jurado lealtad al Estado Islámico en otros países: el asesinato de coptos egipcios en Libia, los ataques contra mezquitas chiíes en Yemen y la masacre en el museo de Túnez. Aquí el Estado Islámico recupera parte del legado de Al-Qaeda: no es una estructura armada vertical sino que, antes que una estructura homogénea, es una propuesta política a la que se pueden sumar otros grupos por iniciativa propia.
Es difícil saber, hoy por hoy, si ese conjunto de tácticas han sido deliberadamente ejecutadas o se han dado en la dinámica del conflicto, pero en su conjunto han garantizado avances militares, publicidad internacional, legitimidad entre los radicales, consolidación territorial, control de comunidades e impulso al reclutamiento de extranjeros, creando una especie de “internacional islamista”.
Los resultados son contundentes: el apoyo irrestricto de grupos como Boko Haram de Nigeria, reclutamiento de más de 20.000 extranjeros incluyendo miles de europeos, consolidación de un territorio tan grande como Inglaterra y conformación de una entidad política que, si bien no ha sido reconocida por nadie en la comunidad internacional, de facto sí cumple con algunas de las características de un Estado: monopolio de la fuerza, capacidad de administrar, tribunales nacionales y locales, recolección de impuestos, autonomía económica, ejercito permanente y control social.
Por eso, reducirlo a un grupo de locos islamistas es no solo inadecuado sino peligroso. Sus víctimas son principalmente otros musulmanes, igual que sus principales enemigos en el campo de batalla, así que tampoco es una guerra entre Occidente y los musulmanes. Por lo visto, ante esta variedad de destrezas de los radicales, responder solo en el campo de lo militar es asegurar de antemano el fracaso. El Estado Islámico está ganando la batalla, pero no sólo por el éxito de sus tácticas sino, también, por lo incapacidad de sus enemigos de entender la complejidad de lo que está en juego.
El Estado Islámico seguirá innovando en tácticas pero, parafraseando al poeta, su estrategia es en cambio más profunda y más simple: controlar territorio, consolidar poder, legitimar su Califato y extenderse tanto como sus enemigos se lo permitan.