Víctor de Currea-Lugo
Se requiere un plan para integrar a los inmigrantes y musulmanes en vez que perseguirlos. Soy ateo. No voy a discutir aquí la pureza o las causas de tal declaración que solo sirve como punto de partida. No me interesa la renuncia al libre albedrío, la sujeción a un destino, la fe en un libro, la existencia del karma o cosa similar.
Al margen de esta declaración, admitamos que las personas son mayoritariamente creyentes de Dios (tenga la forma y características que tenga), tanto en Francia como en Nigeria. El poeta Borges lo dice a su manera: “que el cielo exista aunque nuestro lugar sea el infierno”.
Las gentes siguen creyendo, ya sea para sentirse acompañados, para tener quien los perdone, para saber qué es lo correcto según sus creencias, para trascender a otras vidas, o para ganar el cielo; sea la causa que sea, no hay evidencias que nos hagan pensar prever el fin de las religiones. Ante este hecho solo nos queda la aceptación de la expresión religiosa o su persecución.
La revolución francesa al decapitar a Luis XVI, en 1793, guillotinaba al mismo Dios que daba la legitimidad al monarca; en el Siglo XIX, Hegel y Nietzsche dirán que “Dios ha muerto” y en 1918, el leninismo juzgó y condenó a Dios a ser fusilado. Los comunistas del mundo no abolieron los altares sino que los remplazaron con fotos de Marx y de Lenin. Así, todos esos intentos por acabar con Dios han sido vanos.
Y una de estas formas de expresar la fe es el Islam. Decir que otras religiones son mejores que el Islam es, por definición, una postura religiosa. Europa no es laica, es culturalmente cristiana y a un nivel tan profundo que ve su cristianismo como laico. Qué gran auto-engaño, como el que dice que habla sin acento porque para él su cadencia es neutral.
Optando por la aceptación del Islam como realidad social, queda el camino de la convivencia. ¿Pragmatismo? Pues sí. Ésta nacería del diálogo, no de la asimilación ni de la domesticación, ni mucho menos de la distinción entre un Islam bueno y uno malo, lo que es jugar con un boomerang que vuelve más letal.
Las reglas consensuadas para la convivencia establecerían límites cuyas violaciones podríamos llamar delitos (a ser perseguidos), pero sin que obviamente el Islam sea un delito, pues sería imposible convivir y perseguir al mismo tiempo sin pagar un alto precio.
El ataque a las mezquitas recuerda cuando en los años 30, Alemania creyó que la culpa de todos sus males eran los judíos. Lo mismo se hizo en Ruanda con los tutsis y en ambos casos el resultado fue catastrófico.
Es entre los marginados que los radicales reclutan nuevos miembros, tanto en Francia como en Nigeria. Ahora no se grita “que viene el rojo” sino “que viene el moro”. Europa entendió al final de la Segunda Guerra Mundial que era mejor un Plan Marshall para detener a la amenaza comunista que perseguir a los obreros.
Podría sonar oportunista pero sería mejor un plan así integrar a los discriminados (algunos de ellos inmigrantes y/o musulmanes) que perseguirlos. Lo mismo podría proponerse para las comunidades del norte de Nigeria. Eso no elimina todos los riesgos pero los minimiza dramáticamente. Lo contrario es continuar el camino esquizofrénico entre falsa convivencia y abierta persecución, lo que podría llevar al totalitarismo que ha sido, precisamente, causa de muchas otras guerras.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas