Víctor de Currea-Lugo | 14 de febrero de 2012
Turquía está repuntando en el mundo. En el pasado miraba más a Occidente que a sus vecinos, pero al final de la Guerra Fría cambió su perspectiva, especialmente desde el triunfo electoral de Erdogan en 2002. Recientemente pasó de ser un país que rogaba el acceso a la entonces sólida Unión Europea a ser un actor fundamental en Oriente Medio.
Turquía negó el paso de tropas de EE.UU. para invadir Irak en 2003, sirvió como mediadora entre Irán y Estados Unidos en 2008, acercó a Siria e Israel, y se ha mostrado más activa frente al conflicto palestino en los últimos años. Durante ese período jugaba a la opción de “cero problemas”, tratando de estar bien con todos en la región, lo que le valió una interlocución adecuada con Irán, Siria, Israel, Egipto e Irak. Pero este ya no es el panorama actual.
A diferencia de EE.UU., desde el comienzo de las revueltas árabes Turquía ha fijado una postura atinada: apoyó a los manifestantes egipcios y, con algo más de cautela, a los rebeldes libios. Cuando Erdogan visitó Egipto, alguien preguntaba: “¿Por qué los árabes no tenemos líderes como él?”. Allí firmó 10 acuerdos de cooperación con el nuevo gobierno. Y en este momento la Liga Árabe lo tiene en cuenta a la hora de decidir el futuro de Siria. Entre la expectativa y la acción, Turquía optó por lo segundo y eso le ha dado buenos frutos, por lo que su primer ministro fue ovacionado en Egipto, Túnez y Libia.
Al comienzo de la revuelta siria, Turquía criticó rápidamente al régimen de Al Asad, dio refugio a los que huían de él, apoyó a los desertores del ejército sirio y fue sede de la creación del Consejo Nacional Sirio, de oposición. Esto la aleja de Irán, pero la acerca aún más al mundo árabe. No hay ningún país árabe con más cercanía y relaciones históricas con Turquía que Siria.
Además de su opción a favor de las revueltas, ha fijado una férrea posición sobre el conflicto palestino, especialmente después de la ‘Operación Plomo Fundido’ en la que Israel atacó Gaza en diciembre de 2008. En septiembre pasado, Turquía suspendió todos los tratados de seguridad y defensa que tenía con Israel debido a la negativa de Tel Aviv de disculparse por el asalto israelí en aguas internacionales a la Flotilla de la Libertad, cuando ésta iba camino a Gaza, y que dejó varios turcos muertos. Dicha suspensión de tratados aumentó aún más la popularidad entre los árabes.
Incluso los triunfos de partidos de orientación musulmana (en Marruecos, Egipto y Túnez) sirven a Turquía, en la medida en que piensan más en el llamado “modelo turco” que en un califato: una sociedad mayoritariamente musulmana con un gobierno estable, moderado en lo religioso, creciente en lo económico —hasta ahora— y relevante en lo militar. El ejemplo turco ha sido reconocido por voceros musulmanes de Egipto y de Túnez.
Turquía se reposiciona en la región, pero más que un regreso nostálgico al imperio otomano, lo que hay es una potencia regional que mira al siglo XXI. El “enfermo de Europa” era el nombre que se le daba al imperio otomano en su decadencia, hoy dicha denominación parece más propia para la Unión Europea que rechazó el ingreso turco. Una oportunidad perdida porque sin duda por Ankara pasarán, hoy por hoy, las agendas de las revueltas árabes. Y de eso Turquía es consciente.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/turquia-y-los-arabes