Víctor de Currea-Lugo | 16 de diciembre de 2011
Tres gobernantes depuestos y uno del que se espera que salga. Balance de un proceso social que continúa en marcha. Hace un año empezaron las revueltas árabes. El 17 de diciembre de 2010, el tunecino Mohamed Bouazizi, escribió esto en su Facebook, antes de suicidarse: “Estoy de viaje, madre. Perdóname. Estoy perdido. Perdóname si yo no hice lo que me dijiste y desobedecí. La culpa es de la época en que vivimos, no me culpes. Ahora me voy y no voy a volver. Fíjate que no he llorado, no han caído las lágrimas de mis ojos. No hay más espacio para reproches o culpa en la época de la traición…”.
Este fue el detonante del descontento que ya existía entre los obreros de textiles de Egipto, las tribus de Libia, los jóvenes de Túnez, los comerciantes de Siria, los campesinos de Yemen, las mujeres de Arabia Saudita. Gente de Jordania, Baréin, Sudán, Argelia y Marruecos se volcó a las calles.
Ya han caído cuatro gobiernos: uno pacíficamente (Túnez), otro luego de varias manifestaciones, algunas muy violentas (Egipto), otro por una guerra (Libia) y un último por medio de un proceso de negociación con acompañamiento de la comunidad internacional (Yemen). La violencia sigue en aumento en Siria, las marchas han vuelto a Baréin y Jordania luego de ser controladas con medidas policivas.
EE. UU. y la Unión Europea tratan de pescar en río revuelto, más preocupados por sus intereses y los de sus empresas que por la democracia. Israel está preocupado porque una región de gobiernos autoritarios en paz con Tel Aviv, le resulta mejor que una zona convulsa y propalestina. Irán observa sin involucrarse, pues su programa para producir energía nuclear y su pugna con los Washington es más importante que la revuelta. Turquía visita otros países de la región y se convierte en un líder a ser tenido en cuenta, al punto que la Liga Árabe pregunta a Ankara antes de decidir medidas sobre Siria.
Túnez rompió el hechizo, pero, para muchos, Egipto sigue bajo el control de un “mubarakismo” sin Mubarak. En Libia terminó la guerra, pero sigue la incertidumbre sobre cómo construir la paz. En Yemen, a pesar de los recambios, parece que lo nuevo es más de lo mismo. El riesgo de la traición está a la vuelta de la esquina.
Las calles siguen vivas: luego de la caída de Ben Alí en Túnez, siguieron las protestas para garantizar la defensa del proceso; en Egipto la gente volvió a la Plaza de la Liberación para forzar el fin del gobierno militar; los yemeníes no están conformes con los sucesores de Saleh, y en Siria, la calle está pasando de la marcha pacífica a la resistencia armada.
Y en las elecciones de Marruecos, de Túnez y de Egipto, los partidos con orientación religiosa han ganado espacio social, legitimidad y poder político. Pero esto no hay que mirarlo con paranoia. En el proceso de consolidación de la llamada “nación árabe” y desde la caída del imperio otomano, los árabes han dado el poder a militares, a nacionalistas, a neoliberales y todos ellos fracasaron en su promesa de justicia. Ahora dicen: ¿y qué pasa si les damos una oportunidad a los musulmanes?
Para resumir, en ese mar de nombres y de hechos cabe resaltar tres cosas: el riesgo de que las revueltas no consoliden reales procesos de cambio, la permanencia de las protestas en las calles y el ascenso de los partidos islamistas. Esperemos a ver qué nos enseña el segundo año de revueltas que empieza hoy.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/un-ano-de-revueltas