Por Víctor de Currea-Lugo / 23 de noviembre de 2019
Toda acción humana es interpretación, esos dicen los posmodernos. Toda acción humana tiene que dar resultados, eso dicen los neoliberales. La mayoría de mis vecinos de Palestina Bosa no conocen ni a Lyotard ni a Hayek, pero saben tomar un Transmilenio a las cinco de la mañana para ir a trabajar cada día, saben pegar ladrillos, limpiar casas, hacer pan, y muchos otros oficios. Ellos también se sumaron al paro.
En la marcha del centro, con lluvia de agua y al final con lluvia de gases lacrimógenos, mientras tomaba fotos pude ver dos encapuchados que terminaron protegiéndose detrás de la policía. Ya no era un rumor en las redes sociales, era algo que estaba pasando a pocos metros de mis ojos, innegable. En la noche en Bosa, sector donde Uribe había tenido alta votación, pasaron del cacerolazo a marchar en las calles. Como en una cascada el vecindario empezó a sonar y como en procesión fueron a la salida de mi barrio de infancia, pero Duque seguía sin escuchar.
El viernes 22 había indignación por muchas cosas, las del paro y además por la alocución presidencial. Muchos de Bosa salieron a la Autopista Sur, una avenida grande que sigo sin entender por qué la llamamos “autopista”. Allí a la protesta pacífica la policía respondió con violencia, dejando una muchacha malherida que muchos dieron por muerta. También aquí era innegable la violencia injustificada. Algo así sucedería en la tarde del viernes en la plaza de Bolívar, donde un grupo desarrolló un cacerolazo pacífico y fueron agredidos sin mediar palabra.
Luego llegaron las noticias de saqueos en un almacén Ara, en otro punto de la ciudad. Curioso que al igual que el saqueo en Cali de un almacén Herpo. Pero en ambos casos uno ve que la policía los persigue, pero de manera más que obvia, no los detiene ¿por qué? El almacén Ara es violentado usando un bus de servicio público; la policía aparece en el momento justo para garantizar la noticia de saqueos sin que pase a mayores.
En Bogotá en la tarde del 22, como sucedió en Cali del día anterior, los rumores de violencia organizada contra la ciudadanía fueron creciendo. Me llegaron audios “super confidenciales y 100% fiables” que los vándalos iban a atacar entre las 2 y las 5 de la mañana. ¡Los vándalos! Como los bárbaros del poema de Kavafis, poema que precisamente termina diciendo: “… se hizo de noche y los bárbaros no llegaron. Algunos han venido de las fronteras y contado que los bárbaros no existen” Y podemos decir que las élites se preguntan, como dice irónicamente el poeta: “¿Y qué va a ser ahora de nosotros sin bárbaros? Esa gente al fin y al cabo era una especie de solución”.
Mi hermano Lucho, y mi sobrino Diego y Libia, estuvieron vigilando toda la noche, tomando tinto y conociendo vecinos. Me dijo Diego que las cámaras de la urbanización tomaron gente entrando, pero eran vecinos que estaban al frente, de guardia. Y alguien dijo que eran vándalos. Mientras recibía chismes familiares, empecé a revisar decenas de vídeos que circulaban. No vi vándalos, vi camiones aparentemente de la policía repartiendo personas de civil. Eran los vándalos. Demasiado organizados. Estábamos en toque de queda, el Ejército y la policía volcado en las calles, teóricamente el momento de mayor protección posible, pero el miedo aumentaba. Hubo una misma escena que los medios masivos atribuyeron a cuatro barrios diferentes. Ya no importaba la verdad sino el rumor. La posverdad hecha carne.
La presencia de la policía y del Ejército fue bien recibida, pero primero había llegado el miedo. ¿Qué haría Batman sin el Guasón? Nada especial. Superman sin Lex Luthor sería un personaje pintoresco y él tiene que ser héroe, necesita que Luthor esté vivo y, si no lo está, pues hay que crearlo.
Al final, la noche pasó sin contratiempos, pero el daño estaba hecho. En muchos revivió el uribista que llevan dentro, se olvidaron del Corazón Grande y pedían Pulso Firme. En la mañana, el humorista Ricardo Quevedo se preguntaba: “¿No tienen la sensación de que nos vieron la cara de pendejos?”. Y sí. Una mezcla entre el cuento de García Márquez “algo muy grave va a suceder en este pueblo” y la novela de Saramago “Ensayo sobre la ceguera”. Incluso, creímos que ayudar a difundir el miedo en las redes servía, pero estábamos echando leña al fuego.
Que yo sepa no hubo vándalos detenidos, ni heridos, ni linchados. Son como fantasmas que actúan solo de noche, despertando nuestros miedos, jugando con las sombras. Y, como decía Maquiavelo: “los fantasmas asustan más de lejos que de cerca”. Pero también hubo un despertar frente al miedo. En la mañana mi sobrino Diego me mandó esta nota de perfil de doña Patricia, que dice así: “Resumen del toque de queda: conocí a mis vecinos, tomamos tinto y galletas, estamos muy mal de pijamas y palos de escoba. Ahora con sueño, tos y posible ridículo grupal”. La gente pasó del instinto de conservación al deseo de conversación.
Si yo fuera vándalo, con grupo organizado, con camiones como muestran los vídeos, con armas, con policías protegiéndome, no sería tan pendejo de meterme en un conjunto residencial donde me espera gente con piedras y palos, en el mejor de los casos. Aprovecharía que la ciudad está sola para robar joyerías o almacenes de computadores. Pero nuestros vándalos son gente muy sociable.
El gobierno jugó la carta de la intimidación y perdió. Se está quedando sin cartas. Eso le asusta. Nosotros vamos ahora a hacer velatones, fiestas, carnavales, marchas de alegría, memes de esperanza, trancones de paz. Vamos a la calle, que es nuestra. Que la ciclovía sea un desfile de cacerolas, que no nos van a callar. Duque, entienda, se está portando como los líderes árabes que vi caer: creyendo que los problemas sociales se arreglan con policía. De esas cosas es que le hablamos, viejo.
La estrategia es sencilla: la sociedad que protagoniza las marchas se remplaza por el vándalo, la agenda neoliberal se remplaza por la seguridad, el policía represor se convierte en el héroe. La protesta es símbolo de lo malo, de lo antiestético; el orden y la calma es sinónimo de bienestar. Al final, en algún lugar, un uniformado y un encapuchado sonríen porque hicieron bien la tarea. Luego, saldrán para sus casas, a lo mejor son vecinos de Bosa. Mientras tanto, con whisky un político corrupto y un militar de alto rango sonríen igualmente, pero no saldrán precisamente para Bosa. El político, ese que sí ha destrozado lo público, mediante Odebrecht y Reficar e HidroItuango, luce un poco cansado. Lo dicho: los vándalos, fueron una forma de solución. Pero quemaron esa carta de la peor manera para ellos.
El toque de queda parece que no se dictó para evitar el pánico sino para garantizarlo. Las tropas no se desplegaron para proteger sino para alcahuetear. Tratan que el que minutos antes estaba preocupado por su pensión ahora se centre en los potenciales vándalos. La solidaridad de las marchas se remplaza por la desconfianza. Hubo algunos ataques reales, porque eran necesarios para que el rumor bebiera y se refrescara. El debate deja de ser ético, de ética pública, para volverse estético: un grafiti es más grave que un acto de corrupción.
No creo en la teoría de las manzanas podridas en la policía, sino de una política institucional. Me parece posible que un policía cobre una coima a un conductor, pero ¿Para qué un grupo de policías sacaría un camión a la calle en un toque de queda para sembrar pánico si no fuera por orden superior? ¿Tantos casos aislados tan parecidos y al tiempo?
Meten miedo para vender seguridad. Eso hacía ayer María Fernanda Cabal, invitando a armarnos los unos a los otros, a atrincherarnos en nuestro edificio sin ver el del vecino, a pensar en vigilantes antes que pensar en médicos, en armarse antes que en educarse. Como en los años cincuenta, hay que matar al rojo o al azul, porque sí. Invocan el fascismo de los grupos acorralados como lobos en manada. Como no tenían FARC para culpar, se crearon los vándalos.
Ya no se trata de proteger la finca que no tienes, sino el apartamento que estás pagando a cuotas. La tuitera Andreabogada escribió: “¿Se acuerdan cómo llegaban los paramilitares a las regiones generando miedo y zozobra? Igualito que anoche, en camiones, escoltados, auspiciados y con el beneplácito de la fuerza pública”. Eso se llama “seguridad democrática”.