Voltaire, el velo y los derechos humanos

Víctor de Currea-Lugo 10 de febrero de 2016

Cubrirse o no cubrirse, he ahí la cuestión. Lo fácil es reducir el debate, lo difícil es ponerlo en perspectiva. Cubrirse la cabeza, por razones religiosas o culturales, no es monopolio musulmán: mi abuela solía ponerse velo para ir a la misa, como hacen las judías y las monjas.

Hay otras identidades que se expresan en la ropa: el turbante de algunos indios, las faldas de los irlandeses o la vestimenta indígena. ¿Hasta dónde puede la ley regular estas cuestiones? Hace tiempo la aerolínea British Air sancionó a una azafata que lucía un crucifijo.

Francia, en 2011, decidió prohibir el velo y otros países debaten el tema. Voltaire, ciudadano francés para más señas, deseaba “que las pequeñas diferencias entre los trajes que cubren nuestros débiles cuerpos no sean señal de odio y de persecución”. Pero Voltaire ya no es un punto de referencia en Francia.

Reducir los derechos humanos en el mundo árabe al velo es desviar debates más reales y acuciantes: los derechos de las mujeres no se limitan a ponerse o no un velo, aunque éste sea expresión patriarcal o decisión personal. En algunos círculos académicos cuando se discute sobre el respeto a los derechos humanos en el Oriente Medio se reduce el debate al velo pero poco se dice de los asesinatos israelíes de palestinos o en el bloqueo que la ONU aplicó a Irak, durante los años noventa, produciendo la muerte de miles de niños.

Las monjas no son libres de no cubrirse. Si la respuesta es que tal ropa es la consecuencia de la opción personal por un credo y el ejercicio de una fe, entonces lo mismo debe entenderse para otros credos. Algunas mujeres musulmanas usan el velo como un símbolo más cultural que religioso, otras sostienen que es su opción personal y por tanto es un ejercicio de libertad, algunas incluyen el velo dentro de la lucha contra la discriminación pues la solución no es esconder la diferencia sino asumirla. Pero no siempre es así, muchas veces el velo es una imposición patriarcal como otras, no por ser musulmanes sino por ser machistas.

En Teherán, algunas personas al velo no lo llaman Shador sino “Sha-Dior” por ser una prenda cada vez más sofisticada y parte de la moda. En Copenhague, en un McDonald’s donde todos los empleados deben llevar el cabello cubierto, pude reconocer que una de ellas era musulmana porque, aunque cubierta como el resto de sus compañeros, ella no lucía las gorras típicas con la M y que llevaban otra mujeres en el centro de la gorra sitio, sino un velo con estampados de McDonald’s. El mercado resuelve a su manera lo que la xenofobia combate.

Dentro de lo privado, decía Voltaire, “uno puede quemar en su casa los libros y los papeles que le disgusten”, pero no tiene derecho a quemar ni los libros del vecino ni mucho menos las bibliotecas públicas. La libertad implica la posibilidad de optar aún por lo “malo”. ¿Podría ser libertad aquella que nos diga: podéis hacer lo que quieras menos lo malo? El problema no es el uso de una determinada prenda sino su imposición. Como decía mi querido (y recién desaparecido) Rubio Llorente: “Naturalmente, nadie tiene libertad de hacer nada si para hacerlo ha de pedir antes permiso”.

La defensa por medio de la imposición del estilo occidental de vestirse no busca siempre la justicia para con las mujeres, a veces simplemente busca que su diferencia no sea pública. Su derecho se reduce a trabajar en los empleos que los europeos no quieren, no molestar y auto-invisibilizarse. El velo impuesto en los países musulmanes hace lo mismo que la prohibición del velo en los países occidentales: invisibilizar a la mujer. Por tanto, andar sin velo en Irán como con velo en Francia es un problema más allá del velo.

Cuando se critica el velo musulmán la pregunta de fondo es si se esconde solo el rostro o detrás de la crítica se esconde la xenofobia. El debate sobre el velo parece cubrir un debate más profundo: la islamofobia que crece en Europa y en los Estados Unidos. Cuando murió asesinado el periodista Theo Van Gogh (2004) hubo un escándalo en Europa, justificado por demás. Pero nadie dijo nada de la decena de sitios musulmanes, entre escuelas y mezquitas, destruidos e incendiados las semanas siguientes al asesinato sin que hubiera detenidos. La sociedad holandesa justificaba tales actos. El Papa de ese entonces puso su parte hablando de la prédica del Islam por la violencia sin mencionar la Santa Inquisición, las Cruzadas ni el colaboracionismo del Vaticano con el régimen de Hitler.

En 2008, el político holandés Geert Wilders publicó el documental Fitna (que en árabe quiere decir algo así como división, fractura), lleno de imágenes de terrorismo “islámico” que mezclaba incluso asesinatos de las fuerzas de ocupación en Irak o Palestina como supuestos actos islámicos. La ecuación: árabes igual a musulmanes y musulmanes igual a extremistas, es demasiado simple pero muy efectiva.

Por el lado musulmán hay aportes que alimentan la xenofobia. Los radicales musulmanes que controlan las barriadas de Paris han impuesto el uso del shador a las mujeres musulmanas. Son preocupantes los ataques por parte de los mismos musulmanes contra mujeres de su religión que no observan la vestimenta que ellos consideran apropiada, ataques que en algunos casos han incluido violaciones sexuales.

En Alemania, Italia y Suecia, la sociedad se ha sacudido con noticias de crímenes de honor ¿Acaso es una reacción de la Razón contra los fanatismos o será más exactamente una reacción de los nacionalismos contra la inmigración? Parafraseando a Horkhaimer podemos decir que “quien no quiera hablar de xenofobia, no tiene derecho a hablar sobre el velo”. Turquía todavía no ha podido integrarse a la Unión Europea ¿por las violaciones de derechos humanos o por ser musulmana?

Debería mostrarse tanta decisión en el control del proselitismo religioso fanático como en la discriminación contra los creyentes. Además del velo impuesto, está el racismo que lo ve peligroso. Si el velo es una opción ¿qué hay de la libertad individual?, incluso, si hay proselitismo ¿Qué hay de libertad de opinión? Si se quiere evitar la xenofobia y proteger los derechos de las mujeres, esto podría hacerse por vía de la libertad pero no por vía de las prohibiciones. No se protege prohibiendo libertades.

Cuando se ataca con tanto énfasis el velo musulmán pero al mismo tiempo se perpetúan políticas discriminatorias contra los inmigrantes pareciera que la campaña contra el velo no fuera el sueño de Voltaire sino su negación: discriminamos a los que no creen como nosotros, no porque no crean como nosotros sino porque no son como nosotros: son extranjeros.

Los cristianos, musulmanes y judíos (y demás grupos religiosos), deberían seguir la recomendación volteriana: “si queréis que se tolere aquí vuestra doctrina, empezad vosotros por no ser intolerantes ni intolerables”. En vez de alimentar el fuego de una falsa guerra de civilizaciones habría que combatir la confusión reinante. Y como dijo el francés citado: “lo digo con horror, pero con verdad, ¡somos nosotros, los cristianos, los que hemos sido perseguidores, verdugos y asesinos!”

Fragmento adaptado del libro Revueltas árabes: notas de viaje, Le Monde Diplomatique, 2011.