Bahréin y su historia de protestas

Víctor de Currea-Lugo |

Un minúsculo reino petrolero, dominado por una minoría que no ha cumplido sus promesas de reformas, pero sí ha utilizado la fuerza para reprimir las protestas, apoyada por un contingente de Arabia Saudita: ¿seguirá el curso del incendio que ya arde en otros países árabes?

 

Pequeño pero agitado

Este pequeño país está compuesto por más de 30 islas. Antigua colonia inglesa -de hecho fue un protectorado hasta 1971- con grandes yacimientos de petróleo y sólo 700.000 habitantes, bajo el gobierno de la dinastía de al-Khalifa, desde 1783. El 70 por ciento de la población es chií y el resto es suní.

La monarquía suní controla todos los niveles del poder. La familia real ocupa todos los puestos de decisión, entre ellos 11 de los 23 ministerios. En Bahréin, a pesar de ser un país musulmán, las mujeres no tienen que usar el velo y el estilo de vida es extremadamente occidental.

Huelgas en los años 30, nacionalismo independentista en los años 50, que llevó efectivamente a la independencia en 1971, y protestas en los años 90 pidiendo una monarquía parlamentaria y el derecho al voto para la mujer, demuestran que las protestas en Bahréin no son una rareza. Durante los años 80 y 90, importantes protestas se dieron en parte como eco de la revolución iraní. En 2005, miles de chiíes estuvieron en las calles pidiendo una reforma constitucional.

El principal grupo chií llamado «Wifaq» (Acuerdo) tiene 18 de 40 puestos en la cámara baja, pero sin acceso a otras instancias de poder. Días antes de las elecciones parlamentarias de octubre de 2010, hubo detenciones masivas de líderes chiíes para garantizar que el resultado no les diera un mayor espacio político.

Las protestas recientes

Desde mediados de febrero las marchas se concentraron alrededor de la Glorieta de la Perla, en Manama, capital del reino. Allí la multitud trata de emular lo que significó la Plaza de la Liberación en Egipto. Luego de la retirada de las tropas de la Plaza, se abrió la puerta a un diálogo entre gobierno y oposición, diálogo que había sido encargado por el Rey, Hamad Bin Isa al-Khalifa, a su hijo, el príncipe heredero Salman Bin Hamad Al-Khalifa.

Pero el ejército abrió fuego contra los manifestantes, así como contra un cortejo fúnebre de víctimas de anteriores jornadas de protesta, expulsándolos de la glorieta de la Perla, que luego los manifestantes retomarían, para ser de nuevo expulsados.

Allí las banderas son mensajes tanto contra la pobreza como contra la exclusión política. Varias de las marchas han sido contra el ministro del trabajo, el centro financiero y la embajada de los Estados Unidos. Aunque el PIB per cápita es de 35.000 dólares, los sectores más pobres de la población son los chiíes y sus barrios no se comparan con la próspera capital. Uno de los gritos que más se oye es «ni suníes ni chiíes, somos bahreiníes». De hecho hay una fuerte oposición liberal suní, lo que no ha impedido choques entre los dos grupos religiosos.

Inicialmente se pedían reformas que incluían una monarquía constitucional, es decir, sin pedir la salida del rey, y la liberación de los detenidos. Pero el uso de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad provocó una reivindicación aún mayor: la caída del régimen de Al-Khalifa.

La demanda fundamental de los manifestantes es la igualdad de derechos entre las personas, lo cual implica poner en entredicho la forma de hacer política, el concepto de ciudadanía, la discriminación por motivos religiosos y la falta de derechos para los trabajadores extranjeros.

Problema internacional

Arabia Saudita está preocupada. De hecho, la represión de la revuelta está siendo efectuada en parte por fuerzas de seguridad de Arabia Saudita, que envió cerca de 1.000 soldados. El Gulf Cooperation Council expresó su apoyo total al gobierno de Bahréin (el Consejo está conformado por Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos). La presencia de tropas sauditas, definidas por la oposición como «tropas de ocupación», es un elemento que ha bloqueado la negociación.

Las relaciones con Estados Unidos consisten, entre otras cosas, en hospedar a la Va Flota, con la cual harían frente a Irán en caso de necesidad. Estados Unidos ha designado a Bahréin como el más importante «aliado no OTAN«. El miedo del gobierno de que Irán apoye las protestas de chiíes excluidos no es nuevo. Pero las protestas no son esencialmente anti-americanas ni pro-iraníes.

En el juego de información y contra-información, para desviar la agenda de las protestas, el gobierno dice que todo es obra de Irán y de Hizbollah. Irán acusa a Arabia Saudita de ocupante y trata de aparecer como el defensor de la comunidad chií en Bahréin. Y Al-Qaradawi, el famoso teólogo islámico, de credo suní, sostiene que de todas las revueltas árabes (que él apoya), la única puramente religiosa es la de Bahréin, lo que no es cierto.

Respuesta represiva

A pesar de que el gobierno liberó un millar de detenidos tratando de calmar las protestas, la gente volvió a las calles liderada por Wifaq y por el Wad (la Sociedad Nacional de Acción Democrática), con una manifestación de decenas de miles de personas, en un país de sólo 700.000 habitantes.

Para controlar las protestas, se declaró el estado de emergencia, autorizando a los militares a «usar todas las medidas necesarias» para salvar la nación y sus ciudadanos, orden que se materializó en toques de queda, persecución y muertes, incluso contra los médicos que atendieron a los heridos. Los hospitales han sido militarizados.

Recientes intentos de control social apuntan a la ilegalización del mayor partido opositor, Wifaq, acusándolo de «dañar la paz social». Algunos activistas han muerto estando detenidos y uno de ellos, Abdulhadi al-Khawaja, compareció ante un tribunal militar.

Cuando el actual rey Al-Khalifa heredó el poder, en 1999, prometió una serie de reformas hoy todavía pendientes, a pesar de la Constitución de 2002. Las causas de las revueltas de hoy se encuentran en el marco de esa esperanza frustrada, pues no se ha transformado el modelo económico que perpetúa la inequidad y la exclusión política, y en la capacidad histórica de movilización de la sociedad también explica las tensiones actuales.

El reto es integrar política y socialmente a la comunidad chií, mediante una salida negociada pro-democrática, tarea compleja, pero más sana que la barbarie de la violencia.

Publicado originalmente en Razón Pública