Las víctimas, según el DIH

Víctor de Currea-Lugo | 16 de agosto de 2014

Según Naciones Unidas, víctima es toda persona que haya sufrido daños, individual o colectivamente, incluidas lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdidas económicas o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de una violación de derechos humanos o una violación grave del DIH.

En Colombia, este acuerdo se ha relativizado, por ejemplo al limitar las víctimas a unos victimarios, o sugerir que los combatientes son víctimas por consecuencias de actos de guerra lícitos en el DIH.

El DIH habla de sujetos a proteger: civiles, personal religioso y de salud, detenidos, los que se rinden, y heridos y enfermos. Pero ese llamado a garantizar sus derechos no los convierte automáticamente víctimas, sino titulares de protección.

Víctima implica un daño que derive de una violación al DIH, es decir de un crimen de guerra; no de un acto de guerra. Los actos de guerra, así sean dolorosos, son permitidos en el DIH, no así los crímenes.

La tortura, por ejemplo, es un crimen y la persona dañada es una víctima, no importa si el torturado es parte de un grupo armado o del Ejército. Una muerte en combate es un acto de guerra, fuera de combate es un crimen. Un herido de guerra, desde el DIH, no sería una víctima (aunque sí un sujeto a proteger), pero el trato inhumano o degradante que reciba sí podría ser un crimen. No es víctima, porque neutralizar, herir o matar al enemigo en combate no es un crimen, repito, desde el DIH.

Pero si queremos extender la categoría no sólo a afectados por una acción contraria al DIH sino, por ejemplo, también a otras categorías relevantes (heridos de guerra o damnificados de desastres) entonces todos los heridos entrarían en la categoría, incluyendo los de los grupos armados.

No hay que olvidar que el DIH fue formulado primeramente para proteger combatientes y no civiles. Los heridos de guerra son sujetos de protección, sean guerrilleros o soldados. En la ley colombiana, un herido de los grupos armados no es una víctima, exclusión alimentada desde el error de pensar que reconocerle como víctima le exonera de su responsabilidad por los delitos que haya cometido.

En el caso de los soldados heridos por minas anti-personal (víctimas de los grupos armados en cuanto el uso de estas armas es prohibido) estos son también responsabilidad del Estado, y su atención no puede reducirse a colectas públicas.

La condición de víctima, desde el DIH, depende de unos hechos, no de un juicio moral. Duele que ante la desaparición forzada, la sociedad presuponga un algo de culpa del desaparecido, no así del secuestrado. Un familiar me decía hace años “no es lo mismo decir: desaparecieron a mi tío, que decir: secuestraron a mi tío, si hubiera dicho lo segundo la gente hubiera sido más tolerante”.

A la víctima le basta haber sufrido un daño para ser tal. Hay una perversa idea de que la víctima tiene que llenar ciertos requisitos: mejor si es pobre, mujer y negra, como el enfermo perfecto que definía, de manera irónica David Cooper. Pareciera que la víctima debe sufrir pasivamente, neutra en su dolor, esperando la ayuda, para ser “buena víctima”.

La víctima que protesta no es menos víctima. Un ejemplo doloroso es el de los miembros de la Unión Patriótica, son vistos como víctimas de una injusticia ‘discutible’. Igualmente, una víctima de las Farc, así sea neonazi, es víctima. Y en cuanto ciudadano, tiene derecho a sus derechos, no es menos víctima por tener una opinión política o una labor militante.

Pero ser víctima ni da necesariamente la razón ni niega el derecho a ser ciudadano: ni idealizarla, ni negarle sus derechos. Esa relativización de las víctimas cohonesta el asesinado de líderes del movimiento de víctimas.

El otro riesgo es ir más allá del marco específico del conflicto y hablar de ‘víctima’ para nombrar a todo afectado por el poder político. Así las cosas, todos somos víctimas y ninguno victimario. En esa lógica es que ahora guerrilleros y militares se asumen víctimas.

Así, la tendencia general es que víctima en Colombia no es el afectado por la guerra sino, el afectado por la guerra que me importa ya sea por ser conocido o por compartir opciones políticas. En el Foro Nacional de Cali, hubo muestras de ese ‘egoísmo de la victimización’. Una de las asistentes lo resumió así: “este es el momento de las víctimas de las Farc, ya pasó la hora de las víctimas de los paramilitares”, lo que generó dolor en otras víctimas de las Farc que estaban allí.

No hay una víctima tipo y, por tanto, no hay una vocería única de las víctimas, ni se puede decir que una víctima es más representativa (más víctima, si se quiere) que otra. Otra víctima nos decía: “aquí aprendí que el dolor de una víctima de los unos no es más grande que el dolor de las víctimas de los otros”.

Las víctimas colombianas organizadas se erigen hoy como un actor político (tanto contra el Estado como contra las Farc) antes que como un “necesitado menesteroso”, renuncian a la idea de neutralidad y asume el ejercicio de su ciudadanía, de sus derechos políticos y civiles, sin por eso renunciar a su categoría de víctima.

Las víctimas están en la agenda de la negociación, pero eso implica aceptar el proceso y sus reglas, así sea implícitamente. Otra víctima me dijo: «al Foro hay que venir con cierta disposición por la paz. Si una viene cargada de odio, así es muy jodido». Y el problema es que el odio está ganando corazones y mentes.

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/las-victimas-segun-el-dih-columna-511038