Más que piratas

Víctor de Currea-Lugo | 26 de julio de 2011

Somalia no sólo padece de hambre, sino de una crónica ausencia de instituciones estables. Somalia es un Estado nuevo, creado en 1960, con uno solo gobierno fuerte: desde 1969 hasta 1991, cuando gobernó el general Mohamed Siad Barre. Antes hubo una guerra con Etiopía y fueron asesinados dos presidentes. Después, caos y más guerra. En este panorama viven millones de personas.

El modelo de Barre perdió apoyo y se precipitó a una crisis aprovechada por los rebeldes de Mohamed Farrah Aidid, líder del Congreso de la Unidad Somalí, que finalmente tomó el poder en 1991. Desde entonces, Somalia no ha tenido un gobierno funcional. Los rebeldes, dispersos, poco politizados, unidos a expresiones de poder local, no lograron articular propuestas nacionales y la guerra feudal es una constante. En los noventa causó más de 300.000 muertos y dejó 1,5 millones de desplazados.

Hubo varios esfuerzos de la ONU para controlar el país y en 1993 se libró la “primera batalla de Mogadiscio” entre las tropas de EE.UU. y la milicia de Aidid, cuyos líderes iban a ser capturados. Este revés militar fue reflejado en el libro La caída del Halcón Negro. EE.UU. se retiró de Somalia en 1993 y la ONU en 1995. Así, la salida militar y la mal llamada “intervención humanitaria” fracasaron en el país, que quedó en manos de señores de la guerra adscritos a clanes. Estas intervenciones fallaron en parte por su énfasis militar y su desprecio por la construcción de instituciones. Naciones Unidas gastó US$1.600 millones y los Estados Unidos otros US$2.000 millones, pero para reconstruir el poder judicial se destinaron únicamente US$15 millones.

En estos últimos años, varios intentos de formar gobierno han sido infructuosos, ya por no crear agendas unidas, ya porque su capacidad de imponer el orden es muy limitado. Una experiencia “positiva” en 2006 fue el control de parte del país por la Unión de Cortes Islámicas, lo que dio una luz de esperanza por la estabilidad ofrecida.

Sin embargo, al ser “islámicas”, las Cortes fueron señaladas como “terroristas” y los Estados Unidos apoyaron, vía Etiopía, grupos armados en su contra, lo cual desembocó en su dispersión, pero sin la consolidación de un nuevo poder estatal, vacío que fue aprovechado por un grupo pro Al-Qaeda llamado ‘La Juventud’ (‘Al-Shabbab’), que ahora prohíbe la presencia de ONG humanitarias. Al atacar a las Cortes en vez de negociar, se perdió una oportunidad para reconstruir el Estado.

De Somalia sólo se habla por la piratería y por las hambrunas. Debido a que la primera se ha disparado como práctica, la Unión Europea desplegó en noviembre de 2008 una misión naval para proteger a barcos comerciales y de la ONU, es decir, se responde sólo con acciones policivas en alta mar a una guerra que debiera generar otro tipo de respuestas.

Por su parte, las hambrunas han regresado a los titulares. Al campo de refugiados de Dadaab, en Kenia, llegan cerca de 1.500 personas al día. La ONU usó la palabra “hambruna” por primera vez desde comienzos de los noventa, y acaban de calificar esta crisis humanitaria como la peor del mundo. La problemática afecta a Somalia, Kenia y Etiopia. Se calcula que 3,5 millones de personas dependen de la ayuda humanitaria y que dos millones de niños padecen desnutrición. La sequía, el hambre, la pobreza y la guerra aumentan el flujo de refugiados.

Las posibilidades son pocas: a) huir y buscar refugio en Kenia, donde más de 250.000 somalíes viven en campos de refugiados; b) llegar hasta Yemen, donde sobreviven miles de somalíes que han logrado cruzar el Golfo de Adén; c) incorporarse a las órdenes de alguno de los señores de la guerra, de Al-Shabbab o unirse a un grupo de piratas, o d) morir de hambre.

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/mas-que-piratas-columna-287392