Proteger civiles más allá de Siria

Víctor de Currea-Lugo | 12 de abril de 2012

Asoma una amenaza de paz en Siria. Son más los escépticos que los esperanzados, luego de tantas promesas incumplidas. Todos temen que sea otro fracaso de la comunidad internacional. La pregunta, todavía sin respuesta, es: ¿cómo proteger a la población civil?

Cuando hablamos del genocidio de Darfur no dejamos de pensar en Ruanda, y cuando hablamos de Ruanda siempre evocamos el “nunca más” del Holocausto. El horror y la acción frente a los crímenes generan tendencias de cómo actuar y normas hacia la prevención y el castigo. Ver a presidentes genocidas, como Slobodan Miloševic (de la antigua Yugoslavia) y Charles Taylor (de Liberia), sentados frente a un tribunal, nos da sensación de justicia.

Pero ver a Augusto Pinochet caminar desafiante en su regreso a Chile, luego de evadir la justicia internacional, nos genera impotencia. Recordar las masacres de Srebrenica (en la antigua Yugoslavia) y de Sabra y Chatila (en los campamentos de refugiados palestinos en Líbano), nos indigna.

Ante eso, hay esfuerzos de la comunidad internacional que dan esperanza: la abolición de las minas antipersonas (aunque se sigan usando), la creación de la Corte Penal Internacional y las masivas marchas de rechazo a la invasión en Irak de 2003.

Hay otros casos en los cuales queda el sinsabor del fracaso de las protestas sociales: la masacre de la Plaza de Tian’anmen en China, las actuales protestas en Grecia, y la revuelta yemení, ahora secuestrada por el que fuera vicepresidente de Saleh.

En algunos momentos parece ser mejor opción un buen arreglo que un mal pleito, pero a veces el buen arreglo no llega y la situación se vuelve peor, como en el caso del Sahara Occidental ocupado por Marruecos, de la ocupación de Palestina por Israel, de los refugiados de Birmania que huyen de una dictadura militar implacable. Todos ellos siguen, como en la obra de teatro, esperando a un Godot que no llega.

Otras guerras, como el caso del genocidio de Congo, que ya suma más de 6 millones de muertos, simplemente no importan; aunque a veces aparezcan fugazmente registradas en la prensa como las hambrunas de Somalia o la guerra de Afganistán.

A veces las marchas pacíficas dan resultados y la voz de los pueblos en las calles tiene una oportunidad, como en los recientes casos de Egipto y de Túnez. A veces la represión de dichas marchas da paso a la violencia, y la guerra muestra sus dientes como en Libia y en Siria, escenarios donde además de las masas en armas, hay agendas internacionales a la espera de pescar en río revuelto.

El problema no es sólo Siria, sino si esa misma comunidad internacional, que hoy con razón justifica la necesidad de hacer algo basado en la protección a los civiles, estaría dispuesta a dejar de lado sus agendas ocultas y mezquinas y a hacer de su actuación en Siria (sea la que sea) una norma mundial, aplicable en Afganistán, Palestina y Congo.

Esa sería la única manera de acabar los dobles estándares en la aplicación del derecho y de los principios internacionales, esos que nos dicen que hay víctimas de primera y de segunda clase; la manera de construir consensos políticos, de fortalecer el derecho internacional, de implementar los principios humanitarios, de conjurar la sombra de la Guerra Fría.

Ante el fracaso del derecho internacional en Siria, así como de la Liga Árabe, y los temores sobre la implementación de la propuesta de paz de Naciones Unidas, queda el reto de dotar de ‘dientes’ al derecho, como pedía Hobbes. Pues sin dientes, el derecho y los principios universales son sólo letra muerta.

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/proteger-civiles-mas-alla-de-siria