Víctor de Currea-Lugo | 1 de junio de 2014
Uno de los mecanismos más solicitados por las sociedades, una vez se abre la puerta para un proceso de negociación, es la declaración de treguas o de medidas que tiendan a disminuir el horror de la guerra. Paradójicamente, y contrario a tal deseo, las partes en conflicto necesitan llegar a la mesa de negociación con su mayor capacidad demostrada, por lo tanto es de esperar que, precisamente momentos antes del inicio de una negociación, se incrementen las hostilidades.
Dependiendo del grado de popularidad del proceso de paz y de la capacidad militar de las partes enfrentadas, entre otras variables, una negociación puede (o no) verse acompañada de una tregua. Pero no hay que ser ingenuos sobre la tregua, pues esta no es una solución final ni una garantía absoluta del respeto a los derechos de las personas civiles.
Desde el punto de vista del coste en vidas humanas de un conflicto, es obvio que una tregua es benéfica, pero esta no siempre es la lógica de las partes en conflicto, si no, no habrían optado por la violencia armada.
Razones de las treguas
En Darfur ha habido numerosos intentos y treguas declaradas, algunas con argumentos políticos, otras como parte de procesos de acercamiento, y unas últimas invocando razones humanitarias. Más allá del debate sobre quién las ha roto, en general podemos afirmar que la situación de las víctimas no ha cambiado.
En el caso español, ETA anunció diez veces el cese de la violencia a lo largo de veinte años, y el paso final hacia la paz estuvo precedido de una declaración de tregua. De hecho, el cese de hostilidades le quitó aire político a ETA en vez de dárselo. La tregua como preámbulo a la paz se dio en Indonesia, pero no toda paz está precedida de una tregua.
En 1994, el Ira declaró un cese al fuego bilateral para avanzar en el proceso político. Sin embargo, los políticos unionistas rechazaron el cese al fuego, afectando las negociaciones.
Tal vez el caso más frustrante de un acercamiento entre partes del conflicto acompañado de una tregua es el de Sahara Occidental. En 1991, con la promesa de realización del referendo sobre dicho territorio, el Frente Polisario aceptó una tregua. Más de veinte años después, la tregua no ha servido a la paz, no ha impulsado las negociaciones, no ha mejorado la situación humanitaria de los miles de refugiados y, más bien, ha enquistado el conflicto hasta quitarle cualquier relevancia en la agenda internacional.
Dos categorías
Ha hecho carrera entre pacifistas la distinción entre “alto al fuego”, que es la suspensión del uso de las armas, y “cese de hostilidades”, que incluye además el cese de todo tipo de acción violenta. El problema es que en esta última categoría se incluyen delitos como el secuestro o ataques a la población civil, los cuales no son —jurídicamente hablando— hostilidades sino crímenes de guerra. Y la no realización de crímenes de guerra no puede depender de la voluntad de las partes en conflicto, sino que debe ser una prohibición absoluta, aún en tiempo de la mayor ofensiva militar del caso. En consecuencia, más allá del debate semántico, lo que se persigue es la disminución del nivel de violencia.
Es muy difícil que una tregua se cumpla en toda su dimensión. Esto lo saben muy bien los enemigos de la paz que, ante la primera escaramuza por alguna de las partes, buscan dar por rota la tregua en su totalidad, en vez de tratar de salvarla por todos los medios. También hay grupos que de manera deliberada realizan acciones militares o actos de terror con el fin de romper los acercamientos en curso.
Es altamente compleja la verificación de una tregua, especialmente en contextos en los cuales no hay acceso imparcial a los medios de comunicación, observadores internacionales, organizaciones internacionales (como Amnistía Internacional) u otro tipo de institución confiable que permita establecer responsabilidades en el conflicto.
Pero hay numerosos casos en los cuales se ha llegado a la firma de un proceso de paz en medio de las hostilidades y sin que medie una tregua o cese de hostilidades previo. Esto se observó en la región de Aceh, en Indonesia, y los tuaregs en Malí.
Además de treguas, los actores de un conflicto pueden acordar (sin que esto necesariamente lleve a la paz) otro tipo de acuerdos en el desarrollo de la guerra. En Darfur, desde el primer año de hostilidades entre los rebeldes y el gobierno de Sudán, se formularon varios
En Darfur, desde el primer año de hostilidades entre los rebeldes y el gobierno de Sudán, se formularon varios acuerdos temporales de cese al fuego, algunos de ellos con carácter humanitario. En El Salvador el FMLN dijo: “no humanizar el conflicto sino resolverlo”. En Guatemala, un acuerdo en materia de derechos humanos permitió disminuir el impacto de la guerra, crear confianza e implementar mecanismos internacionales de verificación –de la ONU– antes de la finalización del conflicto.
Así, las treguas pueden servir como antesala de la paz (España e Indonesia), como estrategias para disminuir la intensidad militar (Filipinas), para facilitar la negociación (Congo y Liberia), como acto simbólico para buscar legitimidad y acercamientos (Kurdos), e incluso, para eternizar un conflicto (Sahara Occidental).
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/treguas-solucion-articulo-495946