Víctor de Currea-Lugo | 8 de junio de 2021
Las dos cosas más sagradas para los colombianos son la madre y el fútbol. Por lo menos, esa fue nuestra conclusión después de un estudio, desde una ONG humanitaria, hace varios años. Tal vez por lo mismo, es tan sensible como precisa la consigna de que: si no hay paz, no hay fútbol.
Por eso, a pesar de las derrotas que tenga la selección Colombia, el famoso 5 a 0 frente a Argentina sigue siendo un bálsamo. Y por lo mismo, la película “Golpe de estadio” sigue siendo una hermosa sublimación de cómo podríamos resolver nuestro conflicto armado.
El fútbol también sirvió como un mecanismo de alerta temprana cuando el, en ese entonces, candidato presidencial Iván Duque hizo unas “cabecitas” delante de Emilio Butragueño, quien le contestó: “Yo la cabeza la utilizaba para pensar”. Pero esa alerta temprana, como otras sobre masacres y desapariciones, no fue tenida en cuenta.
Las barras bravas y la protesta
Esta expresión de barras bravas se originó en Argentina en los años 60, para denominar a los hinchas más fanáticos del fútbol. En Colombia hay clubes de fanáticos, aunque no todos ellos sean barras bravas.
He visto a las de Santafecito lindo enfrentarse con la Policía en Soacha y a las de Millos celebrar en el parque de Bosa. En 2019, las vi juntas protestar contra el Gobierno del señor de las “cabecitas”. En este 2021, las he visto convocando y encabezando marchas en el marco del paro nacional.
Vi un grupo de muchachos y muchachas, amantes del fútbol, congregados frente al estadio Camacho El Campín, pateando balones y oponiéndose a la realización de la Copa América en Colombia. Uno de sus carteles decía: “¿Un balón o una vida? S.O.S.”. La muchachada ganó y la copa se fue para otro país.
En Medellín, marché con los barristas del Nacional, algunos de los cuales se habían sumado a la primera línea. Fue allí mismo donde escuché decir que Duque había logrado lo que ningún otro presidente: unificar a las barras bravas y que, además, pidieran suspender un partido de fútbol.
Luego, la tensión entre el fútbol y el paro se trasladó a la ciudad de Barranquilla, sede de la selección, donde estaba programado el partido contra Argentina a las seis de la tarde del 8 de junio, en el estadio metropolitano.
Días antes, el Gobierno, más preocupado por la imagen exterior que por la realidad interior, desató algo que llamaron “allanamientos preventivos”, arrestos y una campaña de miedo contra los que citaban plantones en contra del partido, tanto en la capital departamental como en la cercana población de Soledad.
El poder real de Barranquilla deseoso de pan y circo dispuso que el partido debía realizarse por encima del paro y de los muertos. Lo que estaba en juego no era el futuro del país sino algo más glamuroso para las élites: la clasificación al campeonato mundial de fútbol de Qatar.
Ya dos partidos previos de la Copa Libertadores habían sido escenarios de tensión entre un pueblo que protestaba en las calles y unas élites que celebraban. El 12 de mayo, hasta el técnico de River Plate y algunos jugadores recibieron gas lacrimógeno. Durante media hora se escucharon en el campo las explosiones de la protesta.
Diego Latorre, comentarista deportivo de ESPN, lo dijo de manera clara: “Habría que preguntarse por qué el fútbol no tiene la sensibilidad de identificarse con las necesidades del pueblo colombiano (…) Me parece hasta irrespetuoso hablar de fútbol cuando están pasando hechos lamentables afuera de la cancha”.
Llegó el día del partido
Empiezo aclarando que este artículo se lo debo a Pilar y a Aura, a quienes no les pude cumplir con mi promesa de viaje a Barranquilla, porque los pasajes costaban hasta dos millones de pesos (de esos precios abusivos hablaremos en otra ocasión).
Pilar insistió todo el tiempo en que le gusta el fútbol, pero que rechazaba lo que muchos llamaríamos la estrategia de “Pan y circo”. Esta frase acuñada al poeta Juvenal describe las artimañas en el imperio romano, por parte de los líderes políticos, para ganarse el favor de las masas, regalando trigo y espectáculos circenses. Julio César y Aureliano continuarían tal costumbre.
El despliegue policial para evitar las protestas fue contundente: 1.200 policías llegaron adicionales para “reforzar la seguridad” más apoyo del Ejército, para un total de 4.000 policías. En la madrugada del martes, la Policía allanó varias casas y sin presencia del Ministerio Público, lo que es ilegal. Allí encontraron máscaras antigases, gafas y guantes (lo que no constituye un delito) y algunos habitantes de las casa allanadas reportaron que los policías les robaron dinero.
La represión para contener la protesta fue tristemente la usual: los gases afectaron zonas residenciales, la Policía detuvo a muchachos en las afueras del estadio, sin que estuvieran delinquiendo ni hubiera orden de captura en su contra; es decir, otra oleada de detenciones ilegales. Varios de los detenidos fueron transportados en camiones de la Policía sin placas.
Entre los nombres que me llegaron figuran Andrés Anaya y Luis Ángel Alonzo, ambos estudiantes universitarios e integrantes de la plataforma Defendamos La Paz. Además reportaron la detención de otro estudiante: Miguel Morillo.
La Policía atacó una casa que servía como punto de Primero Auxilios, atacaron con piedra algunas casas, rompieron vidrios y agredieron a los habitantes de casas cercanas. Y un colega periodista, que me había ofrecido su casa para mi frustrado viaje, Paul Muñoz, fue detenido por la Policía “porque no tenía pinta de periodista”. Pilar dice que ella se pone la camiseta por la Selección Colombia, pero por la que está en las calles y se juega la vida desde el 28 de abril. En serio, #LaPelotaEstaManchada.
La “gente de bien” (aunque pobres, pero «de bien») brranquillera esgrimió machete a los manifestantes, ante la mirada complaciente de la Policía. Ya desde antes, la “gente de bien” amenazaba a los que quisieran manifestarse contra el partido.
Fútbol y política
Hay una larga lista de sucesos futbolísticos asociados a la política, de los que solo mencionaré algunos. En el invierno de 1914, durante de la Primera Guerra Mundial, parte del cese al fuego navideño incluyó partidos de fútbol, ceremonias fúnebres e intercambio de prisioneros, actividades en las que participaron soldados franceses, alemanes y británicos.
Otro famoso juego fue llamado el “partido de la muerte”. En 1942, se reunieron varios antiguos futbolistas profesionales. En agosto se enfrentaron un par de veces a un equipo alemán, con un árbitro comprometido con las tropas ocupantes. Las dos derrotas alemanas las devolvieron con arrestos, torturas, traslado a campos de concentración y muertes. En julio de 1969, sucedió la llamada “guerra del fútbol” entre El Salvador y Honduras. Si bien la causa no fue el deporte, este sirvió como excusa para que las élites de los dos países se pasaran cuentas de cobro, aupados en el nacionalismo que alimentaron los medios de comunicación.
En 2018, por iniciativa de los propios jugadores argentinos, dicha selección rechazó jugar un partido amistoso con Israel, programado para ser jugado precisamente en Jerusalén, ciudad con estatuto internacional y que Israel quiere anexar para sí.
Este 8 de junio de 2021, el partido entre Colombia y Argentina no era un partido más, sino un intento de desviar la atención sobre los problemas del país y sobre un paro que ya deja decenas de muertos.
Esta vez, no era una tregua porque no estamos en guerra con Argentina, ni existía el riesgo de empezar un conflicto como el que hubo entre El Salvador y Honduras. Estamos un poco más cerca al pan y circo de los romanos, a la confrontación de posturas fascistas (aunque no dentro sino fuera de la cancha). Lástima que esa selección argentina que sí supo pararse ante el sionismo no lo hubiera hecho ante este fascismo criollo, cuyo jefe solo saber hacer “cabecitas”.