Víctor de Currea-Lugo | 25 de abril de 2015
La hambruna de Somalia, que también afecta regiones de Kenia y Etiopía, ha generado desplazamientos. Asimismo lo hace el crecimiento del desierto del Sahara, que en algunos puntos avanza a un ritmo de 10 kilómetros por año. Cuentan también las guerras en África, entre las cuales vale resaltar el genocidio de Darfur, los diferentes conflictos de Nigeria, la guerra de Malí y las múltiples violencias del Congo. Y, finalmente, la búsqueda de mejores recursos en un continente en el cual Europa y sus transnacionales están comprando grandes extensiones de tierra.
Al día de hoy se ha negociado cerca del 5% de la tierra cultivable de África, un total cercano a 60 millones de hectáreas. Una de las razones de dicha compra de tierras es la producción de biocombustibles (a lo que se dedica el 50% de las hectáreas y cuya extensión se duplicó entre el año 2004 y 2008). Esto genera desempleo, desplazamiento, pérdida de la soberanía y pobreza.
Los pocos campesinos africanos que acceden a un trabajo en zona rural reciben entre 80 centavos y US$2 al día. Los ingresos que reciben los estados por la venta de tierras o por su alquiler a 99 años es miserable: una compañía noruega reconoce a Sudán del Sur US$0,07 por hectárea alquilada por año y controla bajo este sistema 179.000 hectáreas. Corea del Sur negoció el alquiler de cerca del 50% de la tierra cultivable en Madagascar. Las transnacionales y los gobiernos europeos y de Oriente Medio (Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes y Kuwait) abusan de la inexistencia de leyes y de la existencia de gobiernos corruptos.
Por otra parte, África ha implementado durante las últimas décadas las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en sus economías, aumentando la dependencia, privatizando los servicios y reduciendo las funciones del Estado, que ya de por sí ofrecía muy pocos servicios. La suma de falta de tierras, políticas neoliberales, conflictos armados, cambio climático y transnacionales explica la vulnerabilidad africana. Incluso algunos de los productos agrícolas de estas tierras alquiladas son vendidos en el mercado africano a precios injustos.
Por esto la imagen de África desnutrida y en guerra sigue siendo real. Para los africanos que no hacen parte de las minorías corruptas en el poder las opciones son pocas: la competencia violenta por los recursos naturales (el mercado de diamantes en Liberia y Sierra Leona, el contrabando de coltán en Congo); la incorporación a grupos armados locales, algunos de orientación islamista (Boko Haram en Nigeria, Al Shabab en Somalia); la incorporación en un mercado laboral injusto, y la migración.
El fenómeno migratorio es fundamentalmente intraafricano: miles de egipcios trabajaban en Libia en el gobierno de Gadafi; más de medio millón de somalíes viven como refugiados cerca de la frontera con Kenia, etc. El proceso de migración desde África Subsahariana hasta las costas mediterráneas puede tomar hasta 10 meses y costar miles de dólares.
Huyendo de estas injusticias muchos son víctimas de dos prácticas ilegales: el tráfico de inmigrantes y la trata de personas. El destino buscado es fundamentalmente Europa, región afectada por dos fenómenos: una crisis financiera desde 2008 y un aumento considerable de la xenofobia. En una Europa con altos índices de desempleo, especialmente en los países del sur —por ejemplo, casi del 24% en España—, el rechazo al inmigrante es esperable. Además de esto, otro estudio de 2010 mostró una gran diferencia entre el porcentaje real de migrantes (por ejemplo 7% en Italia) en relación con el imaginado por la sociedad (25%). Y otro estudio en Reino Unido, que evaluó tendencias entre 1999 y 2008, demostró una mayor reacción contra la inmigración entre mayores adultos y trabajadores con bajos ingresos.
La gran paradoja europea es que necesita mano de obra pero cierra sus puertas a la inmigración; quiere obreros pero no personas. El envejecimiento de la población europea hace vulnerables sus sistemas de seguridad social. Como ha quedado demostrado en varios estudios españoles, los inmigrantes no son, en términos generales, unos vividores del sistema sino unos grandes contribuyentes a la economía española. El debate no es quién abusa de un Estado social en retroceso sino cómo sobreviven las pensiones de los europeos.
Europa tiene una deuda histórica con África: le impuso fronteras inexistentes que han contribuido a sus conflictos, ha saqueado sus recursos naturales, se la repartió en la conferencia de colonizadores de Berlín de 1886, se aprovechó de la implementación de políticas neoliberales y alimentó gobiernos corruptos y asesinos. Ahora la Europa envejecida, que compra tierras en África y sigue aprovechándose de los bajos precios de sus materias primas, cierra su frontera sur y el discurso de los derechos humanos, del que tanto se precia, naufraga junto con cientos de migrantes.
Publiccado originalmente en El Espectaador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/el-sueno-europeo-articulo-557089