Víctor de Currea-Lugo | 5 de septiembre de 2022
Es común el uso incorrecto de la historia de Alí Babá y los 40 ladrones, en el que incurren desde políticos que posan de ilustres hasta médicos que tratan de ser intelectuales. El error es simple: se quedan en el titular, no leen y, si leen, no entienden. Eso también, parcialmente, pasó en Chile.
Alí Babá era la víctima de los ladrones, no su jefe. Pero para llegar a esa conclusión toca leer la historia y entenderla. Y para pensar lo contario basta con quedarse en el titular. Un buen ejemplo de ello es el reciente debate en Colombia sobre el llamado decrecimiento.
La gente que votó, en Reino Unido, a favor del Brexit ¿sabía lo que eso realmente significaba en términos prácticos? Creo que no. ¿Conocía la sociedad colombiana que la propuesta de paz con las FARC incluía cosas como la red nacional de electrificación rural o la red de acueductos comunitarios? No ¿le interesó saberlo? Pienso que tampoco. En Chile lo “plurinacional”, que estaba planteado en la nueva Constitución, no fue entendido como un avance sino como una amenaza.
Por eso fue fácil, en una sociedad premoderna, tradicional y pacata, remplazar el contenido por el titular, imponer el prejuicio sobre el juicio y vender humo. En Colombia perdimos el plebiscito con argumentos como “la ideología de género”, “la entrega del país a las FARC” y “el castrochavismo”. En Chile se habló mucho de que la nueva Constitución acabaría con la propiedad privada de las viviendas.
Valdría la pena preguntarse si la sociedad chilena sabía de verdad lo que estaba votando, si el constituyente entendió la sociedad chilena real como punto de partida (y no solo la ideal como punto de llegada) y si las formas «pluri-multi-culti» restaron o sumaron.
Todo parece impregnado de un síntoma de nuestro tiempo: el culto premoderno a las formas sobre el fondo. La realidad no cuenta, ni siquiera en medio de una pandemia. En esta lógica, la explicación del covid-19 no estaría dada en un dato científico sino más bien en el titular de los charlatanes.
Estamos en una época en que todos son narrativas, percepción, puntos de enunciación y subjetividades. Renombramos todo. Enseñamos que el lenguaje vence la evidencia y eso tiene un precio.
En el mundo actual, los talibán impusieron la convicción profunda de que Estados Unidos era el único malo en la guerra de Afganistán y eso fortaleció el apoyo popular a esos radicales. Cierta izquierda miope nos dijo que en Siria el Gobierno era bueno solo porque estaba contra Donald Trump, justificando el uso de armas químicas contra civiles. Europa se convenció de que los refugiados de Ucrania son mejores que los de Somalia, y hasta algunos nostálgicos no quieren aceptar que la Unión Soviética ya murió.
Si el mito se impone y la realidad no cuenta, la culpa no es de la realidad. Hay una frase que he repetido del profesor Olivier Roy: “no importa lo que el Corán dice sino lo que la gente cree que el Corán dice”. Así pasa con el Acuerdo de Paz en Colombia, con los informes científicos sobre el covid-19, con la Biblia, con la Constitución de Colombia y con cualquier otra propuesta.
Como suelen decir en Twitter: mucha gente no está preparada para esta discusión. Simplemente porque no se puede poner ni siquiera en debate el dogma de las minorías a la hora de escribir Constituciones o propuestas para las mayorías. No estoy defendiendo la «dictadura de las mayorías» sino llamando a la «voluntad general» (diferente a la voluntad de las mayorías) de la que hablaba Rousseau. En Chile, si se analiza la votación por ingresos, en los quintiles más pobres hubo un mayor rechazo a la nueva Constitución.
Chile está de acuerdo en dejar atrás la Constitución de Pinochet, pero no en qué la remplazaría. También Colombia parece compartir la necesidad de un cambio, pero eso no quiere decir que haya un consenso de hacia a dónde cambiar.
El camino de la democracia implica aceptar que las mayorías deciden. Y esas mayorías tienen actos de fe, límites y prejuicios que debemos tener en cuenta; no para reforzarlos sino para lidiar con ellos. La transgresión pueril lleva al fracaso si además tenemos los grandes medios de comunicación en contra.
En Colombia, Irene Vélez es mucho más que los tenis, la Paz Total es mucho más que un titular, Susana Boreal es mucho más que su bello canto. ¿Por qué se impone esa reducción llena de prejuicios? La derecha siempre se mueve en lo simbólico mejor que la izquierda porque la gente teme a la desconocido. Y la izquierda, peleada por símbolos y egos, no es capaz de vender un tamal en un desastre.
Es posible (por lo menos como hipótesis de trabajo) que el problema no sea lo que diga la propuesta de nueva Constitución de Chile o el Acuerdo de Paz en Colombia, sino lo que la gente creyó que decía. Y eso no se resuelve sin hacer pedagogía o, peor aún, haciendo pedagogía en un lenguaje “posmoderno” y “académico” que oscurece en vez de aclarar. Así nos va. Fin del comunicado.