Víctor de Currea-Lugo | 30 de diciembre de 2022
Muy difícil ser optimista de cara al año que viene. 2023 empieza con uno de los contextos internacionales más tensos de las últimas décadas.
A la par que siguen los conflictos armados crisis de Siria, Irak, Yemen y Afganistán (entre otras), el año comienza con la primera guerra de este siglo con repercusiones mundiales: la de Ucrania.
En otras palabras, a las guerras con impacto regional que no han dado respiro, ahora se suma una tensión mundial.
Y, en dicha tensión, la humanidad olvida unas guerras, reabre viejas heridas y se inventa nuevos conflictos.
Viejas nuevas guerras
Entre las guerras que siguen están Afganistán, donde los talibán se hicieron con el poder en septiembre de 2021 y la humanidad pasó la página, principalmente porque esta vez los extremistas se han cuidado de no atacar intereses de otros países. Así las cosas, hasta Bruselas ha abierto comunicaciones con el nuevo Gobierno afgano.
Sigue en guerra el mundo kurdo, con los tres frentes abiertos en Siria, Irak y Turquía. Curiosamente, permanece en la opinión pública la agenda independentista kurda de los años noventa, sin entender los cambios que ha tenido el mundo kurdo, su increíble papel en la lucha contra el Estado Islámico y sus propuestas democráticas en los tres países.
La ocupación de Palestina por parte de Israel continúa, con un creciente número de civiles asesinados durante 2022 (el año más sangriento desde 2006) y la posibilidad de que estemos al borde de una tercera intifada.
Nada de lo que ha dicho las Naciones Unidas, ni tampoco lo contemplado en el derecho internacional es tenido en cuenta, mientras la lista de palestinos asesinados, de casas demolidas y de ataques aéreos aumenta.
En Birmania, la población rohingya, una minoría ubicada en el occidente del país sigue sufriendo de prácticas genocidas por parte de los militares, lo que los obliga a huir del país a la vecina Bangladesh o mediante rudimentarias embarcaciones a cualquiera de los países cercanos. Lo cierto es que el drama de los rohingya, que ya suma más de tres décadas, no importa a la comunidad internacional.
En el mundo árabe, a pesar de las protestas de hace ya una década y las promesas de democracia, hoy se siguen enfrentado tribus y grupos armados, en escenarios como Libia, Irak, Siria, Yemen, Sudán, Somalia.
Las razones de estas guerras son una sumatoria de las grandes inequidades existentes, el fracaso en la construcción de Estados decentes, el retroceso en las demandas democráticas, el auge de grupos extremistas y la nefasta influencia de otros países alimentando las guerras.
Se mantienen las tensiones entre Israel e Irán, con acusaciones mutuas. Israel tiene armas nucleares y el apoyo de Estados Unidos, pero eso no le garantiza de ninguna manera un triunfo rápido. Irán ha continuado su carrera nuclear y tiene una capacidad militar probada en la guerra de Siria que no le haría nada fácil la situación a Israel.
En África continúan las guerras, ya crónicas y olvidadas, de Nigeria, Chad, Sudán del Sur y Congo. Sigue la ocupación marroquí al Sahara Occidental, cada vez más olvidada en la medida que Marruecos mejora sus relaciones comerciales con Europa. El radicalismo islamista que explica, en parte, las guerras ya mencionadas de Somalia y de Nigeria, además se ha posicionado en Mali, con influencias en Argelia, Níger y Chad.
Darfur sigue viviendo un genocidio, calificado como tal por la Corte Penal Internacional, sin que la comunidad internacional vaya más allá de brindar ayuda humanitaria. Otro foco permanente de tensión es Etiopía, donde el etnicismo ha llevado a levantamientos, como es el caso de la guerra entre la comunidad tigray y el Gobierno central. Lo cierto es que más que una disputa étnica, lo que se vive es una instrumentalización de lo étnico.
En Asia, siguen y parece que seguirán las tensiones por Cachemira entre India y Pakistán, la consolidación del poder de los talibán en Pakistán y la olvidada guerra de Filipinas con un frente comunista y varios islamistas.
Ucrania y las nuevas tensiones
La ocupación de Ucrania por parte de Rusia ha abierto viejas heridas o, más exactamente, las ha puesto de nuevo en los titulares. Corea del Norte sigue con sus demostraciones de fuerza contra Corea del Sur y Japón, lo que ha alimentado la decisión japonesa de renunciar a su política nacida de la Segunda Guerra Mundial y dar rienda suelta a una carrera armamentística peligrosa.
La OTAN, en su torpeza, decidió señalar a China (que no está envuelta en la guerra de Ucrania) como un potencial enemigo, con lo cual lo único que ha hecho es aumentar las tensiones. Por eso, entre otras cosas, el congreso del Partido Comunista chino ordenó la modernización del Ejército y refrendó su unidad territorial.
Esto último fue un claro mensaje al creciente apoyo de Estados Unidos a Taiwán, jugada torpe que solo ha servido para que Rusia y China se junten aún más en un frente que tiene un enemigo con nombre propio: Estados Unidos. En ese marco, China ha realizado ejercicios militares reivindicando su clara soberanía sobre Taiwán.
Como si fuera poco, Serbia y Kosovo, cuyas heridas de la guerra de la antigua Yugoslavia, han vuelto a enzarzarse en nuevas tensiones. Lo cierto es que eso demuestra que la paz de los Balcanes tiene más de armisticio que de solución real.
Más de dos décadas después, el oriente europeo sigue sin haber dado pasos para resolver las tensiones que no pasan a mayores simplemente porque las tropas internacionales sirven de contención.
Ya en relación directa con las hostilidades en Ucrania, los países vecinos (con diferentes agendas) podrían verse involucrados. Cito a, por lo menos, Rumania, Polonia y Moldavia. A estos países hay que sumar la gran movilización militar que ha vivido Bielorrusia. Por su parte, Lituania, que comparte fronteras con Rusia, ha tenido tensiones con Moscú por la región rusa de Kaliningrado, ubicada entre Polonia y Lituania.
Y más allá de los campos de batalla, la inflación en Europa y la recesión en Estados Unidos parecen ser los titulares para 2023. La Unión Europea enfrenta a su propia población castigada por la situación económica derivada de la guerra de Ucrania.
Se ha ido vaciando los arsenales europeos por las donaciones dadas al Ejército ucraniano que, sin ayuda de la OTAN, ya hubiera sido derrotado. Para resumir, la Unión Europa, calificada de gigante económico y de enano político, demostró ser más exactamente la mano militar de Estados Unidos.
Los grandes diplomáticos de la paz, Suecia y Noruega, involucrados en la guerra de Ucrania, olvidaron su propia historia como mediadores y prefirieron optar desde el primer momento por la guerra. Suiza, la neutral, también rompió su neutralidad y se sumó a las medidas económicas contra Rusia que, por demás, se han vuelto un boomerang.
Salvo la guerra de Ucrania, el resto de los conflictos los hemos mencionado año tras año. Pero, incluyendo a Ucrania, las causas de la guerra y sus víctimas sigue siendo las mismas. No hay esperanza para la paz.
Al contrario, el riesgo de un incidente nuclear (accidental o provocado) está sobre la mesa; según la ONU habría por lo menos 20 focos de potencial hambruna para el año 2023; la carrera armamentística ha desplazado (de nuevo) otros debates como el del cambio climático.
Salimos de una pandemia peor que como estábamos antes, tenemos una economía mundial que permite que los ricos sigan acumulando a pesar de pestes, guerras y muertes (o tal vez por esas mismas causas).
Tal vez el error está en presuponer en el ser humano racionalidad alguna o en creer que el instinto colectivo de supervivencia pudiera existir. Creo que a veces optar por el silencio es la mejor manera de no repetirse frente a una humanidad bélicamente predecible. Muy difícil será decir, con alguna honestidad, feliz año nuevo. Fin del comunicado.
PD: todas estas guerras se miden en muertos, heridos, desplazados y refugiados. Los neoliberales las pueden medir en caídas de la inversión y flujos de capitales. Al final, todos perdemos, pero unos más que otros.