Víctor de Currea-Lugo | 1 de mayo de 2024
No sé qué tanto sentido tenga escribir otro libro sobre Palestina, pero hay que insistir. Hubo que hacerlo después de la Nakba (la Catástrofe, en español), después de la masacre de Sabra y Chatila, después de la primera intifada (palabra en árabe traduce «levantamiento») y, ahora, también hay que hacerlo, después del genocidio descarado de Israel contra los palestinos a finales de 2023.
No creo que haya un ser humano sin una idea sobre los árabes, la que sea, y no por ello justa. Creo que lo árabe produce la misma fascinación que cuando se habla de «lo turco» o «lo chino». En el caso de «lo árabe», se suele asociar a cosas exóticas como El Cairo, La Meca o Las mil y una noches. Pero también hay una carga peyorativa, de quien dice árabe para querer decir antidemocrático, premoderno o terrorista.
Asimismo, nos han construido un palestino, cuya pañoleta aparece usualmente en el cuello de algún terrorista en las películas de Hollywood y cuyo reclamo es cubierto con la sombra del Holocausto –como si una cosa dependiera directamente de la otra–.
Entre la histórica persecución a los judíos y las prácticas terroristas, nos diluyeron Palestina, la real. Una aclaración importante: comparto, sin duda, el dolor del pueblo judío y nunca negaré el Holocausto por tratar de defender al pueblo palestino. El Holocausto es una realidad irrefutable.
Toca, entonces, insistir en escribir sobre Palestina por la mezcla de varias razones: hay una guerra en curso, a los medios masivos de comunicación no se les puede creer todo, y porque estoy convencido de que nada remplaza la vivencia de la observación directa.
Mis viajes recientes a la región se suman a experiencias previas visitando campos de refugiados palestinos en Jordania, trabajando en Gaza y Cisjordania, viviendo en Jerusalén Oriental, abogando por la causa palestina en varios países de Europa y estudiando por más de veinte años la ocupación israelí.
La palabra «guerra» es una palabra cruda, directa, sin tapujos. Nos parece que la entienden desde los indígenas de Bolivia hasta los campesinos de Tailandia, pasando por los pastores de Etiopía.
Sabemos que otros prefieren una calificación política específica, pero yo digo «guerra» porque es una palabra simple. Entiendo lo que hay detrás de la consigna de que «no es una guerra, es un genocidio», pero eso esconde la presunción de que toda guerra es simétrica o de que no puede haber un genocidio en medio de una guerra.
Ante el genocidio, un texto urgente por Palestina
Este texto urgente, como muchos de otros esfuerzos previos, trata de mostrar el lado de la frontera donde los grandes medios no quieren mirar y, si miran, no quieren decir más que la verdad que les impone su línea editorial. Aquí, deliberadamente, he decidido renunciar –en parte– a muchos pies de página, porque me parece que la realidad es tan cruda que no necesita más nada que ser mostrada.
Recurrir a muchos pies de página nos puede hacer caer en dos errores: creer que la realidad necesita de una cita, y pensar que en las redes se dice la verdad solo porque hay citas para todos los argumentos. Eso se lo debemos a la guerra mediática, el poder de los dueños de los medios de comunicación, la mala fe y las noticias falsas (fake news).
De este libro se puede criticar, de entrada, el afán por mostrar las voces de la resistencia, con poco espacio para la voz del ocupante; pero eso tiene una sencilla explicación: ya el ocupante tiene demasiadas tribunas.
También se puede criticar la renuncia a la neutralidad, pero esa renuncia a la tibieza y la corrección política es propia del desconocimiento del conflicto, y sería imperdonable frente a lo que pasa en Palestina.
También se puede criticar el reciclado de algunas partes ya publicadas, pero también para eso hay una justificación: el drama del pueblo palestino es, en esencia, el mismo por décadas y, por tanto, es difícil forzarme a decir algo nuevo para una injusticia tan vieja. Podría criticarse la falta de voces israelíes.
Pero en los últimos 76 años ellos han acaparado los medios de comunicación de tal manera que han hecho de su narrativa la verdad. Y por otra razón más poderosa: porque si damos por sentado desde el título que estamos frente a un genocidio, no imagino a nadie mínimamente sensato entrevistando juntos a las víctimas y a los victimarios, por ejemplo, del Holocausto solo para parecer «neutral».
Las discusiones sobre Oriente Medio y especialmente sobre Palestina parecen un Sísifo: siempre toca volver a la llanura para tratar, de nuevo y casi inútilmente, de llevar la piedra hasta la cima, y esa piedra en este caso es algo tan simple como los conceptos.
Creo que le hacen más daño al estudio de Oriente Medio aquellos que desde la ignorancia supina y la arrogancia hablan sobre el conflicto, que aquellos que por lo menos guardan respetuoso silencio, reconociendo su desconocimiento.
La percepción que se tiene del mundo árabe presenta dos problemas: el desconocimiento general sobre eso que para muchos es más mágico que real, y la confusión sobre lo poco que se conoce. Esta percepción está cruzada por la mirada que ya el profesor Edward Said criticaba: el orientalismo.
Más allá de las potenciales críticas, en este texto hay un deseo genuino por poner los últimos sucesos en perspectiva histórica, recoger y sistematizar la información disponible, dar un espacio a las voces de la resistencia, mostrar los fracasos del derecho y de la llamada comunidad internacional; todo esto en aras de contribuir al entendimiento de un conflicto que no es milenario, ni religioso y que tampoco empezó el 7 de octubre de 2023.