Sandra Martínez | 29 de abril de 2016
El autor, profesor de la cátedra de Estudios de Oriente Medio en la Universidad Nacional y quien escribe para el diario El Espectador y la revista Diners, presentará su libro el 29 de abril a las 5:00 p.m. de la tarde en el auditorio Jorge Isaac de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Conversó con Diners al respecto.
¿De dónde nace su interés por estudiar la región de Oriente Medio?
Aunque parezca algo anecdótico, yo crecí en un barrio llamado Palestina, en Bogotá. Entonces, desde que fui niño siempre tuve la idea de esa palabra en mi mente. Luego, en 2003, cuando estaba terminando mi doctorado, me ofrecieron la posibilidad de trabajar en una ONG humanitaria y acepté, siempre y cuando me enviaran a Palestina. Ahí empezó mi periplo, luego recorrí otros países de la región.
¿Cómo ha sido su experiencia como corresponsal en esta zona? ¿Qué comprendió estando allá, en medio del conflicto, que no percibía antes, estando a miles de kilómetros de distancia?
Cuando estuve la primera semana en Oriente Medio me di cuenta que los libros ayudan, pero no sustituyen, acercan, pero no reemplazan. La única manera de entender no solamente es a través de conceptos racionales, sino también a través de los olores, de las especias, de la música, de las miradas, de los velos. A partir de ahí me di cuenta que lo primero que debía hacer era aceptar la ignorancia. Lo segundo, era estar dispuesto a aprender, no de una manera lineal, sino desde la cotidianidad, entender cómo ven ellos las guerras, las tensiones religiosas, los aspectos culturales, las bodas, los funerales. Así fui aprendiendo.
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El Estado Islámico es un fantasma que recorre esta región. ¿Cuáles son las principales claves para entender este fenómeno?
El Estado Islámico nace de varias capas, como si fuera una cebolla. Se origina de la tensión entre suníes y chiíes; de la invención de Oriente Medio por parte de Francia e Inglaterra, al final de la Primera Guerra Mundial; del nacimiento del radicalismo musulmán en los años ochenta en la lucha contra la invasión de la Unión Soviética en Afganistán, apoyada por Estados Unidos; de la invasión de Irak en 2003; de la guerra en Siria. Son diferentes capas y cada una va aportando un elemento. Además, se alimenta de la islamofobia y de las lecturas retorcidas del Islam.
Usted asegura que hay muchos mitos en Occidente en torno al Estado Islámico. En su concepto ¿cuáles son los principales mitos que persisten?
Lo primero es el mito de creer que no se acerca a un Estado y reducirlo a un grupo terrorista. Realmente tienen un diseño de poder grande, que les hace, por lo menos en la práctica, tener un monopolio de la fuerza, con lo cual se acercan a la definición clásica de lo que es un Estado. Lo segundo es creer que es islámico. Aunque su nombre es ese, sus prácticas, como la de imponer la fe religiosa por medio de la fuerza, quemar personas y perseguir cristianos, son contrarias al islam. Y el tercer mito viene de las lecturas de generalización, de creer que todos los musulmanes apoyan al Estado Islámico, sin reconocer que en el mundo hay 1.600 millones de personas que promulgan esta fe – solo en Francia hay cuatro millones-. Si todos los musulmanes fueran terroristas, buena parte del planeta no existiría.
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Desde su perspectiva de analista internacional, ¿cuál sería la estrategia más adecuada para solucionar este conflicto, que ha utilizado al terror como su principal arma?
Creo que la razón fundamental es entender la complejidad que tiene. Primero, como el Estado Islámico se construye sobre errores o prácticas que llevan décadas, es imposible esperar que, en pocos días, se solucione un problema así. Hay que abordar toda la complejidad que hay a su alrededor, incluyendo la tensión entre suníes y chiíes; cómo se construyó Oriente Medio; la falta de una respuesta para los kurdos y otros temas que si bien no son agenda directa del Estado Islámico, si tienen que ver con la dinámica regional, como el conflicto de Israel y Palestina y las tensiones entre Arabia Saudita e Irán.
Entonces, es posible que se acabe el grupo Estado Islámico, pero sobrevive el radicalismo musulmán, que se alimenta de la xenofobia, la islamofobia y la discriminación de Europa; continúa la actitud colonial de Francia, Inglaterra y Estados Unidos sobre los países de Oriente Medio; continúa, además, unas agendas pendientes, como las de las revueltas árabes, que es desde donde se ha alimentado la zozobra en esta región, permitiendo la aparición de grupos radicales.
Hay un punto importante y es que ante la magnitud de los hechos perpetrados por el Estado Islámico la gente cae en una serie de maniqueísmos. ¿Cómo maneja esto en su libro?, ¿cómo lograr un punto de equilibrio?
Una de las cosas que hago en el libro es que desde un abecé para neófitos trato de explicar el mundo musulmán, pero con suficiente respeto para que también se sientan allí reflejados los mayores conocedores del tema. Eso implicó muchas conversaciones con musulmanes, tanto chiíes como suníes; implicó la lectura y relectura de apartados de El Corán, el libro sagrado para ellos, y, sobre todo, la explicación de lo que corresponde a la política, a la religión y a la instrumentalización política de la religión. Son espacios diferentes y creo que el libro cumple con dar elementos históricos, geográficos, políticos, religiosos y hasta militares, para entender el fenómeno del Estado Islámico.
Tomado de Revista Diners: “El Estado Islámico nace de varias capas, como si fuera una cebolla”