Víctor de Currea-Lugo | 13 de noviembre de 2024
La gente cree que ser antisionista es una opción que únicamente involucra el rechazo a que Israel construya un país robándole la tierra a los palestinos. Ser antisionista hoy en día es algo que va mucho más allá.
Hay que recordar que el sionismo es un proyecto político nacido del nacionalismo del siglo XIX, como respuesta a una crisis real que fue la histórica persecución a los judíos.
Por supuesto, no es plausible, de ninguna manera, la persecución que se cometió contra los judíos desde Nabucodonosor -si aceptamos la Biblia- hasta Hitler, pasando por los zares, por la inquisición y por las cruzadas.
Pero ninguno de esos dramas puede justificar cualquier tipo de solución y menos una solución que abra la puerta a un genocidio. Podemos decir que ser antisionista es un proyecto igualmente político, ya que el sionismo es una propuesta política y no es una postura religiosa.
Es decir, nadie desde el antisionismo está persiguiendo a los judíos en cuanto judíos, sino rechaza a aquellos judíos (y no judíos) que han optado por la segregación y para ello desplaza, y para ello hace una limpieza étnica y para ello comete un genocidio. Pero, más allá de eso, el antisionismo implica el rechazo general a todo nacionalismo excluyente (aunque dudo que pueda haber un nacionalismo incluyente).
Ser antisionista significa rechazar la apropiación de la tierra por medio de la fuerza. Eso implica que un antisionista no solamente debería estar en contra de la apropiación de Palestina, sino que también debería estar en contra de la apropiación, por ejemplo, del Sahara Occidental por parte de Marruecos o de la apropiación de cualquier otro territorio, así se diga como pretexto que fue dado por alguna divinidad.
Ser antisionista significa rechazar las narrativas religiosas para entender las relaciones internacionales, para centrarse fundamentalmente en las relaciones basadas en el derecho internacional. Por eso es que se rechaza el discurso de la Torah para reivindicar la tierra prometida.
Ser antisionista significa reconocer el pueblo palestino; es decir, que esa tierra ha sido poblada por unas personas nativas que estaban allí mucho antes de la construcción del Estado de Israel; ese reconocimiento del pueblo palestino implica el rechazo a su discriminación. Por eso, un antisionista debe reconocer, por ejemplo, al pueblo rohingya que en su lucha ha sido negado, o el pueblo tamil de Sri Lanka cuya cultura busca ser destruida.
Ser antisionista significa estar dispuesto a defender el principio de igualdad ante la ley, sin ningún tipo de privilegio. Por tanto, rechaza que se plantee que los hutus son mejor que los tutsi, que los singaleses son mejor que los tamil o que los árabes suníes son mejor que los kurdo-chíes en el caso de Irak. Entonces, cualquier rechazo al principio de universalidad es compatible con el sionismo que busca hablarnos desde un ismo de unos superiores frente a otros.
Ser antisionista implica reconocer que hoy en día el sionismo y el capitalismo están entrelazados y que el proyecto de Israel no solamente es un proyecto político, sino un proyecto que ha defendido el sistema financiero internacional y a las grandes empresas. Por tanto, ser antisionista es acercarse de alguna manera al problema sobre la validez del capitalismo.
Antisionista significa creer en el derecho internacional y que desde ahí no se pide ninguna preferencia por encima de la ley para los sionistas, pero tampoco acepta que, por ejemplo, a los palestinos se les nieguen sus derechos.
Ser antisionista implica la defensa del derecho a la autodeterminación, en este caso del pueblo palestino; sin embargo, eso significa la defensa de cualquier otra autodeterminación y aceptar la autodeterminación implica que la solidaridad para con los palestinos debe darse de una manera independiente de las opciones propias.
No es válido de ninguna manera plantear consignas en las cuales yo apoyo a Palestina si y solo si Palestina es socialista o laica o lo que sea que yo quiera que sea. Igual, si el derecho a la autodeterminación está determinado por agentes extranjeros, pues no hay ninguna determinación.
Ser antisionista significa tener la capacidad para decir hoy, sin duda alguna, sin peros y sin matices: genocidio, apartheid y limpieza étnica. Ser antisionista significa renunciar a esas posiciones tibias y neutrales de ofrecer micrófonos por iguales a las víctimas y a los victimarios y de creer que se pueden negociar los derechos de los palestinos.
¿Qué decimos los antisionistas?
Cuando los antisionistas decimos que Palestina va a ser libre desde el rio hasta el mar, nadie está proponiendo el exterminio de los judíos. Lo que se está rechazando de pleno es el genocidio que deriva del sionismo israelí.
Dicho de otra manera, la democracia, el respeto a la igualdad, el respeto al debido proceso, el derecho a la vida y la libertad son, de suyo, incompatibles con el proyecto sionista y el proyecto sionista se materializa en Israel.
Por eso, decir que se acabe Israel en cuanto Estado sionista es la postura correcta, así como decíamos que se acabe Sudáfrica en cuanto Estado de apartheid; nadie dijo entonces que Sudáfrica no podía seguir existiendo, sino que el clamor era que existiera sometido a unos principios democráticos.
Por eso, aunque se materializase la idea de dos Estados, tenemos el riesgo de que la subsistencia de un Estado sionista nos lleve necesariamente a la repetición del mismo problema y del mismo desafío histórico.
Sí, esto implica un llamado entonces al desmantelamiento de Israel como Estado sionista, de la misma manera que pedimos desmantelar los virreinatos o que pedimos desmantelar el régimen de Pol Pot en Camboya, porque son proyectos incompatibles con ciertos principios.
Así que, quien defienda Israel, tal y como está hoy, sin reconocer su naturaleza genocida, pues, no puede quejarse de ser llamado sionista; no es posible tener dos argumentos contradictorios en una misma frase para ser políticamente correctos.
Mientras exista el Estado de Israel en cuanto estado sionista el problema va a permanecer. Imaginémonos, por ejemplo, que dividamos Sudáfrica: una para negros y otra para blancos. Eso no resuelve el problema de base.
Con el sionismo hay un agravante, este no está limitado a la geografía de Israel; no es un problema interno ni local de Oriente Medio, es un problema mundial. El sionismo ha tocado las puertas de todo el mundo, pero ahora quiere que todo el mundo calle frente al problema del sionismo.
Ser antisionista representa desde el punto de vista jurídico, simple y técnicamente jurídico, básica y elementalmente jurídico, reconocer los derechos de los palestinos bajo ocupación, entre ellos, el derecho a resistir de manera armada frente al ocupante, que en este caso además de ser ocupante, es ocupante sionista.
Así que ser sionista, como ser antisionista, implica una serie de construcciones políticas que van más allá de la discusión sobre los palestinos masacrados en Gaza. Ser antisionista implica reconocer a los palestinos sus derechos, los derechos que les niega Israel y, entre ellos, uno de los más importantes, el derecho a autodeterminar su presente y su futuro.
Lo triste de todo esto es que tuvieron que morir decenas de miles de palestinos para que el mundo se fijara en algo que esencialmente ya venía sucediendo desde hace décadas. Lo bueno es que muchos filo-sionistas, pro-sionistas y para-sionistas se han quitado la máscara y se han dejado ver.
Ese desenmascaramiento nos permite constatar que los menos sionistas dentro de los sionistas también son sionistas. Lo malo es descubrir que en el mundo hay muchos más sionistas de los que imaginábamos.