Víctor de Currea-Lugo | 28 de agosto de 2017
Luego de más de cinco décadas de lucha armada, las FARC saltan a la política. Pero no llegan solos: están acompañados de fuerzas políticas cercanas a su ideario, como la Marcha Patriótica, la Unión Patriótica y el Partido Comunista. El ELN, desde Quito, miró cuidadosamente la negociación de La Habana como ahora mira la creación del partido político de sus antiguos compañeros en la lucha armada.
Las FARC llevan con ellos, además, los triunfos y los fracasos del reciente proceso de paz en La Habana, incluso, de los procesos de paz previos. En Colombia hacer la paz es una lotería, no solo porque no se sepa el resultado sino porque la posibilidades de ganar son reducidas. Así lo ha demostrado desde Guadalupe Salcedo hasta Carlos Pizarro.
A las FARC les pesa en su nuevo reto político el desgaste de la palabra “paz”. Y las convicciones en un sector importante de la sociedad de que la paz es igual al fin del conflicto armado. Ese mismo sector que sostuvo en orden una serie de falacias que se han ido desmoronando: las FARC no van a firmar, las FARC no se van a concentrar, no van a entregar a los niños, nos van a reportar sus bienes, etc. Esas mismas voces que critican que el Gobierno financie el nuevo partido con 38 mil millones de pesos, olvidando que eso equivale al gasto de menos de dos días de guerra en Colombia (22 mil millones de pesos por día).
A pesar de todos estos gestos, lo cierto es que el Estado no entregó en las condiciones esperadas las Zonas Veredales de Concentración, ni ha liberado los presos de las FARC. Tal vez de los puntos más dolorosos es la ausencia de garantía de seguridad para sus militantes y familiares, al punto que desde abril van 24 asesinados. Las FARC han mostrado persistencia, a pesar de los crímenes, las demoras en las excarcelaciones y la tendencia de querer renegociar lo firmado en cada sesión del parlamento.
Hay, por lo menos, seis retos que enfrenta el nuevo partido político. Primero, mantener la unidad. La experiencia de muchos procesos de negociación es que la militancia no siempre permanece fiel al ideario político, al saltar de la lucha armada a la lucha legal. En este caso, los asesinatos y el incumplimiento del Gobierno, aumentarían la pérdida de militantes.
Segundo, renovar la agenda. Las FARC necesitan tener una propuesta política renovada, que sea entendible por el grueso de la población colombiana, que conecte con la cotidianidad urbana. La agenda previa, marxista-leninista y rural, no es precisamente la que le garantizaría sumar aliados. Esto no significa la renuncia a sus banderas sino el reto de una novedosa lectura de la realidad colombiana.
Tercero, renunciar al vanguardismo. Las FARC, incluso en su postura frente a la sociedad en el proceso de La Habana, han mostrado los rezagos de su vieja concepción de “vanguardia del proletariado”. Eso le hace reactivo a la crítica y poco propenso a las alianzas políticas. Ante la incertidumbre de las elecciones de 2018 y sus propias declaraciones llamando a la conformación de un frente que defienda el proceso de paz, las FARC deben usar seriamente su declaración de auto-crítica y renunciar a dicho vanguardismo.
Cuarto, enfrentar el reto mediático. Las FARC han crecido en su capacidad de comunicación, lento pero lo han hecho, pero eso no es suficiente. El campo de la opinión pública no se gana teniendo la razón. De hecho, la política de la mentira, la calumnia y la tan de moda “posverdad” hace que los mitos sobre las FARC se perpetúen en la medida en que esta organización no logre tener una nueva apuesta mediática. Eso implica, desde renunciar al lenguaje “mamerto” hasta reconocer sus propios errores.
Quinto, que no terminen en “un partido más”. La política no es de ángeles, decía Weber. Está sobre la mesa la posibilidad de que la engorrosa burocracia del país, la tramitología, los juegos políticos, las trampas de la corrupción y un largo etcétera, engulla al nuevo partido como ha engullido a muchos otros que han tratado de hacer la diferencia. Eso implica también un reto adicional: saber gestionar. Nicaragua y Nepal muestran claramente cómo lo ganado en las urnas fue dilapidado en la administración.
Y sexto, el más grave: que no los maten. Ya hay muchos rumores bien fundados de que grupos de extrema derecha estarían detrás de ofertas millonarias por la cabeza de alguno de los miembros del Secretariado. Pero no se trata solo de sus líderes más conocidos. Los 52 asesinatos recuerdan el genocidio contra la Unión Patriótica y no hay que esperar un millar para reaccionar.
Los elenos, desde el Ecuador, saben que muchos de los retos que hoy tienen las FARC los tendrán que afrontar ellos. El ELN es cauteloso a la hora de hablar públicamente de las FARC porque, aunque tienen sus críticas, no quisieran caer en la infantil discusión de cuál proceso de paz es mejor. El Gobierno, por su parte, debe ser consciente que lo que pase con las FARC es también un mensaje para el ELN.
El debate central es qué entendemos por democracia y qué posibilidades reales hay para una fuerza política que no está basada en el clientelismo liberal-conservador o en las élites tradicionales. Por eso, si las FARC fracasan en su proyecto político por causas externas, el país es quien pierde. La persistencia del paramilitarismo es una de las mayores amenazas. Depende de todos y por el bien de todos, que el paso de las FARC no sea un salto al vacío.
Publicado originalmente en Pacifista