Víctor de Currea-Lugo | 1 de mayo de 2018
Si todos los actores que hoy hacen presencia en la guerra de Siria, estuvieran peleando en un pueblo, así fuera insignificante, en el sur de Europa, estaríamos hace tiempo hablando de la Tercera Guerra Mundial.
La participación de actores tan disimiles, no es un asunto de números de soldados desplegados en el terreno, ni de millones de dólares entregados a sus aliados locales, sino de algo más preocupante la existencia de agendas reales a ser impuestas por medio de la fuerza en Oriente Medio y, en particular para definir el futuro de Siria.
Siria, podemos decir que desafortunadamente no está sola. Lo ideal es que lo estuviera. Que sus agendas internas fueran eso, que tuviera la posibilidad como proyecto político, de tener derecho a la autodeterminación, esa que menciona el Derecho Internacional. Pero no es así. Siria sufrió, en su proceso reciente no solo una rápida militarización a los pocos meses del comienzo de las protestas sino, también, una rápida internacionalización.
Fue Siria, prácticamente, la única nación de la región que se puso del lado de Irán en la guerra entre Irán e Irak, de 1980 a 1989. Este favor pesa y mucho en la memoria de los iraníes, por lo que muy difícilmente abandonarían a Siria en este trance. Pero, además, si Siria cayese bajo control estadounidense, sería la cabeza de playa ideal para una ofensiva de Washington contra Irán. Por eso Irán se volcó por completo en la guerra de Siria y, además empujó a las milicias libanesas de Hizbollah a participar activamente.
Los otros vecinos no se quedaron quietos. Turquía, uno de los estados más maquiavélicos de la región, tomó rápidamente partido a favor de la oposición siria en armas como lo había hecho a favor de la oposición en el curso de las revueltas árabes, en los casos de Egipto, Libia y Túnez. Lo que subyace a esta postura turca es el oportunismo político de querer convertirse en el defensor del mundo árabe en medio de las revueltas que empezaron a finales del 2010. Pero además, Turquía se adentra en la guerra siria para golpear militarmente a las expresiones del pueblo kurdo. Es tanta su persecución contra los kurdos, que en la batalla de Kobane prefirió actuar para favorecer al Estado Islámico.
Israel por su parte, ataca a Siria por la ya crónica tensión entre estos dos países. Siria participó en las guerras árabes contra Israel de 1948, 1967 y 1973. Además, sirve de correa de transmisión entre Irán y las milicias libanesas de Hizbollah. Recordemos que en 2006, estas milicias enfrentaron en la frontera sur de Líbano a Israel causándole una de sus mayores derrotas militares. Por eso Israel suele bombardear territorio sirio con la excusa de debilitar a sus enemigos.
Las monarquías del Golfo Pérsico a la cabeza de Arabia Saudita, han declarado su rechazo a Irán. De hecho el Consejo de Cooperación del Golfo, creado en 1981, es una respuesta de estas monarquías de credo suní contra el ascenso, en 1979, de los chiíes al poder en Irán. Esa tensión entre suníes y chiíes existe desde el origen mismo del islam, pero ahora tiene una nueva manifestación en la Guerra Fría entre Irán y Arabia Saudita que se ha materializado en diferentes contextos tales como Yemen, Bahréin, e Irak. En el caso de Siria, Irán apoya el Gobierno mientras Arabia Saudita y sus aliados apoyan especialmente a los grupos islamistas radicales en Siria.
Estados Unidos, desde finales del 2010, no ha logrado leer la nueva coyuntura de Oriente Medio, a pesar de los amantes de la “teoría de conspiración” insisten en que toda ella fue planeada en un cuartel de la CIA, sin que hubiera agendas locales que justificaran las protestas en el mundo árabe. Si se observa con cuidado, se ve que Estados Unidos no ha tenido una estrategia clara en la región, más allá de lo que le ordena Israel. Las acciones militares desarrolladas por Estados Unidos en Siria, tales como el apoyo militar a los kurdos, labores de inteligencia, bombardeos esporádicos, rechazo al uso de armas químicas, etc., no son más que reacciones no integradas en una estrategia clara y que obedecen, principalmente, a la preocupación por mantener influencia en el área ante el avance de Rusia.
La Unión Europea, como suele decirse, es un gigante económico pero un enano político. Dos de sus miembros, Reino Unido y Francia, que además son miembros permanentes del Consejo de Seguridad están también involucrados en la guerra siria. Estos dos países hay que verlos en perspectiva histórica, los dos fueron precisamente los creadores del pacto Acuerdo Sykes-Picot, de 1917, que redefinió todo Oriente Medio, con la creación de nuevos países y la fragmentación del mundo árabe. El pasado colonial de Reino Unido y Francia más su complacencia con las aventuras militares de Estados Unidos y, también, su oposición a Rusia, explican buena parte de la agenda franco-inglesa en Siria.
Rusia por su parte, recuperó con Vladimir Putin su visión expansionista heredada de Pedro el Grande y de Catalina la Grande. Así lo demuestran las guerras de Osetia del Sur y de Ucrania. En este último caso, más que la minoría de habla rusa que vive en Ucrania, jugó un papel fundamental la base militar de Sebastopol. Desde allí Rusia mira al Mar Negro. De la misma manera, Rusia mira al Mediterráneo desde la base militar de Tartús precisamente ubicada en territorio de Siria. Y, como se demostró en Ucrania, una base militar bien vale una guerra.
Por otra parte, si bien es cierto, China no tiene un papel activo, su postura en el Consejo de Seguridad ha tenido dos constantes: su acompañamiento permanente a las decisiones rusas y, por ende, su rechazo a la política estadounidense en la región.
Allí se expresan, en todo caso, otras guerras digamos pendientes: Rusia versus Estados Unidos, Irán versus Arabia Saudita, Turquía versus el pueblo kurdo, los suníes versus los chiíes, Israel versus Irán, Unión Europea versus Rusia, Israel versus Hizbollah. A pesar de esta complejidad, Siria tampoco es un plato tan apetecible que justifique una Tercera Guerra Mundial. Todo hace pensar que estos diferentes actores seguirán enfrentándose a través de grupos sirios, en lo que se conoce como guerras proxy, donde los muertos los ponen principalmente los sirios.