Víctor de Currea-Lugo |
Yemen se hunde en la crisis. El presidente Ali Abdullah Saleh no ha querido firmar la paz en tres oportunidades, pero tuvo que salir herido del país -sin dejar el poder- tras un ataque directo a su palacio [1].
Yemen, ¿el siguiente?
Luego de la salida de Ben Alí (Túnez) y de Mubarak (Egipto), al presidente Saleh de Yemen le quedan pocas opciones. El asesinato de manifestantes, la falta de respuestas reales a las demandas de las protestas, la pérdida de apoyo de los países del Golfo Pérsico, la división en las filas del ejército y hasta en su propio partido configuran un laberinto que tiene una sola vía: la dimisión.
Ese fue el cálculo hecho por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) – conformado por Bahréin, Kuwait, Omán, Katar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos–, que propuso una solución a la crisis, incluido el cambio de gobierno. Dicho de manera simple, el acuerdo contempla un breve proceso de transición sumado a unas garantías para Saleh, a cambio de que deje el poder.
Esta propuesta fue aceptada por el Joint Meeting Parties, coalición de partidos de oposición, y por buena parte de la gente en las calles. Sin embargo un sector en desacuerdo con la propuesta del CCG sigue movilizado bajo el lema que le gritan a Saleh: “No negociación, no diálogo, renuncia o huye”.
Hay al menos dos implicaciones regionales en la situación de Yemen: (a) su pertenencia a la península arábiga y (b) su importancia geoestratégica en el Golfo de Adén y en el cuerno de África (un número importante de refugiados somalíes tiene a Yemen como destino).
Yemen ocupa el puesto 140 entre 182 en el Índice de Desarrollo Humano, comparable con los países más pobres del África subsahariana. Pero la pobreza en Yemen no es lo que preocupa a Estados Unidos ni a Europa, sino su potencialidad para “producir” grupos terroristas. Al-Qaeda ha fracasado en hacerse a un espacio en Egipto y en Libia, pero Yemen es el escenario donde tiene más posibilidades – lo que no necesariamente significa que lo consiga.
Caso complejo y poco conocido
La unificación formal de Yemen del Norte y Yemen del Sur en 1990 no resolvió el problema de las diferencias entre ambas regiones: las tribus del norte son más religiosas y conservadoras, y los pueblos del sur más liberales; pero ambos contribuyen al clima de violencia del país: rebeldes tribales en el norte y secesionistas en el sur.
Además de estas agendas, hay elementos comunes como la pobreza y la falta de futuro para los jóvenes, teniendo en cuenta que casi la mitad de los 24 millones de habitantes es menor de 16 años.
La particularidad del proceso de Yemen radica en dos elementos: el papel regulador que juega la comisión de países del Golfo Pérsico, que permitiría una salida negociada, y un modelo que no es la guerra (como en Libia) ni la huida del gobernante (como en Túnez y Egipto), sino un acuerdo que incluye una breve transición y ciertas garantías para el actual presidente. Así, Saleh no se mantendría en el poder y evitaría un proceso judicial como el que enfrenta Mubarak en Egipto.
Incluso con un proceso pacífico, quedan otros puntos en la agenda, como las tensiones entre el norte y el sur, los rebeldes del norte y las acciones de Al-Qaeda. Un modelo incluyente con los que así lo pidan sería la fórmula para garantizar la estabilidad necesaria que impida un nuevo estallido de violencia. Y, además, sería un modelo para otros líderes árabes. Los niveles de violencia han ido en aumento en una dinámica altamente agitada. Hay policías reprimiendo las protestas y miembros del ejército sumados a ellas.
Sadeq Al Ahmar, jefe de la Federación de Tribus Hashid, que agrupa nueve grandes tribus, incluyendo la del presidente, rompió públicamente con Saleh. Varios choques previos entre tribus y tropas leales dibujaban un panorama de conflicto, que contiene a la vez otros conflictos.
Y, como si fuera poco, 300 hombres de Al-Qaeda atacaron a fines de mayo el poblado de Zinjibar, en una demostración de fuerza que fue de nuevo aprovechada por Saleh para insistir en que, sin él, la red terrorista controlaría Yemen.
Tres intentos fracasados
En medio de estas esperanzas, tres intentos de paz han fracasado hasta ahora y el desgaste ha llevado al escepticismo, la desconfianza entre las partes y el aumento de la violencia, todo lo cual ha generado la salida airada tanto de negociadores como de facilitadores internacionales (los Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, Estados Unidos y la Unión Europea), así como una cascada de acusaciones mutuas.
Tres veces, al borde de la firma, el presidente Saleh ha dado un paso atrás a pesar de la inmunidad ofrecida para él y los suyos por los países del Golfo, con lo cual se han aumentado las protestas, la incertidumbre y el riesgo de una guerra.
Saleh sigue jugando la carta de que un eventual vacío de poder pudiera ser aprovechado por los grupos de Al-Qaeda y “arrastrar al país a una guerra civil”. Lo que sí parece llevar a una guerra son las sucesivas negativas de Saleh a dejar el poder.
El miedo jordano a que los partidos políticos se “robaran” las protestas, el miedo en Egipto a que la agenda de los Hermanos Musulmanes se apropie de los logros de las gentes en las calles, es el miedo que ahora enfrentan los yemeníes, quienes eventualmente pueden ver transformada su lucha en una pelea de las tribus versus el gobierno de Saleh, escenario en el cual ninguno de los dos bandos encarna las banderas de las revueltas.
La nueva coyuntura
El reciente ataque al palacio de Saleh, en junio de 2011, representó un salto cualitativo en la dinámica del conflicto, no sólo porque evidenció la vulnerabilidad del régimen, sino también porque el presidente mismo salió herido y, lo más importante, porque su viaje a Arabia Saudita por razones médicas fue asumido por la sociedad como su caída.
El poder quedó en manos del vicepresidente Abd-Rabbu Mansour Hadi, con menos legitimidad aún y más susceptible a las presiones. El ascenso del vicepresidente sonó al paso previo para un gobierno de transición.
Saleh se ha ido por el momento, pero sus estructuras de poder permanecen, entre ellas la de su hijo, Ahmed, jefe de la Guardia Republicana. En la Constitución de Yemen, si el presidente está ausente por más de 60 días, tienen que convocarse elecciones y la gravedad de las heridas de Saleh pueden tenerlo fuera del poder por un tiempo superior; sin embargo, la dinámica de la revuelta en Yemen no está atada propiamente a las normas constitucionales.
Saleh triunfó sobre la oposición al enfrentar una tribu contra otra. Ahora, aún sin Saleh, se abre el camino a una guerra civil, si las tribus repiten el mismo modelo o el camino a un gobierno de transición, si el vicepresidente no repite los errores de Saleh.
El ataque con cohetes al palacio de Saleh en Sana, el viaje a Arabia Saudita del presidente herido, los tres intentos fallidos de firmar una salida pacífica, el incremento de las acciones armadas incluso en la capital, el resurgir del separatismo y de las tensiones tribales, todo este conjunto de factores pone en evidencia el riesgo de que las protestas terminen en un baño de sangre y sean “robadas” por quienes no encarnan las reivindicaciones reales de las gentes del común.
Publicado originalmente en Razón Pública