Víctor de Currea Lugo | 2 de julio de 2016
La decisión del Estado Islámico de atacar en Turquía no es nueva. Tal vez cambia la espectacularidad y, tristemente, el número de muertos, pero no el patrón de violencia, ni siquiera el objetivo.
El Estado Islámico, pretenciosamente declarado califato, atacó el corazón del último califato de verdad: Estambul, ciudad que fuera capital del Imperio otomano. La decisión de atacar en Turquía no es nueva, tal vez cambia la espectacularidad y, tristemente, el número de muertos, pero no el patrón de violencia y ni siquiera el objetivo. Por ejemplo, en enero pasado, un radical del también llamado Daesh (su acrónimo en árabe) se suicidó en la zona turística más visitada de Estambul.
Repitiendo las formas de ataques en otras ciudades, como Bruselas, los suicidas golpearon un símbolo: el aeropuerto internacional de Estambul, uno de los más concurridos del mundo por ser lugar de paso entre Occidente y Oriente. El objetivo es el mismo: causar terror, convencidos de que entre peor lo hagan frente a los infieles (los no creyentes, según su propio criterio), mejor para su causa.
La Turquía de Erdogan
Lo que sí es nuevo es el contexto político: Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, hizo un giro en su política exterior. Llegó al poder en 2003 como primer ministro (cuando éste era el cargo más importante del país) y fue elegido presidente en 2014, cuando él mismo lideró el cambio hacia un régimen presidencialista.
A nivel interno, impulsa un gobierno inicialmente tildado de “islamista moderado”, pero que se ha ido radicalizando con el pasar de los años. Además de la transformación del país a un régimen presidencialista, ha dirigido un lento pero constante proceso de islamización, y ha sido implacable con la crítica, persiguiendo periodistas y opositores; incluso hizo alianzas con los partidos kurdos para ser elegido presidente y luego rompió su promesa de avanzar hacia un proceso de paz.
A nivel internacional pasó de una política de “cero problemas” con sus vecinos, incluso mediando entre Irán y Occidente, a apoyar abiertamente las revueltas árabes, y dejó de mirar con tanto fervor a la Unión Europea (que no lo deja ingresar por más que lo intente), para mirar con más cuidado a sus vecinos.
Lo común de su política, tanto externa como doméstica, ha sido su actitud complaciente con el Estado Islámico. Por ejemplo, durante la batalla de Kobane, ciudad fronteriza sirio-kurda, Turquía cerró la frontera para evitar la llegada de apoyos kurdos, pero permitió el paso de vehículos militares con apoyos hacia el Estado Islámico.
Complacencia con el Daesh
Además de los ataques del Estado Islámico en Turquía, habría que tener en cuenta la reactivación del conflicto kurdo-turco. Desde 1984, el gobierno turco tiene un conflicto armado con su más importante minoría: los kurdos. A partir de 2012 hubo vientos de paz, que aumentaron recientemente, pues Erdogan se acercó a los partidos políticos kurdos con el fin de ganar su apoyo para las elecciones presidenciales (de 2015) a cambio de un proceso de negociación. Pero una vez elegido, el presidente volvió con la misma política de persecución política y militar, sin distinguir entre rebeldes kurdos y opositores políticos en la legalidad.
Los kurdos en Siria e Irak luchan contra el Estado Islámico. De hecho, son uno de sus principales opositores, pero la lógica de Turquía, hasta hace pocas semanas, era clara: si tuviera que escoger entre el Estado Islámico y los kurdos, preferiría al primero. En el caso de la batalla de Kobane, Turquía impidió cualquier ayuda entre kurdos-turcos y kurdos-sirios, mientras pasaba camiones militares a la zona bajo control del Daesh.
En los últimos años, Turquía ha profundizado sus diferencias con el gobierno sirio, al que ha combatido a través de varios grupos armados que, según diferentes fuentes, han recibido apoyo militar y logístico a través de la frontera común. Este flujo de apoyos no siempre ha ido a parar a rebeldes “moderados” sino también al Daesh, el Estado Islámico.
Si a esto sumamos la política de islamización lenta pero constante de la sociedad turca y de la política estatal, entonces tenemos el contexto perfecto para entender que Turquía no simplemente coqueteó con el Daesh, sino que lo alimentó, así sea indirectamente. De hecho, en la sociedad turca el Estado Islámico no tiene el mismo nivel de percepción que en Occidente y se calcula que hay alrededor de 2.000 turcos peleando en sus filas.
Pero al islamismo radical no se le detiene con simples coqueteos, eso lo ha demostrado Pakistán con su apoyo a los talibán de la región. Finalmente, el Estado Islámico pasó (otra vez) la factura a Turquía: atacando el aeropuerto de Estambul, desafiando abiertamente a Erdogan y enviando un mensaje global de su capacidad militar para causar terror.
Turquía navega en aguas peligrosas al no reconocer que su propia política y sus apuestas externas e internas contribuyeron a lo sucedido. A nivel interno, patrocina un discurso de islamización contrario a cualquier laicismo, tolerancia y prevalencia de los derechos humanos. A nivel internacional se ha jugado su prestigio prefiriendo bombardear bases kurdas en Irak y bloqueando la lucha kurda en Siria.
En el pasado, Turquía rehusó prestar su suelo para que la coalición atacara desde allí a Daesh, pero después Estados Unidos utilizó el aeropuerto de Incirlik para lanzar su ofensiva en el norte sirio. Este cambio de estrategia ha sido leída por el Estado Islámico y rechazada en sus últimos comunicados.
Para resumir, Erdogan es muy islamista para los militares turcos (que desconfían de su política y se creen guardianes del laicismo) y poco para el Estado Islámico. Turquía no termina de oponerse al Daesh, mientras éste llama a reconquistar la antigua capital del último califato.
Después de los ataques
Las relaciones ruso-turcas estaban muy frías desde el derribo de un avión ruso por Turquía en 2015, pero el atentado precipitó un acercamiento. La política de cerrar filas en apoyo a Erdogan, como declaró recientemente el presidente de Rusia, Vladimir Putin, podría tener un problema de base: una actitud acrítica frente a la responsabilidad parcial de Turquía en los ataques recientes. Sin embargo, Turquía no podría seguir en buen tono con Moscú sin asumir una posición más clara contra el Estado Islámico.
Erdogan usará el machacado discurso de la guerra contra el terror, no sólo para su política exterior sino para perseguir a los kurdos de todas las pelambres y darle continuidad a una política que va en contravía de un real reconocimiento de los derechos humanos y, especialmente, que atenta contra la libertad de prensa.
Es muy probable que Turquía continúe en una política de “principios cero” y pragmatismo total; por ejemplo, rehaciendo sus relaciones con Israel y alejándose de la causa palestina. Ya en el pasado, mientras atacaba a los kurdos en casa, Turquía les compraba petróleo a los kurdos de Irak, así como ha sido acusado de ser comprador de petróleo al Estado Islámico. Daesh mira a Estambul en parte porque Estambul (y especialmente Ankara) miraron con buenos ojos al Daesh.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/daesh-mirando-estambul-articulo-641145