El norte de África ha sido un paso obligado para los inmigrantes del África Subsahariana que tratan de llegar a Europa huyendo del hambre y de la guerra. Llegan a Marruecos buscando España, a Sudán buscando Israel y a Libia buscando Italia. En sólo Libia, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) ha registrado 11.000 sudaneses, etíopes, somalíes y eritreos, sin contar los otros miles que permanecen sin registrar.
Muchos se quedan a trabajar ilegalmente esperando un mejor momento para seguir su viaje hacia el norte, y esa condición de ilegalidad los convierte en mano de obra barata, fácil de explotar y sin derechos que reclamar. Según la Organización Mundial de Migraciones, en Libia habría 1,5 millones de trabajadores extranjeros ilegales. Sin embargo, el país norafricano es hoy también un sitio que produce refugiados.
En estos días de crisis el problema adquiere nuevas dimensiones. Los primeros en salir de Libia, como es usual, fueron los extranjeros turistas o residentes. Les siguieron los trabajadores de empresas petroleras. Luego, trabajadores de países vecinos. Y finalmente gente del común que huye de la violencia.
A las fronteras cercanas de Túnez y Egipto (los dos países con revueltas triunfantes) han llegado más de 140.000 personas, al comienzo acogidas fraternalmente, pero luego recibidas con menos solidaridad debido al gran número de refugiados y a la rapidez de su llegada, lo que desborda no sólo la ayuda local, sino que pone a competir a los recién llegados con los pueblos receptores por los recursos del área.
En Túnez son los militares quienes se han visto obligados a atender la emergencia, y su respuesta va desde la represión hasta la solidaridad, dependiendo del momento. También algunos jóvenes se han erigido como agentes de migración.
Muchos de los que salen del país son tunecinos y egipcios que trabajaban en Libia y que regresan a casa ante la tensión política. Según la Acnur, a Egipto han regresado 46.000 nacionales y a Túnez 18.000 tunecinos y 15.000 egipcios, lo que suma la mayoría de los desplazados. Además, turcos, marroquíes y trabajadores de otros países de la zona han dejado Libia en las mismas circunstancias. Las cifras aumentan día a día.
Un panorama crítico
Es difícil moverse dentro de un país como Libia sin zonas rurales (las ciudades son como islas rodeadas de arena), con problemas de acceso a los servicios de salud luego de semanas de confrontación, problemas de desabastecimiento (Libia importa el 75% de sus alimentos) y problemas derivados de la violenta respuesta de un régimen todavía en pie. El panorama es crítico: por un lado el transporte entre ciudades depende de quién controle militarmente las vías, y por el otro, los servicios de salud ya empiezan a demandar ayuda internacional. Una opción en curso para enfrentar el desabastecimiento es la frontera con Egipto y la ciudad portuaria de Bengasi, ambas en manos de los rebeldes.
Así, las necesidades humanitarias dentro de Libia serán proporcionales al grado de violencia y a la prolongación del conflicto, que ya puede ser, sin duda, definido como un conflicto armado. La crisis humanitaria que se cierne sobre Libia y sus fronteras se agravará en tanto Gadafi continúe en el poder. Algunas fuentes cifran en 2.000 el número de muertos.
Por otro lado, la comunidad subsahariana presente en Libia ha sido asociada con los mercenarios que apoyan a Gadafi, y por tanto se han producido ataques contra personas negras en el oriente de Libia asumiendo que se trata de mercenarios y no de trabajadores ilegales.
El rol de la comunidad internacional ha tenido un giro relevante: en primer lugar, Estados Unidos sostuvo que el apoyo debería ir más allá de la ayuda humanitaria, lo que sería loable si no hubiera una agenda oculta en dicho ofrecimiento, en la medida en que dicha declaración le es útil tanto para acallar las críticas que le han llovido a Obama desde el Partido Republicano por su mal manejo ante la crisis, como por el afán de ganar legitimidad frente a un nuevo gobierno libio. De hecho han reposicionado sus fuerzas militares en el Mediterráneo (ojalá no se arriesguen a una invasión con fines “humanitarios”), continúan insistiendo en apoyar a los rebeldes “por todos los medios posibles” y, junto con el Reino Unido, buscan prohibir el sobrevuelo de aviones en el Este de Libia para evitar el bombardeo a civiles (dicen ellos) y para tener una mayor excusa en caso de una intervención militar (dicen otros).
En segundo lugar, la Unión Europea se autolimita a lo humanitario y a una serie de medidas de embargo, lo que no sería poco si no fuera la forma de reducir su responsabilidad política a portarse como una ONG. Parece más preocupada por una eventual oleada de inmigrantes, de diferentes nacionalidades, que por el conflicto libio. De hecho, Gadafi actuaba como “guardián” de las costas mediterráneas para prevenir el flujo de inmigrantes a Europa. Así las cosas, la agenda de Europa ante un nuevo gobierno buscaría fundamentalmente dos cosas: petróleo y control de la inmigración.
Y Naciones Unidas, inesperadamente, pidió que la Corte Penal Internacional examine la situación (aunque con ciertas correcciones al texto final por parte de China y de Rusia, temiendo que se tratara de argumentar una acción armada por parte de la OTAN). Esta decisión de la ONU es un mensaje a toda la comunidad internacional, especialmente a los gobiernos de la zona, que no pueden aprender de Muamar Gadafi cómo controlar las protestas en sus países y que las víctimas no necesitan sólo arroz sino también justicia.
Un mundo que migra: infografía aquí
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/el-exodo-africano-articulo-254167