Víctor de Currea-Lugo | 20 de octubre de 2011
El principal reto para el Consejo Nacional de Transición es confeccionar una nueva Constitución que tenga el respaldo de todos los grupos que conforman su población. La muerte de Gadafi significa el fin del conflicto armado en Libia, pero Gadafi ya era un ‘cadáver político’ con su progresiva pérdida de capacidad: primero, sus aliados europeos lo abandonaron cuando la ola de revueltas árabes tocó suelo libio; luego, optó por ‘quemar las naves’ y declarar la guerra a los disidentes, bajo el lema de que Libia no era ni Túnez, ni Egipto.
Más tarde, la Liga Árabe apoyó la resolución 1973 de la ONU que aprobaba la zona de exclusión aérea implementada por la OTAN y, finalmente, Trípoli cayó ante el avance rebelde del Consejo Nacional de Transición (CNT).
Lo que viene es lo complicado. Lo ideal sería un gobierno de transición que no se perpetúe en el poder hasta que haya unas elecciones, como en Egipto, o una Asamblea Constituyente, como en Túnez, o cualquier otra forma de diseño político que permita la inclusión de tribus, regiones y ciudades, de tal manera que todos se sientan representados.
De ese nivel de inclusión dependerá el riesgo de nueva violencia política en un escenario muy frágil: los libios no lograron un consenso para asistir a la pasada asamblea de la ONU, aún teniendo un enemigo común vivo que les servía de pegamento, y es posible que con la muerte de Gadafi afloren nuevas diferencias; diferencias que ya se dieron, por ejemplo, con el asesinato del general rebelde Yunis por parte de otros rebeldes.
Preocupa qué se puede esperar del CNT. La agenda de derechos humanos es alarmante si se tienen en cuenta los crímenes de guerra perpetrados por los rebeldes. Además, no todos los rebeldes apoyan al CNT y no todos los del CNT apoyan a su presidente, Mustafá Abdel Jalil.
A nivel político, la muerte de Gadafi implica un pistoletazo de salida para la carrera política. Es cierto que Libia no tiene tradición de partidos políticos, pero no necesariamente de esto depende el éxito de la democracia. En Egipto hay más temores a los partidos previos que a la creación de nuevos. Un interrogante es el papel que pueden tener las tribus como ‘actores políticos’ al buscar un consenso social.
La economía del país no está tan maltrecha, no es el caso de la posguerra de Irak. Las instalaciones petroleras no fueron mayoritariamente afectadas, Libia no tiene deuda externa y la explotación de petróleo podría reanudarse en pleno (porque no se ha suspendido del todo) en poco tiempo: no es un país agrícola que deba esperar una cosecha para tener bienes que sacar al mercado. El reto es más político que económico.
Con los últimos hechos se acaba la acción militar tanto de los rebeldes como de la ONU. La OTAN, además de cumplir con la orden de la ONU, garantizó que el CNT respetara los acuerdos petroleros firmados por Gadafi con Europa, con lo cual la comunidad internacional tratará de pasar la página en la medida en que su mercado no se vea afectado por el nuevo gobierno.
Toda revolución trae euforia y frustraciones y Libia no es la excepción. También trae mensajes y enseñanzas. El mensaje en medio de las revueltas árabes es que a mayor crueldad del gobernante para con su pueblo, el precio a pagar es mayor: Ben Alí lo entendió apenas a tiempo para pagar sus crímenes con el exilio; Mubarak se demoró y terminó en una cárcel, y Gadafi no quiso leer lo que la historia reciente de sus vecinos enseñaba y eso le costó la vida. Ojalá Bashar Al Asad en Siria y Abdullah Saleh en Yemen lean la historia para que no tengan que repetirla.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/el-futuro-de-libia