El Movimiento 23 de Marzo (M-23) perdió su guerra. Luego del levantamiento inicial, un eufórico crecimiento, amenazas de avanzar hacia la capital, demostraciones de fuerza y control de zonas estratégicas, su poderío se esfumó.
Desde 1996, la República Democrática del Congo enfrenta una larga cadena de conflictos que van desde un golpe militar hasta la guerra por las minas de coltán (además de oro y diamantes), pasando por las consecuencias del genocidio ruandés y de fallidos procesos de paz. Allí se libró lo que el mundo conoce como la primera guerra mundial africana. Toda esta violencia ha dejado más de seis millones de muertos.
Uno de los intentos de pacificación dio lugar a la desmovilización de los rebeldes del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo, que se incorporaron al Ejército a raíz de los acuerdos del 23 de marzo de 2009. Detrás de dichos rebeldes estaba el tristemente célebre Laurent Nkunda, tutsi como muchos de los rebeldes del M-23 y por eso, entre otras cosas, usualmente asociado con el gobierno de Ruanda.
A pesar de los acuerdos, los antiguos rebeldes no recibieron lo esperado y enfrentaron un trato desfavorable dentro de las filas oficiales, lo que motivó que 300 de ellos se levantaran en armas en abril de 2012. En noviembre de 2012, el M-23 logró incluso tomar militarmente la ciudad oriental de Goma, de la que se retiró al mes siguiente luego de negociaciones con el gobierno central.
Al menos siete cosas son esenciales para entender este conflicto: el acuerdo de 2009 fue incumplido por el Gobierno; el levantamiento fue fruto de una agenda “privada” de los rebeldes y no de causas estructurales, lo que hizo del suyo un proyecto débil desde el comienzo, con muy poco apoyo popular; la lucha por el control de las minas del oriente de Congo explica la creación y permanencia de muchos grupos; la comisión de crímenes de guerra generó una pérdida de legitimidad creciente; la capacidad militar rebelde no pudo mantenerse en parte por el papel jugado por las tropas de Naciones Unidas y en parte por la pérdida del apoyo ruandés; las divisiones internas mermaron el poder de los rebeldes y, finalmente, la derrota militar rebelde intenta disfrazarse de proceso de paz.
En Congo, ni los rebeldes ni las autoridades contemplan un cambio en la exclusión política o en la distribución de la riqueza que proviene de los abundantes recursos naturales. La explotación de las transnacionales y las violaciones de los derechos humanos no terminan con la disolución del M-23.
Si a la derrota militar del M-23 no la siguen cambios de fondo, entonces estos rebeldes sin causa más allá de sus propios intereses serán remplazados por otros. Y así será mientras persistan las causas que hacen que Congo parezca estar condenada a no tener otra oportunidad sobre la tierra.