Víctor de Currea Lugo | 11 de noviembre de 2015
Como dice el poeta, “lo inminente emite sus señales”.
Finalmente, el Daesh: el Estado Islámico, hizo presencia en Afganistán. Pero no es del todo una novedad, pues luego del fin de la invasión soviética (1979-1989) vino una larga confrontación entre los señores de la guerra que, paradójicamente, finalizó con el ascenso de los talibán. Los talibán ofrecieron seguridad a cambio de control social, como han hecho muchos regímenes en tiempos de crisis. Sus prácticas estuvieron (y están) basadas en el Islam que pregona Arabia Saudita: el wahabismo, lectura dentro de la cual las mujeres (casi) no tienen derechos y cualquier desvío es severamente castigado. Este régimen duró en el poder de 1996a 2001.
Hoy día, hay tantos grupos de talibán como dinámicas político-militares: los que actúan como insurgentes, los narcotraficantes de opio, los que cobran por seguridad, los que controlan carreteras y, me decían en Kabul, los que actúan como paramilitares, hombro a hombro con las fuerzas de seguridad. Ese estancamiento en un régimen fraccionado por regiones, perpetuó unos para-Estados a los que la población se ha ido adaptando. Pero además de los talibán, allí floreció y permanece Al-Qaeda, siendo uno de sus principales víctimas la población hazara, una comunidad étnica de mayoría chií, con presencia tanto en Afganistán como en Pakistán. Los hazara han sido perseguidos por los talibán (con el apoyo de los militares pakistaníes), por los de Al-Qaeda y ahora por el EI.
Siete personas de esta etnia, incluyendo mujeres y niños, que habían sido secuestrados hace un mes, fueron decapitados. La acción fue reivindicada por la Estado Islámico. El funeral se convirtió en una protesta, en la que participaron personas de diferentes etnias: pastún, hazara, uzbeko y tajik. Miles de personas recorrieron las calles de Kabul gritando “muerte al Estado Islámico”, en una demostración nacional de repudio.
Todavía hay muchas prácticas impuestas hace años por los talibán que sobreviven en la sociedad afgana, pero también se ve una creciente apertura en las costumbres, en contra de ese Islam promulgado desde escuelas coránicas (madrazas) y mezquitas, financiadas por Arabia Saudita.
La protesta llegó cerca del Palacio Presidencial, donde la policía abrió fuego dejando cinco heridos. La imagen es claramente dolorosa: un grupo terrorista atacando civiles, un Estado indolente, unas Fuerzas Armadas indiferentes y una sociedad indignada. Es posible que no se trate del retorno del terror, sino que éste nunca ha terminado.