Afganistán y la ocupación soviética

Afganistán ocupación soviética
Desplazado en Kabul. Foto: Víctor de Currea-Lugo

Víctor de Currea-Lugo | 11 de agosto de 2021

El 27 de abril de 1978 se dio el golpe por parte del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), el partido comunista de allí. El nuevo Gobierno hizo una mezcla de políticas de clase (como la abolición de hipotecas y de deudas de los campesinos) y de “revolución cultural” (encarcelamiento de líderes religiosos, obligatoriedad de la educación y orden de purgas).

Su incapacidad de gobernar fue tan grande que exactamente un año y ocho meses después entraron las tropas soviéticas para tratar de “salvar” lo que ya estaba perdido: una propuesta leninista en un país sin proletariado y sin burguesía, marcado por las etnias y la religión.

Ante el fracaso, los comunistas soviéticos pidieron a la Unión Soviética que ocupara militarmente el país, lo que se hizo realidad en diciembre de 1979. Durante la Invasión soviética de Afganistán que tuvo lugar desde 1979 hasta 1989 más de cinco millones de afganos se exiliaron, principalmente a Irán y Pakistán.

El rechazo al infiel soviético

En 1744 nace el wahabismo, una lectura del islam que rechaza las libertades individuales, plantea supuestamente el regreso a las raíces, es integrista y busca regular todo tipo de prácticas y costumbres sociales. A esta se suma el salafismo, otra corriente que busca imponer su interpretación de la ley islámica (la sharía) de manera radical. Estas ideas alimentan a los radicales islamistas que luchan en Afganistán y que serán los predecesores de grupos como los talibán, Al-Qaeda y el Estado Islámico.

Mientras para los comunistas afganos la presencia soviética era la posible tabla de salvación y para Moscú era una tarea más dentro del llamado “internacionalismo proletario”, para la población afgana, mayoritariamente musulmana (97%), la presencia extranjera era una agresión a la umma (comunidad musulmana) por parte de un no-creyente. Esa agresión justificaría la guerra defensiva y a la cual pueden sumarse otros musulmanes, ya que la identidad nace de la religión y no de la nacionalidad, dicho de manera sencilla.

Ir a luchar en tierras ajenas es una práctica tan vieja como la guerra misma y el llamado de los musulmanes afganos a sus hermanos de fe, ante la invasión del infiel soviético, fue respondido por muchos. Se calcula que 35.000 musulmanes de 40 países participaron de la guerra afgana. Incluso, el radicalismo islamista también entró en contradicciones con las tradiciones culturales afganas, tensiones que se expresaron militarmente durante los años 90.

No hay que confundir esas milicias de los años 80, con los talibán, quienes, contrario a los que algunos piensan, no fueron creados por los Estados Unidos, sino que estos crearon el ambiente, al apoyar radicales islamistas, para que años después de que dichos islamistas fueran abandonados a su suerte, se formaran los talibán, en 1994.

Hay tres elementos que se identifican como caldo de cultivo: la alienación política, la identidad ciudadana y el sentimiento religioso. Nótese que no se habla de lo religioso como un todo, sino especialmente de su peso como sentimiento. No es que el radicalismo islamista toque, como un Rey Midas, a los jóvenes musulmanes y los convierta en radicales, sino que hay una serie de complejidades que favorecen este paso.

La ayuda estadounidense a los islamistas

En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos armó grupos radicales islamistas a los que presentó como “luchadores de la libertad” en una narrativa distorsionada, apoyada por los medios de comunicación y repetida por Jimmy Carter, Ronald Reagan y George Bush padre. En palabras de Carter, “ahora podemos proporcionar a la Unión Soviética su propio Vietnam” o dicho de manera más cruda “sembrar mierda en su propio jardín”.

El representante a la Cámara estadounidense Charles Wilson, dice Karl Meyer: “logró cuadriplicar los fondos solicitados por la CIA en 1984 para los afganos de 30 a 120 millones de dólares, suma que fue aumentada a 250 millones de dólares en 1985 y a 630 en 1987, siendo cada incremento igualado por los saudíes”. Nueve años después de la invasión, en abril de 1988, la Unión Soviética firmó su retiro, que hizo efectivo en febrero de 1989 y, según algunos analistas, esto fue uno de los elementos determinantes precisamente de su caída.

Pero, cuando se acabó la Guerra Fría, Estados Unidos abandonó el país a su suerte, tal como lo hizo con los somalíes, los contras en Nicaragua y en otros grupos en diferentes escenarios. Sin Guerra Fría, sus pequeños aliados en las guerras regionales no tenían ningún sentido.

Auge y caída de los talibán

El país devastado por la guerra y lleno de islamistas radicalizados y armados entró en el caos. El apoyo militar no solo les llegó desde Estados Unidos, sino también desde Pakistán y Arabia Saudita. En medio de la crisis de finales de los 80, los campesinos afganos recurrieron al opio, lo que a su vez consolidó el poder de los “señores de la guerra”.

En aquel país fracturado, un sector de jóvenes creyentes del islam, desilusionados ante las prácticas criminales de los otrora idealizados muyajadín decidieron organizarse en torno al mullah Omar. Muchos de ellos habían nacido como refugiados en los campos de Pakistán.

Finalmente, el 26 de septiembre de 1996, los talibán toman Kabul. En un complejo de la ONU capturaron a Najibullah (expresidente desde 1992) lo castraron y lo lincharon. Además, establecieron fatwas (decretos religiosos) que prohibían la presencia de las mujeres en las escuelas y obligaban a los hombres a llevar barba. Los talibán ofrecieron seguridad a cambio de control social, como han hecho muchos regímenes en tiempos de crisis.

El gobierno de los talibán estuvo caracterizado por la persecución sistemática y abierta de prácticas consideradas por ellos prooccidentales o antiislámicas, tales como: ver televisión, escuchar música, jugar futbol y hasta elevar cometas. Es ampliamente conocida la imposición del burka (o chaderí, como se le dice localmente) y todas las restricciones a la vida social, especialmente contra las mujeres.

Desde su nacimiento hasta nuestros días, pasando por cinco años de gobierno y veinte años de lucha contra Estados Unidos, los talibán mostraron unas prácticas absolutamente contrarias a los derechos humanos, con ejecuciones extrajudiciales, desplazamientos, linchamientos, apedreamientos, torturas y persecución; todo en nombre del islam.

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