Víctor de Currea-Lugo | 22 de agosto de 2021
Hace muchos años fui invitado a dar una conferencia en Suecia sobre los derechos de los refugiados. La manera más práctica que encontré para explicar esto fue situándolos en una imaginaria guerra entre Dinamarca y Suecia que los llevaba a huir de su país y a terminar viviendo en otro donde se come una raíz llamada yuca y se habla un idioma extraño llamado español. Eso los puso a pensar de otra manera sobre la migración que llega a ese país escandinavo.
Pareciera que pudiéramos usar el mismo mecanismo para explicar a la población colombiana la llegada temporal de 4.000 personas de Afganistán a nuestro territorio, pero creo que esa metáfora, por acertada que sea, tendría que romper antes, por lo menos, cuatro obstáculos.
Islamofobia
El primero de estos obstáculos a romper para entender la migración es la islamofobia, porque, aunque nunca se haya cogido un Corán entre las manos, la gente dice que el Corán dice que te prometen 70 vírgenes, la gente dice que el Corán dice que hay una obligación de suicidarse para matar enemigos y que la fe del islam debe imponerse por medio de la fuerza. Ninguna de las anteriores afirmaciones es cierta, sino una creación del imaginario popular, tal como se inventó el mito de que Eva le dio a Adán una manzana cuando en ninguna parte de la Biblia mencionan esa fruta.
Repito la frase que suelo usar del profesor Olivier Roy, lo importante no es lo que el Corán dice, sino lo que la gente cree que dice; esto significa que se ha construido un islam del tamaño de los miedos de las personas, lejano a la vida musulmán, contrario a los principios del islam y basado en la prevención. Bastaría explicarles a los colombianos que los cristianos y los musulmanes son mucho más cercanos en la fe de lo que podrían pensar.
En Colombia se impone la tradición de condenar sin juzgar o juzgar sin entender. Así hemos construido a una persona de fe musulmana mucho más peligrosa, a pesar de que no lo sea, que un católico que le rece, por ejemplo, a la virgen de los sicarios.
Xenofobia
El segundo de los obstáculos es la xenofobia, y esto no tiene que ver con que Colombia no haya tenido migración. Ese no solamente es un argumento falso, sino también contrario a la realidad, porque las migraciones árabes que llegaron al norte de Colombia no fueron del todo bien recibidas. Además, hay que recordar que la migración interna hacia el centro de la capital también es víctima de prejuicios y discriminación.
En el caso de la migración venezolana quedó absolutamente claro que no sirvió para nada que millones de colombianos hubieran salido del país en las décadas anteriores buscando soluciones o que la gente haya viajado por el mundo; la xenofobia la tenemos incrustada. También podríamos decir que más que xenofobia, como explica Adela Cortina, se trata de aporofobia, o sea, desprecio a los pobres.
Bastaría con que los 4.000 afganos que llegan de ese país empobrecido y destruido fueran suecos, rubios y de ojos azules para que la actitud de los colombianos fuera diferente. Por tanto, el problema no es que sean extranjeros, sino más bien el tipo de extranjeros. La situación de los venezolanos demuestra claramente el tinte racista que durante décadas tuvimos represado y que, por fin, tuvimos contra quien volcar.
Ese mismo sesgo de querer recibir refugiados que llenen ciertos requisitos y no otros es lo que se impone ahora. Entonces, ya hay voces diciendo que los afganos no merecen ser recibidos en Colombia porque son machistas, porque trabajaban para Estados Unidos, porque son de otra cultura o comen cosas diferentes. Pretendemos seleccionar al refugiado a nuestra conveniencia como si se trata de un menú; eso niega cualquier gesto universal humanitario, de recibirlos por el simple riesgo de ser asesinados si permanecen en Afganistán.
Lo que prevalece es ese afán de creer que hay víctimas de primera y víctimas de segunda. Algunos colectivos, desde una supuesta superioridad moral, quieren exigir ciertos requisitos exigidos para llegar a Colombia, y decir quiénes se pueden quedar y quiénes no.
Falta de política exterior
El tercer obstáculo para entender los derechos de los refugiados viene de la decisión del Gobierno de Iván Duque, que no parte de un gesto de solidaridad internacional o humanitario, sino que es una imposición de los Estados Unidos. Esta decisión de recibir a los 4.000 afganos no nace de una actitud proclive al respeto del Derecho Internacional, tantas veces violado en Colombia, sino de que somos mandaderos.
Ahora, es necesario distinguir entre una actitud sumisa hacia los Estados Unidos de lo que sería una actitud solidaria, así no fuera la buscada. Si bien es cierto, la decisión es impuesta por Washington, no por eso debería castigarse a las potenciales víctimas de Afganistán y negarles el ingreso en un purismo que pretende reivindicar que “no somos agentes del imperialismo yanqui”.
La consecuencia final es la protección de 4.000 personas, así no sean los millones que lo necesitan, así hayan trabajado para el Gobierno de los Estados Unidos, porque podrían ser asesinados en el territorio afgano. A ellos se les puede salvar la vida. Si la vida es realmente un valor como creemos, entonces, deberíamos alegrarnos de que se salven esas personas sin entrar a hacer juicios morales como los que ya están revoloteando sobre el aire. Entonces, hay una contradicción entre el origen de la decisión y las consecuencias de la misma, pero meter todo eso en mismo saco no contribuye a la supervivencia de los afganos.
Colombia en la práctica no tiene política exterior. No la tiene frente a Asia, que desconoce, y mucho menos frente a Oriente Medio, donde desde Tel Aviv se dice lo que se tiene que hacer. No la tiene frente a África, que tampoco conoce, ni en otros temas porque los únicos gestos de política exterior recientes se basan en exigir el respeto a los pronunciamientos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos con relación a Venezuela, pero no con relación con la propia Colombia.
También se puede ver esa ausencia de política exterior cuando habla de que Cuba exporta terrorismo por habernos ayudado en el proceso de paz, pero vuelca todo su aparato político para tratar de apoyar jurídica y emocionalmente a los colombianos asesinos del presidente de Haití.
Esa es la política exterior que tenemos, de pandereta, basada en lo que digan los Estados Unidos dependiendo de sus intereses en las diferentes partes del mundo. Por tanto, mientras no consolidemos una política exterior adecuada no podremos avanzar.
Falta de política migratoria
El cuarto problema para entender los derechos de los refugiados depende de la política migratoria, esa tampoco existe en Colombia, porque, aunque hay migrantes, no hay afán de crearla.
La política migratoria colombiana, por ejemplo, no hace una lectura humana de las necesidades de los que llegan al país sino una basada en sus intereses políticos. Una muestra de esto es solo atender los partos de las venezolanas en territorio colombiano, pero sin garantías de control prenatal.
Ni siquiera para gestionar los recursos que hay para los propios venezolanos ha habido trasparencia, inteligencia ni capacidad de gestión. Por tanto, el manejo de los pocos recursos que lleguen para atender a los 4.000 afganos el tiempo que se queden aquí puede llegar a ser bastante discutible.
La crisis en Necoclí de migrantes asiáticos que usan Colombia para tratar de llegar a Centroamérica y luego a Estados Unidos, la falta de humanidad por parte de la fuerza pública, los escasos recursos otorgados a Migración Colombia, son otra muestra de que este país no está preparado ni se está preparando para el desafío mundial que es la migración.
Podemos decir, para terminar, que mientras no se resuelva el problema de la islamofobia, la xenofobia, la falta de una política exterior y de migración, lo demás son cantos a la bandera. Lo más doloroso es la cantidad de lecturas rebuscadas que hay sobre estos temas, tan apabullantes, que en lo personal es imposible luchar contra una corriente de pensamiento tan marcada, prejuiciosa, moralista y ridícula.
PD: Como decía un español, la migración no es un problema ni una solución, es una realidad. A eso yo me permito agregar: los refugiados no son santos, ángeles ni tampoco demonios, son seres humanos.