La matanza de París de este viernes 13 supera la terrible muerte de periodistas de la revista Charlie Hebdo, pero al igual que en aquellos días de enero de 2015, obliga a una reflexión que supere el dolor del momento y las medidas de choque del gobierno francés.
Sin duda no se trata de “otro” acto de terror: se trata de un ataque masivo que deja más de un centenar de víctimas, de una acción coordinada en varios sitios de París que implica un mínimo de organización, de un mensaje radical donde aparece el Islam radical como elemento y, como dolorosa novedad, de la (aparente) inmolación de radicales, un acto sin precedentes en Europa.
El Estado Islámico (que así no sea el directo responsable de los crímenes sí es, sin duda, su inspiración) impone la agenda. Pareciera que el proceso de consolidación en Siria e Irak les permite ahora importar el terror. El Estado Islámico pasa de decapitar extranjeros, de demoler sitios históricos, de asesinar homosexuales, de someter mujeres y de perseguir minorías, para matar en Europa. Doloroso, pero esperable por la pésima política de Occidente en relación con Oriente Medio.
El gobierno canadiense, en su mensaje de solidaridad, incluía una frase que no es marginal: “la defensa de nuestros valores”. Esta es parte de la clave del asunto: la idea de que es una guerra de civilizaciones y de valores, cuando la defensa debería ser de una universalidad llamada derechos humanos, es lógica, nacida de la idea de los buenos y los malos.
Francia se equivoca en medio de su dolor en la manera como enfrenta el problema. La salida policial es necesaria y urgente, sin duda, pero no puede ser la única medida. La prueba contundente está en que meses después del ataque a periodistas, no se pudo siquiera actuar frente a esta nueva masacre.
Cerrar las fronteras no sirve porque sin duda muchos (si no todos) los atacantes son franceses. Valdría más bien controlar el flujo al revés: de Francia a Siria, país este donde han llegado más de 3.000 personas a alistarse en el Estado Islámico.
El Estado Islámico, sea o no el responsable directo, tiene dos dimensiones: el que actúa directamente con este nombre en Siria e Irak y el que se erige como ejemplo de radicales islamistas, remplazando a Al-Qaeda en su tarea y sirviendo de modelo a grupos de Somalia, Nigeria, Filipinas, pero también a “lobos solitarios” de Europa.
El combate al Estado Islámico no empieza ni termina en las calles de París; reconociendo la importancia de las medidas policiales a corto plazo, se debe mirar las relaciones con Oriente Medio, la política racial francesa, la falta de oportunidades para las personas que viven en las barriadas de París.
La respuesta internacional contra el Estado Islámico pasa por muchas acciones en Oriente Medio más allá de los bombardeos de Rusia o las ofertas de entrenamiento de Estados Unidos en Siria. Hasta ahora hay dos actores regionales que no han sido valorados en su justa medida y los únicos que de manera efectiva han golpeado al Estado Islámico: los kurdos e Irán. El resto de intervenciones internacionales en Siria e Irak han sido imprecisas, tardías, limitadas y en el sentido equivocado. De hecho, el mismo día de la masacre en París, los kurdos lograban liberar la ciudad de Sinjar expulsando de allí al Estado Islámico, noticia que pasó a un segundo plano.
Hay una responsabilidad que Europa y Estados Unidos no quieren preguntar: la de las políticas de las monarquías del Golfo Pérsico, principalmente de Arabia Saudita, de expandir un Islam totalitario, el wahabismo, mediante la financiación de mezquitas y escuelas coránicas en muchos países del mundo donde, precisamente, han florecido grupos igual de totalitarios, como en Afganistán y Pakistán, por no decir Siria e Irak. Igualmente, Turquía tendría que responder por su apoyo (así sea por omisión) al Estado Islámico y por comprarle petróleo.
Francia tiene dos caminos, por lo menos. Primero, el que propone Le Pen: el nacionalismo a ultranza, la islamofobia, el cierre de fronteras, la satanización de los extranjeros y la caza de brujas. El otro camino es el que proponía el alcalde de Oslo, Noruega, en el entierro colectivo de muchas de las más de 70 víctimas asesinadas por un cristiano: “nuestra respuesta es más democracia”.
Europa siente el ataque a Francia como propio, lo que puede llevar a la militarización de las calles, la restricción de derechos humanos y la actitud paranoide para con los extranjeros, una lógica que no sirve a la democracia y, paradójicamente, puede alimentar la violencia terrorista.
No olvidemos que los refugiados sirios que llegan a Europa están huyendo de una guerra que ha desplazado al 48% de los sirios de sus casas, que ha producido millones de refugiados y que ha dejado un promedio de 4.000 muertos al mes. Y ellos serán de los principales damnificados de la matanza de París. Si Francia, a pesar del dolor, no piensa su contexto sociopolítico, podría enfrentar un nuevo ataque, porque el Estado Islámico (y sus seguidores) están convencidos de que entre peor, mejor.