Víctor de Currea-Lugo | 2 de noviembre de 2014
Europa se ha construido un prestigio en materia de paz y prevención de conflictos, pero no siempre ha sido tal. La paz internacional como bandera europea se ha visto empañada tanto por sus propias guerras (Yugoslavia), los conflictos que mira de lado (Ucrania), los que apenas menciona para no afectar sus propias agendas (Chechenia), las guerras que ha alimentado (Irak) y las de las que se benefician sus empresas (Sahara Occidental y Somalia). En esa Europa, real y pragmática, Colombia busca un apoyo para su proceso de paz.
Al final de la Guerra Fría la comunidad internacional amplió su ámbito de competencia en los conflictos internos, en la medida en que renunció a una lectura bipolar del mundo. El aumento de competencias de la comunidad internacional también se ha extendido en la construcción de paz, incluso más allá de las clásicas fórmulas de los llamados “cascos azules” del sistema de la Organización de Naciones Unidas. En la mayoría de los procesos de negociación hay acompañamiento de la comunidad internacional.
La presencia de un tercero creíble alimenta la confianza entre las partes: representa un papel simbólico importante para los rebeldes en la medida en que alguno de los invitados tengan lazos de identidad con sus banderas, y a la vez da tranquilidad a los Estados al aumentar la presión sobre los rebeldes para el cumplimiento de los acuerdos.
El acompañamiento internacional garantiza la legitimidad del proceso y hasta da mayor esperanza de justicia. Noruega, por ejemplo, trabajó para destrabar el proceso de paz de Sri Lanka y sirvió de sede para el proceso de paz entre palestinos e israelíes en los años noventa. En el caso del conflicto de Irlanda, la Unión Europea financió programas a favor de la paz y la reconciliación. Frente al conflicto armado de Turquía, Noruega facilitó acercamientos entre los kurdos y los turcos entre 2007 y 2009.
La guerra civil del Líbano encontró una salida negociada, sobre la base de los acuerdos de Ta’if, firmados en la ciudad con ese nombre en Arabia Saudita y con respaldo de Estados Unidos, Francia y el Vaticano, entre otros países.
En algunos casos, ya sea por la complejidad del conflicto o por intereses propios, la comunidad internacional prefiere guardar sus mejores esfuerzos para la fase del posconflicto, donde tienen una agenda más amplia al respaldar (tanto financiera como políticamente): los procesos de desmovilización y reinserción, la rehabilitación de las comunidades afectadas por el conflicto y los planes de desarrollo tanto en el ámbito local como nacional.
En el posconflicto se priorizan programas como educación en derechos humanos, reformas a los sistemas de justicia, programas para el aumento de la participación política, desminado, inversiones para el desarrollo de zonas rurales, construcción de infraestructura, acompañamiento y supervisión de procesos electorales…
Pero no siempre Europa apoya la paz. En algunos casos perpetúa los conflictos al proteger de manera obstinada las agendas de las empresas transnacionales. Es el caso de las empresas pesqueras de los países del sur de Europa, beneficiadas de la falta de control marítimo por parte de Somalia y de Sahara Occidental. Francia, con su apoyo a Marruecos, consolida la negación marroquí a resolver el conflicto saharaui y con sus inversiones frena el apoyo de Argelia al Frente Polisario. La acción militar de Francia, tardía y sesgada, al final del conflicto de Ruanda, sirvió más a los genocidas que a las víctimas.
Al ritual de los acuerdos puede seguir la decepción de la realidad. En el caso de los acuerdos de paz de Oslo, entre Palestina e Israel, las expectativas de paz fueron diluidas por el asesinato de Isaac Rabin por un judío. La gran enseñanza de los terceros que acompañan procesos de paz es que la suerte final de la paz no depende de sus facilitadores, sino de los que están en el conflicto.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/buscando-paz-europa-articulo-525559