Víctor de Currea-Lugo | 31 de marzo de 2019
(Desde Caracas, Venezuela)
En el principio todo era tinieblas, sugiere la Biblia. Y los venezolanos saben que eso no es bueno. De hecho, antes de empacar cosas de aseo camino a Caracas, urge llevarse una buena linterna y baterías. El apagón de Venezuela es real. En el aeropuerto, el registro de aduana se hace a mano, las tiendas están cerradas, hasta las luces de los baños están apagadas y todo parece que estuviera dormido.
Este es el segundo apagón grande en este año. No se trata solamente de no tener internet; es una inmensa lista de cosas que dependen de la energía eléctrica. Y un corte prolongado de luz no puede ser evadido con una simple caminata. En el primer apagón, la ciudad estuvo tres días sin luz, afectando los ascensores, la apertura de tiendas, los servicios médicos, los semáforos.
Los helados se derriten impunemente, pero eso es lo de menos. El precio de la pechuga de pollo cae de 12.000 a 5.000 bolívares soberanos para garantizar su venta y evitar que se dañe por falta de refrigeración. Tal vez lo más duro es la sensación de incertidumbre, pues el tiempo pasa y las baterías se van acabando.
Debido a la hiperinflación, casi no hay dinero circulante y todas las compras se resuelven con transferencias bancarias. “Hay punto” anuncian los letreros, incluso de las ventas callejeras para indicar que hay servicio para pagar con tarjeta; pero con la caída de la electricidad, no hay punto; como tampoco hay efectivo, el comercio de la ciudad tiende a paralizarse. En algunas zonas el uso del dólar se ha ido masificando.
El metro de Caracas está cerrado, las estaciones sirven de punto de referencia para los buses que hacen la ruta. El gobierno declaró el 26 de marzo como día no laboral, y lo mismo hizo al día siguiente. Pero no solo es un problema de transporte sino de comunicación. Muchos carros se estacionan cerca de las bases militares, como se ve en La Carlota, para “robar” señal y poder comunicarse.
El agua es otro problema porque el sistema de suministro depende de electricidad. Eso aumenta la vulnerabilidad de la población. Hay que reconocer que los continuos cortes han preparado a la sociedad y almacenar agua es una tarea cotidiana. Algunos van a la zona de la Terminal de Oriente, recogen agua potable de los aljibes de los cerros del parque Nacional Waraira Repano. Los ocasionales retornos de la luz se acompañan de normalización temporal del servicio de agua. Da rabia ver parte del alumbrado público encendido durante el día, sin necesidad, en algunas vías.
El primer informe habla de afectaciones al suministro de electricidad, en 19 de los 24 Estados de Venezuela. Demasiado para pensar que es simplemente un daño de mantenimiento. Las autoridades hablan de seis detenidos por saboteo a la central hidroeléctrica Guri, que es el mayor abastecedor del país. Un daño en las turbinas no se recuperaría tan rápido, me explican los técnicos. El primer problema fue de software, lo que afianzó la tesis del gobierno. Pero luego hubo una segunda acción: un incendio provocado contra el Patio 800, afectando la transmisión de energía.
El regreso al papel y al lápiz no es solo un asunto del aeropuerto, sino de los pagos, de los turnos de trabajo, de las entradas a edificios públicos. En otras áreas es imposible y toca esperar: por ejemplo, en el suministro de gasolina. Por eso las filas de carros crecen cuando llega la luz.
Es real el poder de sabotaje, pero también la negligencia de la seguridad de tales sitios estratégicos, así como los innegables problemas de mantenimiento. Un informe de hace varios años recomendaba entender las plantas hidroeléctricas como un asunto de “seguridad nacional”, pero parece que eso no fue tenido en cuenta. También recomendaron descentralizar la producción de electricidad, de un Guri que produce un 70% a proyectos regionales autónomos.
Ese megaproyecto opacó otras propuestas más locales de producción de energía. De hecho, cuatro Estados autónomos, sobrevivieron mejor al apagón. Las recomendaciones sobre energías alternativas, como la solar o la eólica, que en otros países han mostrado muy buenos resultados, no se han implementado.
De noche la situación es más patente: la Plaza Venezuela, en pleno corazón de la ciudad, está hundida en las penumbras. Los carros transitan a oscuras y, algunos de ellos, incluso sin luces propias debido a la falta de repuestos. Algunos pocos edificios tienen luz y la ciudad muestra un parche cambiante de oscuridades. En la zona de restaurantes de “Las Mercedes” se ve la fila de negocios iluminando los carros de los clientes. Al fondo, se ve el famoso barrio Petare con sus luces.
Se ve también el oportunismo de Juan Guaidó quien afirmó que: “no habrá solución al problema eléctrico, mientras usurpen funciones en Miraflores; no habrá agua en las casas, mucho menos gas doméstico (…) el cese de la oscuridad vendrá definitivamente con el cese de la usurpación”. Ese oportunismo no es solidario con los millones de personas afectadas por un apagón que no distingue entre chavistas y opositores.
El gobierno ha reaccionado más rápido que ante el primer apagón, pero sigue teniendo deficiencias en la respuesta. Una de las soluciones a largo plazo, además de explorar otras fuentes de energía, es contar con una estrategia de mantenimiento que dé cuenta de las redes, que combata la corrupción y que prevenga hasta el robo del tendido eléctrico.
La noche del viernes 29 de marzo hubo otro apagón en todo Caracas. La capacidad nacional no se ha controlado. Abril es un mes caluroso por lo que se espera un mayor consumo de electricidad. Unos familiares de un paciente con diálisis me cuentan sus angustias. En el edificio donde me quedo, en Petare, los vecinos esperan que hayan llegado todos para echarle seguro con una cadena a la puerta principal y prevenir potenciales robos.
El domingo 31 de marzo, se presentaron algunos bloqueos aislados en ciertas zonas de Caracas. La estrategia detrás de los apagones parece querer reventar a la sociedad venezolana, al punto que pidan un cambio a cualquier costo. Un líder chavista, a manera de provocación, me cuestiona: por menos de lo que se vive hoy se dio “El Caracazo”, de febrero de 1989, explícame, me dice, “¿por qué la población no sigue a los llamados de rebelión de la oposición?”
Roberto Duque, periodista venezolano, plantea que la independencia de Venezuela pasa por la soberanía energética y eso implica garantizar una producción regional, sembrando el país de generadores. Eso es pensar en clave de soluciones estratégicas. Pero las buenas ideas no funcionan si no hay alguien que las ponga en práctica. Amanecerá y veremos si ha llegado la luz.