Así fue volver a la patria para 80 venezolanos que estaban en Colombia

Víctor de Currea–Lugo | 27 de noviembre de 2018

El sábado 24 de noviembre, a las 7 de la mañana, ya estaban agolpadas varias decenas de venezolanos en el Centro Venezolano de Cultura Simón Bolívar de Bogotá, en la Carrera 11 con Calle 87. Este es el mismo edificio donde funciona la embajada de Venezuela en Colombia.

Adentro, un funcionario ayudaba a empacar en lonas blancas las pertenencias de los migrantes allí presentes. Mientras tanto, otra funcionaria corroboraba en una lista sus nombres. Viajarían de regreso a Caracas en horas de la tarde.

La espera en la embajada

Afuera, mientras esperábamos el registro y la revisión de los documentos de viaje, empezamos a hablar sobre el regreso, sobre cómo ven a Venezuela luego de su paso por Colombia, de las razones de su migración. Hay dos cosas que destacan: la crisis económica que se expresa en la hiperinflación y la idea errónea de lo que encontrarían en Colombia.

De entrada, se sentía la poca adaptación al clima bogotano. Una pareja de Valencia, que ya llevaba un año en Colombia, dudó antes de contarme sus experiencias en Colombia. Las vivencias aquí alimentan el deseo del regreso. Una señora me dijo entre lágrimas: “Lo que hacen es humillar, por eso me voy y más nunca salgo de mi país, ni amarrada”.

Había un grupo de tres jóvenes que llegaron al país por tierra, hace solo cinco días y que les robaron todas sus pertenencias en la Terminal de Transportes. Les quedó la ropa que tenían puesta, poco apropiada para el clima de la capital. Una mujer de Guarenas, Caracas, duró 20 días en Colombia y decía que ese tiempo era ya suficiente; por eso prefería regresarse a estar con su familia. Pero no todas las experiencias eran negativas. “A mí una señora de la costa me dio hospedaje durante estos días, sin su ayuda me hubiera muerto”.

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Foto © Víctor de Currea – Lugo.

Otros del corrillo también reconocían que hay venezolanos metidos en redes de delincuencia y “por uno pagamos todos”. Otro joven, de unos 25 años, contaba que una vez le robaron el celular y, junto con sus amigos, enfrentaron a los ladrones. La policía los capturó a todos, cobró 3 millones de pesos a los ladrones para no judicializarlos, y les dieron 600 mil a los venezolanos, advirtiéndoles que “lo mejor es que no denuncien porque los deportamos”. Una señora interrumpió la historia para decir: “Y supuestamente la corrupción está solo en Venezuela”.

Camino al aeropuerto

Antes de las 11 a.m. salieron los buses. Verlos cargar con sus pertenencias me hizo sentir en uno de esos paseos de familia donde, como dice un humorista, las maletas “están llenas de por si acasos”. Llevaban hasta almohadas de regreso a la patria.

Allí me siguen contando historias que he oído en otros procesos migratorios, como el hecho de que algunos venezolanos son más discriminadores que los propios colombianos. Una pareja recién casada se vino a aventurar, les habían recomendado un hotel y su sorpresa fue que, después de hospedarse y al salir a comer algo, descubrieron que estaban en una zona de prostitución.

Una mujer de unos 45 años, me decía que estuvo aquí trabajando en un restaurante, le tocaba cargar cajas, atender, limpiar, lavar, cocinar, hacer de todo, y por la jornada completa le pagaban 15.000 pesos. “En el tiempo que estuve aquí no hubo un solo día en que no llorara”.

Un muchacho llegó a Cúcuta y caminó por cinco días hasta llegar a Bucaramanga. El peor momento fue en el páramo de Berlín: “Allá llegué con tres chaquetas y eso no servía para calmar el frío”. Pero en el camino mucha gente les ayuda. “Nos decían ‘chino venga’ y nos daban comida hasta para llevar por el camino. Hubo hasta una señora que me ofreció casarme por los papeles, pero ella no me gustaba”.

Está muy extendida la noción de que las mujeres vienen a prostituirse. Una de las viajeras me decía que fue a pedir empleo en algunos restaurantes y en uno de ellos, el encargado le dijo: “Vete a la 22 (una zona de prostitución) que allá consigues”. Es usual que se les acerquen hombres y les digan “si quieres ganar algo, pues camina conmigo”.

Con rabia en los ojos una me dijo: “Yo prefiero que se me seque el estómago, pero no me acuesto con ninguno”. Y un muchacho contaba que una vez en Transmilenio discutió con otros pasajeros y solo atinó a decir: “En épocas de bonanza, las putas más famosas de Venezuela eran las colombianas”.

El refugio

Nos detuvimos en la nueva sede del refugio, ya que la anterior que funcionaba cerca de la Terminal de Transportes de Bogotá, fue trasladada. Allí recogimos a otro grupo de venezolanos que también iba a ser repatriados para completar un total de 80 sumados a los de la embajada.

El nuevo albergue es más organizado. Las noticias de días previos sobre violencia y consumo de drogas dentro del albergue siguen siendo parte de los temas de conversación. Hay problemas de convivencia, comunes a este tipo de experiencias.

Hay nostalgia. Un señor me dijo, mirando la tienda de campaña en la que duerme: “Allá en Venezuela tengo mi casa, allá ni siquiera tengo que pagar arriendo”. Mientras se alistaba el otro grupo de viajeros, algunos se sinceraban de manera espontánea, lo que es muy común entre venezolanos. “Aquí hice lo que en Venezuela no hice” en alusión al trabajo, a lo que otro contestó: “Yo en Colombia aprendí que para poder comer hay que trabajar”.

Al pasar lista varias veces vieron que dos personas programadas para viajar no estaban. Dos espontáneos, marido y esposa, se ofrecieron para tomar los puestos. No cabían de la felicidad cuando el delegado de la embajada aceptó. Corrieron hasta su tienda de dormir, recogieron lo más valioso, empacaron lo que pudieron, dejaron mucha ropa atrás, para los que se quedaban y subieron al bus con una sonrisa que nadie les podía borrar.

Mientras esperábamos, nos llegaron nuevas noticias de un caso que estaba pendiente desde hacía varios días. Un venezolano, que tuvo un accidente cerebro-vascular, estaba internado en el Hospital Simón Bolívar. Según la hermana, le dieron salida el 21 de noviembre, pero no había podido dejar el hospital porque no podía pagar la cuenta; desde el 21 le habrían dejado sin alimentación para presionar el pago. Un abogado sostuvo que no procedía la tutela “porque él no era colombiano”. Estos son algunos de los disparates que hay que oír de una sociedad como la nuestra, que desconoce la inmigración y los derechos humanos.

El aeropuerto

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Foto © Víctor de Currea – Lugo.

En los mostradores de la aerolínea Conviasa, empezó el registro de pasajeros. Ya había poco espacio para el diálogo y las historias, porque la prisa era embarcar. Este es el segundo viaje de repatriación por avión desde Colombia, aunque ha habido otros retornos por tierra.

Hicieron chistes sobre la bienvenida. Unos decían “eso cuando lleguemos nos fusilan a todos” y otro pedía “que me den de entrada unos 20.000 Bolívares Soberanos (la nueva moneda de Venezuela)”. Una joven me decía que aprovechaba el viaje para ir unos días a ver a su familia, pero que en tres meses regresaba para instalarse en Cali.

Uno de los problemas para el regreso es que algunos no tenían documentos o están en situación irregular. Partir es morir un poco, dice el refrán, pero en algunos casos es renacer un poco. Un señor dándole ánimos a su esposa, le decía “ya casi se acaba esta pesadilla”. Varios funcionarios de Migración Colombia estaban allí para ayudar y coordinar con los delegados de la embajada el viaje. Un muchacho dijo: “yo tengo una cama allá y aquí durmiendo en el piso”.

Hasta allí fueron unos familiares a despedir a los suyos. Me contaron que hace una semana, Migración Colombia les hizo firmar a cada viajero del primer vuelo de retorno, un documento en el que declaraban que habían salido “huyendo” de Venezuela. Al comienzo algunos firmaron, hasta que una venezolana “se paró en la raya” y dijo que ella no firmaba eso. Finalmente, esas declaraciones fueron retiradas.

Todos sabemos que hay venezolanos que han corrido mejor suerte, pero eso no sirve de alivio para estos viajeros, ni para los casi 10.000 venezolanos que han regresado a su tierra en los últimos dos meses desde varios países de la región. Finalmente, salió el vuelo con ochenta pasajeros con destino a Maiquetía, cerca de Caracas. Una de las mujeres con las que más hablé se despidió diciendo: “Allá en Venezuela no tengo quien me humille”.

 

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